Qué implica el reconocimiento del Estado palestino por España, Irlanda y Noruega

Qué implica el reconocimiento del Estado palestino por España, Irlanda y Noruega

El aval que los tres países europeos darán el próximo 28 de mayo tiene un notable peso político, legal y simbólico. Pero seamos realistas: no va a cambiar el día a día de los palestinos ni se espera que en un corto place modifique la postura de Israel. 

Bandera de PalestinaGetty

"El cariño que le tenemos a los europeos, a pesar de todo, es tan grande como el olvido que hemos recibido de ellos desde 1947". Saeb Erekat, uno de los negociadores palestinos más conocidos y reconocidos, lanzaba su queja en un corrillo con periodistas en Ramallah (Cisjordania), la sonrisa triste en la boca. Corría noviembre de 2012 y su país, Palestina, acababa de ser reconocido estado observador, no miembro, de Naciones Unidas. 

Se especulaba entonces con que ese paso llevase a que las naciones, de forma individual, fueran también reconociendo a Palestina como un estado plenamente soberano. Ya estaba pasando y así es hoy, con más del 90% de los países del planeta avalando esa legitimidad. Pero entonces y ahora faltan los poderosos, los occidentales. A Erekat, que murió en 2020, le habría gustado ver que hoy España, Irlanda y Noruega han anunciado que van a hacerlo, el próximo 28 de mayo. Le horripilaría que la movilización haya llegado con 35.000 muertos en Gaza.  

Las palabras con las que los tres Gobiernos han justificado su apuesta son similares: por "servir a la paz", por "justicia y coherencia", por "derecho y dignidad", porque "fomentará la moderación" y acelerará "el proceso de paz". Israel no lo ve así y ha llamado a consultas y lanzado advertencias a los embajadores de los países respectivos. 

Los límites territoriales que se reconocerán comprenden las fronteras previas a la guerra de los Seis Días (1967), cuando Israel ocupó los Altos del Golán sirios, los territorios palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza, el este de Jerusalén y las tierras egipcias del Sinaí. Según las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, las de referencia en el conflicto, Israel debe devolver estas zonas.

¿Pero para qué puede servir realmente reconocer a Palestina ahora, cuando ya el Congreso de los Diputados instó al Gobierno a hacerlo en 2014, cuando el partido en el poder lleva casi 15 años incluyéndolo como promesa electoral en sus programas, cuando la promesa es vieja y el contexto es tan grave?

Lo que sí y lo que no 

El abogado internacionalista Ezequiel Cruz, mexicano con experiencia de cooperación en Palestina de la mano de agencias oficiales como la noruega, sostiene que "estamos ante un acto político importante, de gran valor simbólico, político y también legal", pero de "efectos prácticos limitados". "Los palestinos no se van a levantar el 29 de mayo con una realidad diferente porque tres países de Europa digan que ellos también son un país. Sin embargo, se aporta legitimidad a su causa, se refuerzan los lazos diplomáticos, se trabaja a un estatus mayor que hasta ahora y se presiona más a Israel, porque pone a los dos territorios en igualdad teórica de trato", indica. 

La ocupación, por la que Israel domina Gaza por tierra, mar y aire, controla el este de Jerusalén y más del 60% de Cisjordania desde 1967, incluso con anexiones de territorio, pasará a ser "una cuestión jurídica más seria" que hasta ahora. "Si somos optimistas, podemos decir que el reconocimiento masivo de Palestina sentaría las bases para negociaciones sobre el estatus permanente entre Israel y Palestina, no como un puñado de concesiones entre ocupante y el ocupado, sino entre dos entidades que son iguales a los ojos del derecho internacional", indica. 

Habría disputas viejas de más de 70 años, los nudos gordianos del conflicto, desde el control de las fronteras y su militarización, el estatus de Jerusalén, los pasos y conexiones entre territorios y los derechos de explotación de recursos naturales que "podrían resolverse con arbitrajes entre estados", ya que hay "normas internacionalmente aceptadas sobre ello". Pero Cruz entiende que para todo eso falta mucho tiempo, por más que se le ponga la etiqueta de "Estado" a Palestina. "Ya lo han hecho muchos países de la tierra y estamos igual. España no pesa más, tristemente", expone. 

Por eso, a su entender el mayor peso de la decisión del trío europeo es el simbólico. "Es un espaldarazo importante, que se avala a un Gobierno, a un pueblo, un derecho, que el reconocimiento implica un estatus nuevo y sin vuelta atrás después de casi ocho décadas de negación, eso es obvio". "El reconocimiento como Estado es una forma de decir que la comunidad internacional acepta que la causa palestina es legítima y, en el contexto de una ocupación beligerante prolongada por parte de Israel, esto ofrece un capital político considerable", ahonda. Palestina, incluso, "podría llevar a Israel ante un tribunal internacional de algún tipo", pero eso sería un largo camino por recorrer, asume. 

"La solución de los dos Estados es una contribución a la paz", defiende, pero por lo anterior el abogado "lamenta" no poder quedarse con la lectura ilusionante, sino con la "realista". "No se puede ofrecer mucho más a los palestinos en este estado de cosas. Un reconocimiento no da más derechos humanos ni más garantía, ni introduce más ayuda en Gaza ni salva de un checkpoint cisjordano. Un alto porcentaje de ciudadanos seguirá bajo la jurisdicción de Israel y nadie borrará los 600.000 colonos ilegales", enumera. 

Es una lectura muy extendida entre los palestinos: la estatalidad de etiqueta no da la estatalidad real, la conformación de un país, no lleva a cambiar los dominios y las administraciones de un día para otro. La analista palestina Yara Hawari, codirectora del tanque de pensamiento Al-Shabaka, es clara a este respecto: "Un acto político simbólico no puede poner fin a los crímenes israelíes ni garantizar la soberanía de los palestinos". 

"Tal como está, el reconocimiento del Estado de Palestina es una medida política y simbólica: señala el reconocimiento del derecho palestino a la soberanía sobre Cisjordania y Gaza. En realidad, no existe tal soberanía; más bien, como fuerza ocupante, el régimen israelí mantiene un control de facto sobre ambos territorios y controla efectivamente todo lo que entra y sale, incluidas las personas", incide. "Es difícil imaginar cómo el reconocimiento de un Estado que no existe cambiaría la realidad sobre el terreno para los palestinos que se enfrentan a una eliminación sistemática", remarca. 

Claramente frustrada, va más allá y se pregunta si este reconocimiento, por más que se haga con buena voluntad, no es más que una manera de no dar pasos más contundentes contra Israel, como por ejemplo los embargos de armas o comerciales y la imposición de sanciones internacionales. Una postura que en Europa apenas han defendido los aliados más de izquierdas en los Gobiernos español (sobre todo en tiempos de Ione Belarra, de Podemos) y belga; sanciones ha pedido también en una votación formal el Senado de Irlanda. "¿Qué significa el reconocimiento de la condición de Estado de un pueblo cuando se sigue siendo cómplice de financiar, armar y equipar al régimen que está destruyendo al propio pueblo de ese Estado?", se pregunta la politóloga. 

Desde Israel, la visión del reconocimiento es muy distinta, como era de esperar. El ministro de Exteriores, Israel Katz, ha dicho que el mensaje que se lanza al mundo es que "el terrorismo merece la pena", avalando los ataques de Hamás del pasado 7 de octubre, cuando mataron a 1.200 israelíes y secuestraron a más de 250. Reconocer a Palestina equivale a "recompensar a Hamás", había dicho ya anteriormente. 

El Comité Judío Americano (AJC, por sus siglas en inglés), al calor del debate, lanzó el pasado 10 de mayo un comunicado explicando por qué, a su entender, la medida supone "un gran revés para la paz", que es la lectura que Israel siempre ha defendido y difundido en los distintos encuentros, públicos y privados, con la prensa internacional. Entienden que se vería como "una gran victoria" de los islamistas y se estaría "enviando una señal a los militantes extremistas y a estados beligerantes de que todo el mundo haga lo mismo". 

Además, creen que se "socavan las posibilidades de retomar las negociaciones de paz", completamente muertas desde el verano de 2014, porque los palestinos verían una "recompensa" en la vía unilateral a la solución del conflicto, viejo de 76 años. Se violan, además, "los acuerdos palestino-israelíes existentes, que establecen claramente que las cuestiones sobre el estatus permanente están sujetas a acuerdos entre las partes".

"La Autoridad Nacional Palestina no satisface los criterios tradicionales para la condición de Estado, incluido el control sobre un territorio definido, una población permanente y un gobierno eficaz. La guerra entre Israel y Hamás pone de relieve que la Autoridad Palestina no controla la Franja de Gaza, aunque Gaza se considera parte del supuesto Estado palestino", destaca finalmente. 

El español Pedro Sánchez y el belga Alexander De Croo toman las manos del presidente palestino Mahmoud Abbas, en pasado 23 de noviembre en Ramallah.Photonews via Getty Images

La solución de dos estados

Los países que han anunciado hoy el reconocimiento palestino defienden que con su mensaje contundente esperan que otros estados se les sumen, que haya un impulso a la causa, sobre todo en la UE, que zarandee a Israel y modifique las cosas. Lamentablemente, Europa es apreciada pero no ha sido ni será en corto plazo un interlocutor, mediador o potencia que determine las cosas en Oriente Medio. Sólo Estados Unidos es quien puede inclinar la balanza. Antes no ha ocurrido, y eso que sólo 47 países de los 139 que tiene la ONU esperan a dar el paso, en su mayoría condicionados por sus lazos con Tel Aviv y Washington. 

Hasta ahora, la Unión ha mostrado cercanía con los palestinos, siendo uno de sus principales donantes en cooperación, pero sin batallar contra Israel. Por ejemplo, no le pedía cuentas por los proyectos demolidos o dañados en suelo palestino, algunos reiteradamente echados abajo, de escuelas a carreteras. Las primeras sanciones a colonos por violencia contra los palestinos -en la que cooperan incluso fuerzas de seguridad, como ha desvelado The Guardian- acaban de llegar, en abril pasado. Ha tenido que pasar Gaza para que se decidan. El cariño del que hablaba Erekat pasó con los años a desengaño por la inacción de Bruselas. 

España lidera ahora un grupo de cabeza que quiere cambiar ciertas cosas, pero en el pasado se pudo hacer más. Aparte de reclamar el dinero por la cooperación destrozada, un mayor aval a la ANP y al presidente Mahmud Abbas, por más que esté poco legitimado y rodeado de críticas y sospechas, había reforzado su idea de interlocutor válido, cuando Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, insiste en que "no tiene con quien hablar de paz", porque Palestina "apoya a los terroristas". El Gobierno palestino reconoce a Israel y apuesta por una vía no violenta para resolver el problema. 

En los inicios de la crisis de Gaza, Europa no se señaló para bien en defensa de los palestinos. Anunció de inicio que cortaba la ayuda, como castigo por la acción de Hamás, de lo que tuvo que desdecirse. La presidenta de la Comisión, la alemana Ursula von der Leyen, fue muy criticada por el parcial viaje a Israel que hizo al inicio de la ofensiva, en el que sólo había cabida para el dolor israelí y su derecho a la legítima defensa. "¡Usted ha expresado su total apoyo a Israel al comienzo de este genocidio!¡La sangre de los niños palestinos está en sus manos!", le espetaron en un discurso, en abril

Fue complicado pactar los comunicados finales de diversas cumbres de los Veintisiete, por el tono y las palabras, las condenas y las exigencias. Con el paso de los meses, Bruselas ha entendido que la proporcionalidad israelí estaba superada e incluso ha lanzado un plan de paz de 12 puntos, ambicioso, que tiene la creación del Estado palestino como meta. Su impulsor es Josep Borrell, jefe de la diplomacia comunitaria. 

Se trata de buscar una salida "creíble y global" al conflicto, dijo el español, empezando por un alto el fuego en Gaza y acabando con un estado palestino creado junto al israelí, dos vecinos con derechos y en paz, pasando por la normalización de relaciones entre Israel y los estados árabes y por garantizar la seguridad regional a largo plazo. Borrell incluso planteó la posibilidad de "imponer desde el exterior" el Estado palestino, si Israel se niega a estudiarlo y debatirlo. 

No habla de reconocimientos individuales, aunque cada país tiene derecho de hacerlos, y es justo eso lo que defienden los europeos que aún no asumen que Palestina es un estado pleno: creen que debe llegarse a esa realidad mediante un proceso negociador y no por partes. Lo mismo dicen Estados Unidos o Reino Unido, que en los últimos meses han defendido que los dos estados es el único horizonte de paz posible. "Una solución de dos Estados es la única manera de garantizar la seguridad a largo plazo tanto del pueblo israelí como del palestino. Para garantizar que tanto israelíes como palestinos puedan vivir en igualdad de condiciones de libertad y dignidad", apuntaba Joe Biden en noviembre pasado. 

Infiltrados
Un proyecto de Ikea

Tel Aviv sostiene que sólo se puede llegar a un acuerdo entre las partes mediante negociaciones directas, sin condiciones previas. En mitad de los bombardeos de Gaza, Netanyahu lo dijo sin medias tintas: "Israel seguirá oponiéndose al reconocimiento de un Estado palestino". Y de ahí no se mueve.