Un informe pide actuar con más interés no sólo en casos de explotación sexual, sino también en matrimonios y mendicidad forzados y tráfico para servicio doméstico.
En el mundo 151,6 millones de niñas y niños de entre 5 y 17 años se ven obligados o forzados a trabajar. Casi la mitad realizan trabajos peligrosos, como la manipulación de productos químicos o el transporte de cargas pesadas.
Rescatar a tres niñas que iban a ser vendidas como prostitutas en un viaje que hice a la India en 2002 trastocó mi vida para siempre. Era mi primer encuentro con el crimen de la trata humana, también conocido como esclavitud moderna. Saber que no era un asunto del pasado me dejó anonadado. Entendí que ser testigo de ello me convertía en cómplice si no tomaba acción.
Estoy en la calle. He renunciado a mi contrato de guardias y a la explotación laboral sangrante y despiadada. He renunciado a la esclavitud de un sistema sanitario absurdo que trata a sus profesionales como basura. He renunciado al pisoteo de un jefe que, como tantos otros en la medicina española, maneja su servicio como si fuera su cortijo.
No deja de ser curioso el éxito de estos libros y cursos tipo Conviértase en el líder que siempre quiso ser cuando uno observa el mercado laboral y percibe que la mayoría de los empleados somos subordinados que recibimos órdenes y que tenemos que acomodarnos a la voluntad de un jefe que, a su vez, tiene un superior al que debe obediencia.
Solo en Bangladesh un cuarto de millón de mujeres, muchas de ellas solas, trabaja para acallar su hambre y la de sus hijos. A nosotros, bienvivientes en el Occidente cristiano, democrático, libre y solidario, Fatema y todas las demás nos importan, de hecho, un carajo.
El empeño de la izquierda (o de cierta parte de ella) en centrarse en la desigualdad es completamente comprensible; pero que no espere que movilice a nadie. El problema no está en cómo de desiguales somos, sino más bien en cuáles son las consecuencias de dicha desigualdad en términos de las posibilidades de explotación de unos por otros que la misma ofrece. Esta es la clave del asunto, y en ello se debería centrar la agenda política de la izquierda española y global.
Las sociedades más socialdemócratas, o las que aspiran a serlo como la nuestra, se vanaglorian de que el Estado protector les salvaguarda de la ley del más fuerte. La realidad es más poliédrica cuando uno se topa con la realidad del mundo del trabajo y su dureza en España.
"Se busca becario en prácticas para estudio de arquitectura, experiencia mínima: 5 años". Que nadie se alarme, estas ofertas son habituales. Sabemos que las prácticas en empresas son una gran ocasión para aprender. También sabemos que muchas son fraudes que encubren puestos cualificados.