Entrar en 2024 por todo lo bajo

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Esta Nochevieja hubo una enorme concentración de bochorno por metro cuadrado en los alrededores de Ferraz

Concentración en Ferraz contra Pedro SánchezDiego Radamés - Europa Press

Nunca he sido fan de la celebración de año nuevo. Es una convención social con la que cambiamos el número del calendario, celebramos con irracional alegría una vuelta más al sol y con la que, en esencia, nada cambia. Seguramente nada hay más parecido a un 31 de diciembre de 2023 que un 1 de enero de 2024. Sobre todo en política. Os explico.

Antonio Gramsci decía que odiaba “esos año-nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión.” Tenía razón el comunista italiano, pero yo no los odio. Es cierto que son una fecha arbitraria sobre la que anualmente se arroja un manto ficticio de cambio y novedad que dura lo que dura la resaca del día siguiente. Sin embargo, no por ello dejan de ser importantes. Algunas de las cosas más relevantes de la historia se han hecho en nombre de convenciones sociales totalmente arbitrarias como la nación, el honor o la religión. También se puede hacer cosas importantes en nombre de un cambio de año. Aunque este no haya sido el caso.

Lo llamativo de esta última transición anual que nos ha tocado vivir ha sido lo novedosamente esperpéntico del paso. Y no lo digo porque hayamos sufrido una epidemia generalizada de vergüenza ajena que se haya precipitado sobre todas las casas españolas en tan señaladas fechas (o al menos no más de lo normal y tolerable durante este tipo de celebraciones). Lo digo por la enorme concentración de bochorno por metro cuadrado que se pudo ver concretamente en la madrileña calle de Ferraz.

No odio el año nuevo, pero simplemente hay ocasiones en las que la vergüenza ajena se me hace cuesta arriba. Y puedo soportarla con deportividad cuando se trata de chistes cuñados en torno a una mesa familiar o de programaciones viejunas en la televisión. Pero este año me cogieron desprevenido. Lo cierto es que nada cambió entre el 31 de diciembre y el 1 de enero. Solamente se multiplicó.

  Captura del vídeo con algunos de los manifestantes en FerrazEFE

El ridículo histórico de las protestas de la ultraderecha frente a la sede del PSOE en Ferraz fue menguando poco a poco sin claudicar en su intensidad declarativa. Pasamos de manera fugaz de la fase “la constitución destruye la nación” a la de “Sánchez y el Borbón la misma mierda son”, sin olvidarnos, por supuesto, de los tristes episodios de las muñecas hinchables y de los gritos de “prensa española manipuladora”. Sin embargo, esta vez el año nuevo lejos de transformar y marcar un antes y un después lo que hizo fue multiplicar lo existente. Es decir, multiplicar las dosis de bochorno ultraderechista a las que ya empezábamos a estar acostumbrados congregando frente a la sede del PSOE en fin de año a una multitud de tristes exaltados que prefirieron comerse las uvas delante de la sede del partido político que más odian antes que con su familia o amigos.

Posteriormente colgaron de una farola un muñeco del presidente del gobierno al que destrozaron atizándole con un palo y a civilizadísimo puñetazo limpio. La imagen final era una mezcla fatal entre los episodios más ridículos vividos en Ferraz y una escena que podría formar parte de una película de Berlanga. Una decadencia que produce entre risa y miedo. Un declive que, en definitiva, hizo entrar a la extrema derecha en 2024 por todo lo bajo. No solo pasaron la primera noche del año frente a la sede de aquello que más odian, sino que además consiguieron quedar retratados como lo que son frente a los ojos de todos los españoles desde la primera hora del año. Nada ha cambiado demasiado estos días, solamente se ha multiplicado. Tal vez sí sea cierto que el fin de año tiene algo de mágico.