Israel se la devuelve a Irán: el aviso preciso que debería reconducir las tensiones

Israel se la devuelve a Irán: el aviso preciso que debería reconducir las tensiones 

Tel Aviv no ha causado daños ni víctimas pero ha respondido. El mensaje lanzado: puedo atacar cuando quiera y donde quiera. Teherán dice que no ha pasado nada. Pero los golpes sin precedentes han cambiado el escenario y nadie se puede fiar. 

Ciudadanos de Teherán caminan por las calles con calma, en la mañana del viernes, tras el ataque de Israel a Isfahan.Fatemeh Bahrami / Anadolu via Getty Images

En la madrugada de este viernes se ha cerrado el círculo de lo nunca visto: Israel ha atacado a Irán en su propio territorio, como Teherán hizo a la inversa el sábado pasado. Nunca antes, en más de 40 años de relaciones rotas y tensiones en sube y baja constante, se habían lanzado proyectiles directamente un país contra otro. Esa caja de los truenos se ha abierto, las hostilidades han salido de las sombras y a ver quién es capaz ahora de cerrar de nuevo la tapa. 

Sin embargo, el movimiento del Gobierno de Benjamin Netanyahu habría que leerlo como una réplica ineludible, forzosa para no parecer débil, pero medida, controlada, en un intento de reconducir esta crisis, la más seria que se recuerda, suscitada al calor de Gaza, el apoyo del régimen de los ayatolás a Hamás y sus atentados y la ofensiva israelí posterior, que deja ya cerca de 34.000 palestinos muertos. 

Los aliados occidentales llevaban toda la semana reclamando a Tel Aviv que, aunque se defendiera porque estaba en su derecho, lo hiciera calculando mucho sus pasos y sus consecuencias. Nadie quiere un conflicto regional en Oriente Medio, de consecuencias imposibles de predecir pero sin duda brutales, y hay que intentar pararlo. 

En el día en el que el líder supremo de Irán, Ali Jamenei, cumplía 85 años, y a las puertas de la festividad de la Pascua judía, Netanyahu ha perpetrado un ataque contra una base de la fuerza aérea del país en la provincia central de Isfahán, con el que demostraba dos cosas: que puede penetrar con su armamento en el corazón de su adversario y que puede acercarse, además, a infraestructuras estratégicas. Porque no sólo es que su diana fuese una base militar, es que al lado de ella está el complejo nuclear de Isfahán, uno de los más importantes junto con el de Natanz para el desarrollo del programa atómico iraní, civil, según Teherán, puede que militar un día, teme Occidente. 

La prensa de Israel sostiene que el golpe se ha llevado a cabo con misiles de largo alcance pero montados en aviones, de forma que se evitara la capacidad de detección por parte del régimen de los ayatolás. Irán sostiene aún a esta hora que no ha habido ataque alguno, reconoce que se han detectado explosiones en la zona y, en sus medios, se hacen burlas con el tamaño de los drones que emplea el "enemigo sionista". Si no se asume que hay golpe, no hay necesidad de respuesta. 

"Gracias a nuestra vigilancia, se disparó a objetos voladores", a primera hora de la mañana el comandante en jefe del Ejército de Irán, el general de división Abdul Rahim Musavi, a la agencia iraní Defa Press, especializada en defensa. Ante la pregunta de si responderá a la agresión, Musavi afirmó: "Ya se ha visto la respuesta de Irán". Sin más. No se sabe siquiera cómo se ha logrado neutralizar el ataque. Se actúa como el que oye llover para no subir la apuesta y encender la región, que es justo lo que se le rogaba a las dos partes desde todos los flancos diplomáticos posibles, de la ONU a las potencias europeas, pasando por los socios de Oriente Medio. 

Sin embargo, aunque de esta se haya podido salir con bien, queda el mensaje en el aire. Israel ha decidido, ha elegido no hacer daño esta vez. Pero ¿y la siguiente, si la hay? Ha evidenciado que Irán es vulnerable. Se sabe que tiene peores sistemas de defensa aérea y menor capacidad de interceptación de ataques. Tel Aviv no ha lanzado una andanada masiva, como los 330 a 350 proyectiles, misiles y drones que lanzó la República Islámica el sábado pasado, pero puede hacerlo si se lo propone y le ayudan socios como EEUU. 

Y puede hacerlo en cualquier momento, porque se ha roto el tabú de los ataques directos, país a país, sin intermediarios o sin jugar en tableros vecinos, como Siria, Irak o Líbano. Esa vía, claro, no se cierra tampoco: en paralelo al ataque en Irán, la pasada noche se llevaban a cabo incursiones en Siria e Irak para atacar radares de la Guardia Revolucionaria de Irán desplegados en la zona, el mismo cuerpo del que murieron varios mandos en el ataque al consulado de Irán en Damasco (Siria) el 1 de abril y que supuso un giro en el enfrentamiento entre las dos naciones. 

La amenaza queda en el aire, ahora y a futuro, en un intento de reducir las posibilidades del otro con un nuevo contraataque porque el daño ha sido mínimo. Potencialmente es muy alto, pero en la práctica no ha cuajado en más, aposta. 

Los medios israelíes, en este viernes preshabat, a las puertas de su fiesta de Pesaj, repiten el mensaje transmitido por las autoridades de que "se pretende poner fin a la crisis actual" con la jugada de la pasada madrugada. Israel, especialmente los derechistas como Netanyahu y sus aliados, se enorgullecen de la percepción de que es la principal potencia militar en Medio Oriente y la disuasión es vital para mantener esa imagen, particularmente después del daño que Hamás causó durante sus ataques del 7 de octubre contra Israel. Este golpe se vende como una demostración de fuerza pero comedida.

A Washington se le avisó de lo que se iba a hacer y no puso reparos, con lo cual entendía también que era proporcional el nuevo ataque. "Take the win", le había recomendado a Netanyahu el presidente norteamericano, Joe Biden, animándole a quedarse corto en la bofetada siguiente después de haber salido con bien del ataque masivo de Irán -en buena parte con ayuda de EEUU, Reino Unido y hasta países árabes como Jordania-. Ganar es evitar una guerra más dañina y en esa clave parece haberse movido, por una vez Tel Aviv, pese a que su primer ministro ha hablado estos días de forma desdeñosa de lo que le dicen desde fuera, defendiendo su criterio de gestión.  

Un punto de inflexión

Es un momento decisivo para el estado de las relaciones entre los dos enemigos. Irán, hasta ahora, había tirado de lo que se denominaba "paciencia estratégica", encajando golpes pero sin responder de inmediato, buscando la mejor oportunidad para vengarse de la muerte de miembros de la Guardia Revolucionaria o de científicos de su programa atómico, también de ataques contra sus silos y caravanas de armas, centros de entrenamiento y grupos de su Eje de Resistencia, los apoyados por los ayatolás en todo Oriente Medio para hacer daño a Israel o a EEUU. 

Hace dos años, por ejemplo, Israel había sido acusado de atacar una fábrica de drones en Kermanshah hace aproximadamente dos años, así como de una serie de asesinatos de altos funcionarios nucleares iraníes, pero el contexto era otro, las acusaciones estaban ahí pero sin ir a más ni clamar venganza, se añadían al saco de reproches históricos.

Sin embargo, el ataque a su consulado damasquino se entiende como un punto de inflexión, por los 16 muertos y porque se tocaba una legación diplomática, entendida como propio suelo iraní en Siria, que necesitaba de una respuesta contundente. Lo fue, pese a que Israel la parase al 99%. Su operación, llamada "Promesa verdadera", ha cambiado el paradigma, más allá de quién empezó primero, quién respondió después. 

Israel, aunque los halcones de su gabinete pedían ir a por todas, se ha refrenado. No le interesa una guerra regional, no puede mantener tantos frentes abiertos, con Gaza y Líbano ya más que inflamados. EEUU le mantendrá su ayuda, pero ha amenazado con revisar sus relaciones si no cede en algunas cosas como corredores y una mejor entrada de ayuda humanitaria y, la más inminente, que no lance un ataque contra Rafah, en el sur de Gaza, donde se concentra un tercio de la población, sin escapatoria. Tel Aviv parece haber reavivado sus planes de ofensiva en la zona, que podría ser inminente, lo que medios como The New York Times entienden que es la manera de cobrarse el haber cedido o concedido un ataque menor a Irán. Otra vez, serían los palestinos los que pagarían las rencillas de otros en Oriente Medio

Entre las millones de cosas que están por ver, está la reacción de los grupos ultranacionalistas y religiosos que sustentan a Netanyahu, si les parece suficiente la respuesta o reclaman más carne, como reclamaban varios de sus portavoces en estos días calientes. Llamaban a "enloquecer" contra los misiles y drones de Teherán. 

El primer ministro ha atacado a Irán, lo que lleva años prometiendo, pero con un contexto de fondo en el que no puede mostrarse como líder fuerte: no se impone en Gaza, tras casi siete meses de conflicto, ni frena a Hezbolá, con decenas de miles de israelíes abandonando sus casas en el norte por miedo a los misiles libaneses. No tiene apoyo popular -las manifestaciones en su contra sólo pararon cuando a la gente se la confinó porque venían los misiles- ni legitimidad. Un factor que podría también radicalizar su respuesta en el futuro.  

"El ataque de anoche debe considerarse un intento de sacudir el barco regional para alcanzar nuevos acuerdos que pongan fin a los combates en múltiples frentes y subrayen a las partes involucradas el precio que se puede esperar de una guerra regional total", escribe en Haaretz uno de sus analistas de referencia, Amos Harel. Sin embargo, un intercambio directo no puede minimizarse. Algo se ha roto en el me das, te doy de estos años. Las reglas del juego, como se dice, han cambiado y sólo queda incertidumbre. 

Aunque la laxitud del castigo israelí haya podido liberar a Irán de una réplica mayor, la naturaleza de los ataques de esta semana ponen a los actores en un papel nuevo. Nadie sabe cómo se empleará ahora a los agentes proxys de Irán, su brazo ejecutor para tantas cosas, pero que tampoco dejan de ser autónomos y pueden decidir actuar por su cuenta, de las milicias iraquíes a los hutíes de Yemen. ¿Se desbocarán, habrá ataques puntuales, los alentará Irán o se frenará? Es una de las grandes incertidumbres mundiales, desde lo humanitario o lo económico, con el mar Rojo y su valor para el paso de mercancías en el centro de mira. 

Benjamin Netanyahu y Ali Jamenei, en sendas imágenes de archivo.Sean Gallup / Iranian Leader Press Office / Getty

Es evitable

Vienen aires de nueva Guerra Fría en la región, con el alma en vilo constantemente, haya o no nuevas agresiones, sean más o menos violentas. Entrar en esa dinámica es pisar minas, cualquier error de cálculo puede acabar causando más daño del previsto y generar nuevas crisis, peores, más sanguinarias. Se dice que los dos estados en conflicto quieren alejarse de la guerra, como sus aliados mundiales, pero los pasos se dan justo en esa dirección. 

Es un cliché recordar la Primera Guerra Mundial, pero la forma en que un asesinato en Sarajevo desató una cadena de acontecimientos que arrastraron a los países a la guerra, a veces en contra de sus convencimientos, es una lección que no se debería olvidar. A veces las cosas se descontrolan y Oriente Medio es un terreno seco, dispuesto a prenderse con la más mínima chispa. 

Pese a la angustia de lo que vendrá y los mensajes que se repiten sobre la inevitabilidad de la guerra, queda la constancia de que, con voluntad política, se puede parar. Claro que sí. Con cabeza y queriendo. El abismo que señala el jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, está ahí, pero no hay por qué despeñarse. Históricamente se han evitado -Bahía de Cochinos sale a la palestra en la prensa de EEUU en estos días- y puede repetirse. 

En el caso que nos ocupa, la solución de raíz está en Palestina, su paz y sus derechos. Mientras no se resuelva, el riesgo estará siempre presente. En los cielos de Israel y en Isfahán. Ahí debe estar la comunidad internacional.