El verdadero diablo viste Chanel

El verdadero diablo viste Chanel

Diana Vreeland nos enseñó que las mejores cosas de la vida son gratis. Y que tienen que ver más con la imaginación, la personalidad y la osadía, que con ninguna de las cosas que se venden en las revistas.

La moda tiene una gran memoria, y a veces unas lagunas

imperdonables. Sin complejos reconoce que se alimenta de

una constante revisión de ideas. Declaradamente

nostálgica, imagina el futuro mirando al pasado porque

sabe que sin perspectiva histórica, es difícil intuir la

tendencia. Por ello no se entiende que durante tantos años

el nombre de Diana Vreeland (París, 1903-New York, 1989)

se limitara a unas cuantas biografías poco relevantes. La

más reciente historia se empeñó en hacernos creer que el

diablo vestía de Prada cuando, el verdadero, eligió Chanel.

El documentalThe eye has to Travel (Octubre Canal+)

recién estrenado en USA, muestra por qué está leyenda

sigue hoy más viva que antes de su muerte.

A través de su desgarradora voz y de testimonios de los

importantes personajes que tuvieron el privilegio de

acompañarla, podemos descubrir la apasionante vida de

esta mujer que sacudió la cursilería de las revistas

femeninas, elevó la fotografía a categoría de arte y aglutinó

en torno a la moda lo más valioso de la cultura del siglo XX.

Ella fundamentó los conceptos que todavía hoy rigen la

moda.

Con 33 años, y después de ser madre de dos hijos, asitió a

una fiesta en el Hotel Saint Regis de New York y bailó toda

la noche con su apuesto marido Reed Vreeland. Su vestido

blanco de encaje de Chanel deslumbró a la Editora de la

revista Harper's Bazaar, Carmel Snow, que al día siguiente

le propuso ser Directora de moda. "Nunca he estado en una

oficina, ni me he vestido antes de mediodía". dijo Diana.

"Pero pareces saber mucho de ropa" respondió Snow. Sólo

tendría que hacer lo que ya hacía de todas maneras.

Durante los 25 años que estuvo en la revista no dejó de

escribir su famosa columna Why dont you...? donde sugería

a la lectora excéntricas y delirantes propuestas como lavar

el pelo rubio de los niños con Champagne o colgar un

mapamundi en la habitación de los pequeños para que no

crecieran provincianos.

Siempre creyó que la misión de las revistas de moda era

dar un punto de vista. "La mayoría de la gente no lo tiene y

lo necesita, es más lo esperan". Su mítica amistad con el

fotógrafo Richard Avedon dió lugar a imágenes inolvidables,

auténticas obras de arte, que hoy siguen siendo fuente de

inspiración.

La película Funny Face (1956) de Audrey Hepburn y Fred

Astaire está recreada en ellos. "Diana -dijo Avedon- inventó

la profesión de editora de moda. Antes de ella sólo existían

señoritas de la alta sociedad que ponían sombreros a otras

señoritas como ellas".

 

 

En 1962, el editor Sam Newhouse le regaló a su mujer la

mejor editora de moda posible para Vogue y Diana

abandonó Harper's y se convirtió, por primera vez, en

directora de una publicación. Amó apasionadamente los

años sesenta porque le recordaban a los veinte, donde todo

se echó abajo y se renovó. Se convirtió en el oráculo del

mundo. Agitó la influencia de la música, el cine, las modelos

y los fotógrafos y animó a la gente a abrazar lo nuevo con

humor y pasión. Empujó los límites personales en el vestir

porque sabía de moda pero no se quedaba atascada en

ella.

Aunque despertó a Vogue de su letargo y encendió la

mecha cultural de la revista hasta convertirla en un

referente, fue despedida fulminantemente ocho años más

tarde. Los motivos aparentes fueron sus estratosféricos

gastos (cinco semanas en Japón para realizar una

producción de moda), su indomable carácter (la exigencia a

sus empleados alimentó su fama despótica descrita en

¿Quién eres tú, Polly Maggoo?, 1966) y porque, según ella

misma decía, sus editores querían otro tipo de revista.

A veces se prescinde de una directora para cambiar la

publicación. Y otras, paradójicamente, para que la revista

siga como siempre. La sustituyó su segunda al mando,

Grace Mirabella, cuya mayor innovación fue pintar de beis

el despacho rojo de Vreeland e intentar seguir sin su talento

su estela. Hasta que en 1988 Anne Wintour apareció en

escena.

Con 70 años vivió su acto más exitoso. Le ofrecieron ser

consultora del Costume Institute del Metropolitan Museum

de Nueva York (MET). En la última etapa de su vida consiguió que

el MET se rindiera a su talento y que los diseñadores fueran

reconocidos como artistas de su tiempo.

Fue contratada para persuadir a la gente rica, abrir sus

baúles y utilizar sus trajes en las exhibiciones. Pronto quedó

claro que ella quería también orquestarlas.

Sus originales e irreverentes exposiciones cerraron

magistralmente el círculo de esta leyenda irrepetible.

Diana Vreeland tuvo la suerte de nacer en París, educarse

en Londres y vivir en New York. Protagonizó las mejores

épocas de siglo XX: La belle epoque, el art noveau, la

coronación de Jorge V, el esplendor de los Ballets Rusos, la

alta Costura, la explosión del movimiento hippy, la

revolución sexual y la carrera espacial. Durante estas seis

décadas fue clienta de Coco Chanel, descubridora de

Lauren Bacall, consejera de Jackey Kennedy (le presentó a

su modista oficial Oleg Cassini), madrina de Twiggy, e

inspiradora de Warhol e Irving Penn. Y encumbró el biquini

("Lo más potente desde la bomba atómica") y el blue jeans

("Lo más bello después de las góndolas").

Este devenir por el espacio y el tiempo y su fabulosa

imaginación la hicieron afirmar rotundamente "The eye has

to travel" (el ojo tiene que viajar) pensamiento íntimo que

ha dado nombre al libro y posterior documental que su nieta

política, Lisa Inmordino Vreeland, le ha querido rendir como

homenaje.

 

 

Realizó en las demás mujeres el milagro que la moda hizo

con ella. Extraordinariamente fea, su madre la acomplejó

más con sus comentarios, que su nariz aguileña.

Transformó la inseguridad de su aspecto, en su herramienta

de estilo. Y como no entraba en ningún molde de la época

diseñó su propia personalidad, se inventó a si misma y

escribió el guión de su vida. "El estilo lo es todo. Es una

manera de vivir. Sin el no eres nada."

Ensalzó los defectos para reivindicar la belleza de lo

imperfecto. Bárbara Streisand, Marisa Berenson, Veruschka,

Anjelica Huston, Plisetskaya, María Callas se convirtieron,

gracias a ella, en el paradigma del nuevo modelo de

belleza. Hizo que estuviera bien visto que las mujeres

fueran llamativas, ambiciosas y extravagantes, no sólo

bellas. Entendió la genialidad de lo vulgar. Y el vigor de un

toque de mal gusto. Combinó lo mundano, lo elegante y lo

mediocre. Y afirmó sin parar: "Demasiado buen gusto

aburre".

Entendió que las mujeres ya no se dividían entre ladies

vanidosas o amas de casa sacrificadas interesadas en

comprar un vestuario para viajar y otro para ayudar a la

Cruz Roja. En Harper's enterró a las señoritas de la alta

sociedad para reflejar en Vogue a las mujeres de su tiempo.

La fantasía fue un pulso que hizo que todo estuviera vivo

dentro de ella. Inventó la palabra Faction (de fact y fiction)

para definir la ficción documentada y justificar sus célebres

mentiras y exageraciones. "No cuentes la historia si es

aburrida. Invéntate algo". De esta manera ella revelaba la

verdad del mundo de la moda con más veracidad que si los

hechos hubieran sido ciertos. Creyó que los sueños eran la

única realidad certera. Por eso nunca quiso visitar la India,

a pesar de adorar su estética. Sabía que no iba a encajar

con la idea que tenía en su cabeza.

En las producciones no hablaba de fotos, sino de historias.

Imaginaba situaciones que hicieran volar la imaginación

porque sabía que su trabajo era darle a la gente lo que no

tenía en casa. "Un vestido nuevo no te lleva a ningún sitio.

Lo que importa es la vida que llevas con ese vestido"

Fue la primera blogger. Casi a diario escribía sus

pensamientos para entusiasmar con sus ideas a su equipo,

con el que jamás se reunía antes de mediodía y al que

estrictamente veía para expresar sus deseos.

 

 

Lo suyo era puro instinto. Se hubiera reído a carcajadas del

marketing y de los estudios de mercado. "No debes darle a

la gente lo que quiere, si no lo que no saben que quieren".

En una ocasión, después de criticar ferozmente el exceso

de anuncios de las revistas, le preguntaron qué opinaba a

ese respecto su responsable de publicidad "No lo sé. Nunca

le veo". ¿Ni siquiera se cruza con él en el ascensor?",

insistieron. "Por supuesto que no. Los comerciales no

toman el mismo elevador".

Con ella las modelos dejaron de ser maniquíes y mostraron

su personalidad. Alabó el acento obrero de Twiggy como

parte ineludible de su encanto. Y al mismo tiempo, enseñó a

las actrices y cantantes a posar como modelos. "Las

celebridades son más interesantes porque te identificas con

ellas". Para ella, la belleza venía del carácter.

Aportó arte y creatividad a Harper's como editora de moda,

incorporó la moda a la cultura en Vogue y resucitó el

moribundo MET, donde comprendió que el espíritu de una

época era más importante que los hechos.

Cuando lucía sus mitones púrpura no sólo transmitía

excentricidad, sino un mensaje de individualidad,

inconformismo e independencia que avalaban su idea

repetida de que "Vestirse no es cambiarse de ropa".

"Se convirtió en el arquetipo y estereotipo de una editora de

moda -escribió en Allure Marc Jacobs- Nadie ha sido como

ella. Ha habido personalidades fuertes, pero no otra Diana

Vreeland. Anna Wintour es igual de poderosa, si no más

poderosa. Pero es diferente. El espíritu de descubrimiento y

la celebración de lo singular y nuevo es lo que hace a una

gran editora. Mrs. Vreenland fue pionera en esa clase de

acercamiento."

Diana Vreeland nos enseñó que las mejores cosas de la

vida son gratis. Y que tienen que ver más con la

imaginación, la personalidad y la osadía, que con ninguna

de las cosas que se venden en las revistas.

 

Las imágenes que acompañan este artículo son fotogramas del documental 'The Eye has to travel'.