¿Un Tucídides sin Pericles?

¿Un Tucídides sin Pericles?

Estatua del historiador griego Tucídices.Getty Images/iStockphoto

Los historiadores deben ser puntuales, verdaderos y nada apasionados. El interés, el miedo, el rencor y la afición, no deben hacerles torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

El Quijote, I, IX.

Según Francisco Rico esta cita de Cervantes es una variante de la definición de Historia que dio Cicerón en su De oratore, siguiendo a Heródoto y Tucídides. El autor del Quijote la habría conocido traduciendo a Tito Livio en el Estudio de López de Hoyos, como cuento en mi novela Cerbantes en la casa de Éboli.

Traigo esto a cuenta del "apasionamiento" y la "afición" que pone el nuevo presidente de Cataluña, Quim Torra, en torcer el camino de la verdad, no solo en sus afirmaciones públicas de esta última etapa, cuyo carácter etnicista y supremacista ha sido demostrado por activa y por pasiva,sino durante toda su trayectoria profesional, distribuida profusamente por él mismo desde que postuló su candidatura a president, solo culminada tras cejar Torra en sus pretensiones provocativas y abiertamente ilegales.

Sobre el supremacismo de Quim Torra existe amplísima anuencia internacional,pero aquí me ocuparé de un artículo firmado por él el 14 de julio de 2017 en el que —a propósito de las discusiones con su amigo Vicenç Pedret sobre la tesis doctoral de este último titulada Les lliçons de la historia— el nuevo President concluye: "El uno de octubre pasará, pero siempre nos quedará Tucídides".

¿De qué se hablaría en unas discusiones que el propio Torra califica de "conspirativas"? Por no mencionar la tesis de su amigo, ya que el "rencor y la afición" del doctorando seguramente lo llevarían a torcer el camino de la verdad que condenaba Cervantes.

Inferir de la lectura de Tucídices el más mínimo apoyo a las pretensiones del "proçés" es un disparate: me atrevería a calificar de 'fake new' esta aseveración

Desde luego, si su ejercicio académico habla de la Guerra del Peloponeso y llega a la conclusión de que Tucídides abona las pretensiones secesionistas catalanas, seguramente es porque la obra del historiador griego se habrá visto cercenada para eliminar de ella a Pericles, su gran protagonista, el político ateniense por excelencia y fundador de aquella democracia.

No he leído ese escrito pero sí la obra de Tucídides desde la primera a la última página. Inferir de su lectura que se deduzca de ella el más mínimo apoyo a las pretensiones del "proçés" es el mayor disparate que pueda formularse contra el hilo conductor de toda aquella obra. Yo me atrevería a calificar de fake news una aseveración así.

Como se sabe, la Guerra del Peloponeso terminó con el sistema democrático de las polis griegas, encabezadas por Atenas, que fueron la cuna de la civilización Occidental. El desencadenante de la guerra fue precisamente la pretensión de Mégara —ciudad perteneciente a la gran Liga Ateniense—, de separarse de ella para vincularse a la Liga del Peloponeso, o Lacedemonia, encabezada por la Esparta dictatorial y militarista. Esta última rechazaba formalmente cualquier pretensión de solidaridad entre sus miembros, otorgándoles una condición ficticia de independencia.

Las conclusiones que extraje de la lectura de la obra de Tucídides están en mi trabajo "El paradigma de Pericles, el 'Teorema de Coase' y la Unión Europea", publicado en Revista de Occidente en 1997,artículo que citaré aquí profusamente para demostrar su incompatibilidad con el procés, e incluso con algo mucho más limitado que la independencia, como sería la reconducción del mismo desde la secesión a proponer una confederación entre Cataluña y el resto de España.

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Quien denunció esa incompatibilidad fue precisamente Pericles ante la Asamblea ateniense, exponiendo que el imperio de Atenas se basaba en la decisión democrática tomada por su asamblea sobre los asuntos de interés común que afectaban a la Liga Marítima y que no necesariamente coincidían con la suma de intereses de sus ciudades-estado. Pericles contrapuso la constitución ateniense a la débil organización de la Liga Lacedemonia, de tipo holgadamente confederativo, ya que esta, "al no contar con una asamblea única, no podía llevar nada a término sobre la marcha y rápidamente; y al tener todos un voto igual, sin ser del mismo pueblo, cada uno se preocupaba por sus propios intereses...: cada uno piensa que ya se ocuparán los otros de tomar precauciones en lugar de uno, y en virtud de este razonamiento que todos se hacen particularmente el interés común se va arruinando sin que se den cuenta."

Esto es, el núcleo esencial de la guerra que acabó destruyendo la democracia griega fue la contraposición entre dos modalidades de constitución política: la de la Liga Lacedemonia, de Esparta, y la Liga Marítima, de Atenas. La primera proclamaba la total independencia de las Polis confederadas, articulándose como una simple unión ocasional para la defensa de intereses puntuales basada en la cooperación voluntaria (tutelada por la hegemonía militarista espartana, de carácter dictatorial). La segunda proclamaba la prioridad de los intereses comunes y decidía sobre ellos mediante el diálogo, el consenso y la votación democrática, concediendo plena autonomía a las Polis participantes en los asuntos e intereses que les eran propios (sus "competencias", diríamos hoy).

El argumento central de Pericles para negarse a la separación de Mégara, asumiendo el riesgo de ir a aquella guerra, se fundamentó en la existencia de intereses verdaderamente comunes a las ciudades federadas, lo que significa que cada una asume la obligación de participar equitativamente en las cargas imprescindibles para disponer de lo que hoy denominamos bienes públicos indivisibles. Y significa también que existe una separación nítida entre quienes disfrutan de los beneficios de participar en la Federacion y quienes no lo hacen. En términos de la moderna teoría de la acción colectiva tal separación exige que no exista opción de salida —por mucho que la pertenencia a la Federación haya sido decidida voluntariamente por sus miembros en un momento anterior—, ya que de otro modo ésta podría utilizarse para evitar pagar los costes, habiendo disfrutado previamente de los beneficios de la unión, lo que generaría desconfianza permanente en la voluntad de continuidad de todos los participantes. Esto es lo que podría suceder actualmente en la Unión Europea si el Brexit otorgase a Gran Bretaña las ventajas que obtienen sus miembros sin compartir equitativamente las cargas.

En términos constitucionales esto equivale a negar el derecho a la autodeterminación dentro de los Estados. Pericles afirmó este principio con firmeza inamovible: "...si cedéis en esto, al punto recibiréis otras órdenes de mayor importancia, pues creerán que esta vez habréis obedecido por miedo; si, por el contrario, os mantenéis firmes, les haréis ver con claridad que es preferible que os traten en pie de igualdad."

Lo que enseña la historia escrita por Tucídides es que en su tiempo la ciudad-estado había dejado de ser autosuficiente y su permanencia como unidad independiente resultaba insostenible

Lo que enseña la historia escrita por Tucídides es que en su tiempo la ciudad-estado había dejado de ser autosuficiente y su permanencia como unidad independiente resultaba insostenible. En tales condiciones el bien público colectivo habría exigido la aparición de un tipo de unidad superior con capacidad para garantizar la comunidad de acción. La historia de la Grecia clásica durante el siglo IV a.C. puso de manifiesto que, al no asumir voluntariamente esta evidencia por parte de los griegos, la unidad vino a serles impuesta por Filipo de Macedonia —seguido de Alejandro y, más tarde, del imperio romano— al precio de la pérdida de las libertades políticas que hicieron de aquel mundo la cuna de la civilización política universal. Esto no constituyó una pérdida especialmente sensible para la sociedad espartana, ya que su estructura política autoritaria quedaría ratificada por la de Macedonia, pero sería sentida como la pérdida de algo que la civilización ateniense había considerado como la esencia de la vida aceptable.

Todo ello llevó a la degradación absoluta de la vida política porque, "al mismo tiempo que la Ciudad-estado perdía capacidad de acción, la participación en la vida pública dejó de interesar a los individuos más dinámicos, que ya no tenían la oportunidad de acceder a la verdadera esfera de toma de decisiones". La política fue objeto de una selección negativa: solo participaban en ella los individuos menos preclaros, ya que la idea de autarquía, que para Platón y Aristóteles había sido el atributo de la Ciudad-estado, se la apropió el individuo, de modo que para las escuelas de pensamiento helenísticas (epicúreos, cínicos y estoicos) la vida buena vino a significar estar fuera o no participar en la vida pública. vi

Algo de todo esto venimos presenciando durante el último decenio, tras la explosión del modo de vida occidental provocada por quienes tenían el mandato implícito y la responsabilidad de preservar el sistema económico vigente. Como puso de manifiesto el período de entreguerras, la irresponsabilidad absoluta de los dirigentes económicos provoca también la descomposición incontrolada del sistema político. Y, ahora como entonces, el colapso del sistema político da pié a la aparición de iniciativas absolutamente irresponsables, calificadas de populistas, en las que las banderas etnicistas de todo tipo se benefician del atractivo morboso que proporciona el repliegue hacia el vientre materno identitario y de la confianza ciega en lideres mesiánicos de ínfima calidad.

¿Es irreversible la deriva irredentista de los independentistas catalanes; o es algo provocado en última instancia por la incomprensión anticatalanista demostrada por la derecha española hipernacionalista y, por lo tanto, reconducible? Nadie lo sabe. Hace dos decenios que la queja catalanista se hace eco de la que esgrimieron los Corintios cuando la Liga Lacedemonia debatía en asamblea la posibilidad de declarar la guerra Arquidámica a la Liga Marítima, al criticar a Esparta porque "Quienes tienen la hegemonía deben, a la vez que se ocupan por igual de los intereses particulares, ser los primeros en cuidarse del interés general".

Si es así, el reciente cambio de gobierno remueve los obstáculos que venían bloqueando el intento de llegar a acuerdos para que "la guerra Arquidámico-secesionista" no tenga lugar. Puede no ser así, en cuyo caso las próximas elecciones generales engrosarán el caudal de votos que reclaman el enfrentamiento abierto y la suspensión de la autonomía catalana por tiempo indefinido. Pero se ha abierto una ventana de oportunidad que permite rediseñar una autonomía plena que abra paso a otros cuarenta años de convivencia fructífera. No hay mucho tiempo y la tarea es ardua, pero merecería la pena intentarlo.

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