Los chistes de tu cuñado ya los contaban los romanos

Los chistes de tu cuñado ya los contaban los romanos

El 'Philogelos' es considerado el libro de chistes más antiguo de la historia y sigue estando de actualidad.

NBCUniversal

Si alguna vez has pensado que los chistes que hace tu cuñado están pasados de moda, estás en lo cierto. Literalmente tienen casi 2000 años. Los romanos ya contaban chistes malos similares que han perdurado hasta hoy en día, con el demérito de que para muchos ya no tienen gracia.

La recopilación de chistes más antigua del mundo data del siglo IV d.C, en la época del gran Imperio romano, y se llama Philogelos (algo así como “amante de la risa”) y en él se encuentran chistes como este, que seguro que te han contado en más de una ocasión:

“El peluquero preguntó:

- ¿Cómo quiere que le corte el pelo?

El cliente contestó:

- En silencio”.

“Los romanos tenían mucho humor y lo demostraban con recopilaciones como el Philogelos, con la que plasman lo capaces que eran de reírse de sí mismos. Este es el más antiguo que se conserva, pero hay referencias que nos hacen pensar que hay otros anteiores”, detalla Néstor F. Marqués, arqueólogo fundador de la página Antigua Roma al Día. “En el periodo clásico griego ya se menciona alguno y en Roma el primero que hace una referencia así es el dramaturgo Plauto, del siglo II a.C, casi seis siglos antes de este libro”, apunta.

En el Philogelos se encuentran más de 265 chistes escritos en griego que se atribuyen a Hierocles y Philagrios. Aunque lejos de ser autoría suya, ellos se dedicaban a recopilar lo mejor que se escuchaba entre la aristocracia romana. “Hay documentos que demuestran que los romanos se reunían o que en ciertas agrupaciones de personas se contaban chistes y se escribían los mejores en esta recopilación”, recuerda Marqués.

En el Philogelos encontramos chistes de muy variadas temáticas. Como los de scholastikos (algo así como intelectuales o pedantes) o sobre avaros, eunucos (hombre castrado), borrachos o médicos, y también algunos de humor negro, cómo no, donde las crucifixiones eran las protagonistas.

  Fotograma final de 'La vida de Brian'.Handmade Films

“Los romanos no tenían esos tabúes que tenemos hoy en día, estamos hablando de una sociedad muy clasista. Si me puedo reír del que es inferior, lo voy a hacer”, explica el arqueólogo.

Aunque algunos estereotipos como los scholastikos o, por supuesto, los eunucos, se han perdido a lo largo de la Historia al ir cambiando la sociedad, hay otros que se han mantenido.

“Eran muy comunes los chistes de abderitas (habitantes de la ciudad de Abdera, en la zona balcánica de Tracia) que eran tomados como tontos”, explica Marqués. Algo que se ha hecho muchos años en España con los habitantes de la localidad onubense de Lepe.

No se libraban de otros chistes más rancios y machistas, que eran totalmente normales en la sociedad del siglo IV d.C. “Hay chistes de maridos que pegan a sus mujeres y mujeres que odian a sus maridos. Lo que no podemos hacer es compararnos a todas horas con una sociedad que tiene 2000 años y que, aunque tenemos bagaje cultural, no nos parecemos”, apunta Marqués.

Había chistes de eunucos (con la falta de masculinidad que se ha asociado más recientemente a la homosexualidad) y chistes machistas, pero no era común reírse por motivos raciales. “No había racismo en el sentido colonialista. Si una persona había nacido en Asia o en África les daba igual, lo que importaba era la clase social. También si saltaba de clase. Por ejemplo, a un esclavo se le daba la libertad, se le trataba bien. Creo que esa diferencia de pensamiento hace que tuvieran mucho sentido del humor”, detalla.

En pleno debate por la libertad de expresión y con una larga saga de políticos que se ofenden cuando se bromea sobre ellos, conviene recordar que en la Antigua Roma había emperadores que se tomaban con humor los chistes sobre ellos. Sí, en una sociedad en la que estaba permitida la pena de muerte. “Circulaban chistes sobre Augusto,  pero se tomaba muy bien el tema del humor”, señala.

Durante las fiestas Saturnales, el emperador hacía unas curiosas rifas con objetos de broma. “Se sorteaban ropas muy caras, oro e incluso dinero en efectivo, y tenía los premios totalmente contrarios: una esponja, un manto hecho con pelo de cabra y cosas totalmente de coña”, detalla el arqueólogo.

Ese humor, según el contexto, también se permitía en los círculos del ejército, todo por pura superstición. “En los desfiles triunfales se dejaba que los soldados hicieran chistes de los generales victoriosos sin que hubiera consecuencias. Si se humillaba al general en un momento de máxima gloria era mucho menos probable que los dioses tuvieran envidia de su éxito”, recuerda Fernando Lillo, Doctor en Filología Clásica.

  Emperador enfrentándose a romano en 'La vida de Brian'.Handmade Films

Las consecuencias de los chistes estaban limitadas también por la persona sobre la que bromeasen. Más allá de su estatus social, importaba cómo era el gobernante, su carácter. Y, en este caso, no es comparable Augusto con los conocidos como emperadores “crueles” de Roma: Calígula, Nerón o Cómodo

“En la época del Imperio estaba el emperador que gobernaba sobre todo y, por otro lado, el Senado, compuesto por la aristocracia romana. Hay emperadores que guardaban bien las formas y mantenían la farsa de que la República seguía viva y otros que no, que eran totalmente autoritarios y no tenían en cuenta al Senado. Sobre estos satirizaban más los aristócratas”, recuerda Marqués, autor del libro Un año en la antigua Roma (Espasa).

En referencia al emperador Cómodo, Lillo recalca las fatales amenazas que sufrían quienes osaban reírse de él en público. “Bajó en una ocasión a la arena del anfiteatro y mató a un avestruz cortándole la cabeza e hizo un gesto hacia los senadores de las gradas como diciéndoles que ese iba a ser su destino. A ellos les dio la risa, no se sabe si por lo ridículo de la situación o por el miedo que sintieron. El caso es que tuvieron que comerse las hojas de sus coronas de laurel para no reírse y conservar la vida”, detalla Lillo.

  Joaquin Phoenix como Cómodo en 'Gladiator'.Universal Pictures

En el otro extremo estaba Augusto que admitía la burla de él mismo y hasta la de su madre. “Había incluso un chiste que contaba que Augusto se enteró de que había un hombre que acababa de llegar a Roma y se parecía mucho a él. Pidió que lo llevaran ante él. Cuando llegó, Augusto le preguntó si su madre había estado alguna vez por Roma y el hombre le dijo: ’Mi madre no, pero mi padre sí”, señala Marqués.

Además de este recopilatorio de chistes y las clásicas comedias o espectáculos de mimos o bufones de las clases más altas, que trascendieron también durante la Edad Media, los romanos dejaron sus propios grafitis humorísticos en Pompeya.

“Los grafitis de Pompeya ofrecen algunos ejemplos de bromas e insultos jocosos. En las paredes se tallaban caricaturas de personajes de la ciudad exagerando sus rasgos faciales; en otros lugares se escribía de uno que era un ladrón o de otro que estaba calvo…”, recuerda Lillo, autor de Un día en Pompeya (Espasa).

Entre esos grafitis, Lillo destaca uno con el siguiente mensaje en un establecimiento de hostelería:

“Nos hemos meado en la cama. Lo confieso. Si preguntas por qué: no había orinal”.

En este mismo sentido, Lillo recuerda que también estaban permitidas hasta las bromas con los carteles electorales en los que se podían ver mensajes como: “Los ladronzuelos proponen a Vatia para edil”.

Otro signo que denota el humor de la sociedad en la Antigua Roma era lo que se conoce como el cognomen, el tercer nombre que hoy en día sería como el apodo.

La surrealista escena de La vida de Brian en la que acuden a una lapidación y el judío amigo del protagonista llama a uno de los asistentes “narizotas” no es casualidad. Ese era el apodo del escritor Ovidio, que se llamaba Publio Ovidio Nasón (narizotas), aunque no tenía ese rasgo sino que era heredado.

Como explica Marqués, el cognomen se puede comparar a los nombres familiares que se mantienen hoy en día en los pueblos, pero no necesariamente tenían —ni tienen— un carácter jocoso. “Con Cicerón pasaba: “cicero” es garbanzo. Se supone que un antepasado suyo tenía un grano en la nariz con forma de garbanzo. De ahí le venía el nombre, de esa rama de su familia”, apunta.

Para compararnos con los romanos siempre se utilizan las mismas manidas aportaciones. Que si gracias a ellos tenemos carreteras, acueductos o alcantarillado. Pero pocas veces se tiene en cuenta lo mucho que nos une ese carácter social y Mediterráneo que es contar chistes. El humor, al final, no entiende de siglos.

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Marina Prats es periodista de Life en El HuffPost, en Madrid. Escribe sobre cultura, música, cine, series, televisión y estilo de vida. También aborda temas sociales relacionados con el colectivo LGTBI y el feminismo. Antes de El HuffPost formó parte de UPHO Festival, un festival urbano de fotografía en el marco del proyecto europeo Urban Layers. Graduada en Periodismo en la Universidad de Málaga, en 2017 estudió el Máster en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo y en 2018 fue Coordinadora de Proyecto en la Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE. También ha colaborado en diversas webs musicales y culturales. Puedes contactarla en marina.prats@huffpost.es