¿Pandemia o sindemia?

¿Pandemia o sindemia?

Vivimos, nos guste o no, en una sindemia, y lo que toca ahora es actuar con responsabilidad social.

Una pieza de repostería en forma de coronavirus. MICHAL CIZEK via Getty Images

Si hacemos caso a la mitología griega Pan –el hijo de Hermes– era el semidiós de los pastores y el protector de los rebaños. Nunca tuvo ningún interés por vivir rodeado de la fastuosidad del monte Olimpo y prefirió hacerlo de una forma más humilde entre los bosques de la Arcadia, región helénica en la que contaba con numerosos santuarios. Allí se le relacionaba con el amanecer y el atardecer.

Los relatos nos cuentan que se divertía persiguiendo a las ninfas, las cuales huían nada más advertir su presencia, ya que tenía un aspecto inquietante. El dios Pan era mitad cabra y mitad hombre, y estaba cubierto por una confusa mata de pelo y sus patas terminaban en dos gruesas pezuñas.

Los griegos utilizaron el término “pánico” para referirse al terror repentino que experimentaban los humanos cuando se adentraban en lugares solitarios y molestaban al dios, especialmente cuando disfrutaba de los placeres de la siesta.

Platón y Aristóteles fueron los primeros en emplear el vocablo “pandemia” –derivado del dios Pan– para referirse a todo aquello que “concierne a toda la gente” o bien que es “público”. 

En El banquete, el filósofo Platón fue un poco más allá y explica que el “amor pandemia” es vulgar, es el que siente la gente inferior, a la que le atrae más el cuerpo que el alma. Actualmente la palabra pandemia se ha distanciado del amor y ha seguido, como bien sabemos, otros derroteros menos poéticos. 

Estamos muy acostumbrados a emplear el prefijo “pan” para incluir un conjunto o una totalidad. Así, por ejemplo, utilizamos términos como panhelenismo, pangermánico o pancromático. En otro orden de cosas, pangea designa al antiguo continente que formaba la totalidad de la tierra emergida.

Hablamos de sindemia cuando coexisten varias epidemias que se retroalimentan entre sí y acaban interactuando

Fue el pasado 11 de marzo cuando la Organización Mundial de la Salud elevó a la categoría de pandemia el brote del coronavirus, una palabra que desde entonces nos ha perseguido hasta la saciedad. Este término podríamos definirlo como una enfermedad que se puede propagar en varios países o bien que puede contagiarse de forma masiva a todas las personas de una región geográfica.

Hasta aquí todo en orden. Pero hace apenas unas semanas el director de la prestigiosa revista Lancet –Richard Horton– nos sorprendió al insinuar que quizás sea más correcto esgrimir el término “sindemia”, derivado de una acronimia inglesa formada por las voces “synergy” y “epìdemic”.

Este neologismo fue acuñado por el antropólogo Merrill Singer hace más de veinte años y designa la sinergia de epidemias que comparten factores temporales, geográficos y sociales. En otras palabras, hablamos de sindemia cuando coexisten varias epidemias que se retroalimentan entre sí y acaban interactuando.

Para que comprendamos la amplitud léxica, la obesidad, la desnutrición y el cambio climático constituyen en sí mismas una sindemia global.

Volviendo a la COVID-19, la infección debería ser entendida como una sinergia porque tiene múltiples aristas con una derivada final, la inequidad social. A nadie se le ha pasado por alto que hay una población más vulnerable –pacientes con enfermedades crónicas, de mayor edad…– en la que se concentra la mayor mortalidad y que las medidas económicas que blanden los diferentes gobiernos para contenerla están provocando un desbalance social.

En este momento tenemos que dejar de ser “pánfilos” y dejar de confiar en que una vacuna se convierta de la noche a la mañana en la “panacea” contra la COVID-19

Desde esta óptica, parece razonable pensar que si nos centramos exclusivamente en una solución biomédica –vacuna- es posible que fracasemos, por lo que la irrupción deberá tener una vertiente biológica y otra social.

Regresemos a la mitología. No todo lo relacionado con el dios Pan tiene por qué ser malo. Se cuenta que cierto día mientras reflexionaba en el campo oyó la leve música que surgía de los juncos cuando la brisa se filtraba en su interior. Ni corto ni perezoso cortó varios juncos a diferentes alturas, los entrelazó y formó la que sería la primera flauta de la historia. Los antiguos griegos llamaron a este instrumento Syrinx –siringe–.

Además, de su nombre también derivan las palabras panacea –lo que todo lo cura- y pánfilo, un término que etimológicamente alude a aquella persona a la que todo le viene bien.

En este momento tenemos que dejar de ser “pánfilos” y dejar de confiar en que una vacuna se convierta de la noche a la mañana en la “panacea” contra la COVID-19. Vivimos, nos guste o no, en una sindemia, y lo que toca ahora es actuar con responsabilidad social. En caso contrario… tendremos coronavirus para mucho tiempo.