Inconformistas por vicio y por derecho

Inconformistas por vicio y por derecho

Un vídeo viral del actor David V. Muro remueve conciencias con su reflexión sobre las quejas constantes motivadas por la crisis del coronavirus. Hace 100 años la gente era feliz con mucho menos. Los psicólogos defienden el derecho a protestar.

Getty Images/iStockphoto

Una guerra. Una pandemia. Un crack bursátil. Otra guerra. Otra… Y muchos muertos. Millones de muertos. La primera mitad del siglo XX fue una sucesión de sacudidas que no dejaron espacio para la queja. El año 2020 no está siendo el mejor del siglo XXI, aunque ahora el inconformismo ante los cambios provocados por la crisis del coronavirus es una constante. 

La mascarilla no gusta. Limitar las salidas enfada. El no poder moverse libremente genera frustración. Y mientras uno protesta y protesta y protesta, se olvida de que abre el grifo y sale agua. Que siempre hay algún alimento en la nevera y que el confinamiento se lleva mejor con Netflix, HBO y un teléfono móvil a mano.

El actor David V. Muro ha sacudido conciencias con esta reflexión hecha en un vídeo de Instagram, que acumula más de seis millones de reproducciones. “La humanidad sobrevivió esas circunstancias y nunca perdieron su alegría de vivir”, insiste. 

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No había entonces lugar a pataleta. La queja constante es una moda más actual, pero no necesariamente una moda punible. “Crecer y vivir en una sociedad del bienestar como la que tenemos (teníamos) tan sobreproteccionista (precovid) hace que seamos más caprichosos y queremos las cosas rápido y ya, y si no se consigue, nos frustramos”, explica el psicólogo clínico Juan Castilla sobre el estado de inconformismo perenne.

Curiosamente las culturas más democráticas e individualistas nos permiten ser más inconformistas mientras que aquellos regímenes más totalitarios no conciben el derecho a la queja
Candela Molina, psicóloga

“Las personas de las postguerras se preocupaban por necesidades muy básicas que no tenían cubiertas (alimentos, bebidas, una casa donde vivir y tener una seguridad de supervivencia) y eso la mayoría de nosotros no lo hemos experimentado”, justifica el psicólogo el inconformismo actual.

No es por vicio, es por derecho

“Quejarnos por sistema no está en nuestro código genético. Es una cuestión cultural sobre cómo se concibe al ser humano en cada sociedad. Curiosamente las culturas más democráticas e individualistas nos permiten ser más inconformistas mientras que aquellos regímenes más totalitarios no conciben el derecho a la queja”, explica Candela Molina, psicóloga general sanitaria y coordinadora de Cepsim Avenida de América.

Si hay sociedades que no se quejan probablemente no sea porque tengan todas las necesidades cubiertas, explica Molina, “sino porque no está legitimado ese derecho o no hay medios para hacerlo”. “En nuestra sociedad es lógico que existan quejas colectivas porque el entorno las legitima y se fomentan a través de las redes sociales, que están destinadas a compartir opiniones e impresiones de carácter individual y producen efecto llamada sobre el contenido en el que ponemos atención”, añade.

  Pirámide de Maslow: psicología, seguridad, amor y pertenencia, reconocimiento y autorrealización. Getty Images/iStockphoto

Castilla utiliza la Pirámide de Maslow para explicar y normalizar el inconformismo de la sociedad occidental actual. Esta teoría psicológica de 1943 jerarquiza las necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados (parte superior de la pirámide). ”Cuando uno va cubriendo esas necesidades básicas, busca cubrir las otras y es ahí donde empieza a aflorar el incoformismo”, explica.  

 

Entre el peligro y la oportunidad de cambio

Protestar es un derecho adquirido como individuo o como sociedad y también una necesidad. “De hecho es bueno expresar las cosas que no nos gustan y las que nos gustan”, explica Castilla. “El problema surge cuando la queja es nuestra fiel compañera y se hace de forma continuada”, añade. 

“Si ocurre eso, es un indicador de que nuestro sistema emocional no está bien y nos meterá en un bucle no saludable, ya que focalizaremos nuestra atención más frecuentemente sobre lo negativo y lo convertimos en un estilo de vida, que no será agradable”, continúa Castilla sobre los efectos a nivel individual. “Cuando manifestamos desacuerdo o incomodidad pero no van implícitas las soluciones, no nos hacemos responsables del camino para el cambio y nos mantenemos igual, acaba generando impotencia y frustración”, añade.   

Cuando manifestamos incomodidad pero no van implícitas las soluciones, se acaba generando impotencia y frustración
Juan Castilla, psicólogo

Una queja desmesurada es un error, pero no tiene por qué ser así. El inconformismo bien gestionado es el principal motor de cambio, tanto a nivel individual como social. “No olvidemos que algunas de las reformas de la Transición se llevaron a cabo porque tras la queja se aportaron soluciones”, apunta Molina. “Por ejemplo, cuando numerosos colectivos como el Movimiento Español de Liberación Sexual reivindicaron los derechos de las personas homosexuales, aportaron Manifiestos donde contemplaban soluciones, llegando incluso a enviar al Ministerio de Justicia un informe en el que se reclamaba la necesidad de adherirse a la Declaración Universal de los Derechos Humanos como prueba”.  

El problema, según esta especialista, es que la forma de quejarse ha cambiado. Las citadas redes sociales son ahora plataforma y no suponen ningún esfuerzo, de ahí que motiven menos cambios. “En la España posterior a la Transición las quejas se reunían en asambleas formadas principalmente en las universidades, donde era el grupo quien se quejaba no sólo el individuo, e invertía su tiempo y acciones en promover soluciones. Posiblemente, porque no había medios de comunicación para que el individuo se expresara, a diferencia de cómo cada persona tiene el derecho de opinar en internet actualmente”, añade.

Castilla lo resume en pocas palabras: “Las quejas frecuentes sin alternativas de solución a esas situaciones, nos lleva al callejón sin salida de la tristeza y la negatividad; las quejas puntuales en la búsqueda de alternativas para mejorar situaciones, nos lleva al trampolín del crecimiento personal y la resiliencia”.