Asumir la diversidad entre las mujeres gitanas, clave para acabar con la doble discriminación

Asumir la diversidad entre las mujeres gitanas, clave para acabar con la doble discriminación

Seis mujeres gitanas cuentan, desde su experiencia, los prejuicios y estereotipos a los que se han enfrentado por su género y su etnia.

Bandera del pueblo gitanoGetty Images

"Es un orgullo y un honor ser mujer gitana", asegura Marifé a El HuffPost. Ella tiene 26 años, viene de Tarancón, y lo mismo que piensa ella lo defienden otras tantas mujeres de su etnia. Todas ellas, sin embargo, apuntan que también tiene sus "complicaciones", que son las que tienen que ver con el machismo y con el racismo.

"A nosotras, como mujeres gitanas nos afecta todo lo que afecta a las mujeres en general, pero luego tenemos la parte de la etnia, que también nos pesa", añade Celia Gabarri, la primera mujer gitana universitaria en Palencia. Estudió Educación Social y actualmente se encuentra al frente del Área Nacional de Igualdad de Género y Mujeres Gitanas de la Fundación Secretariado Gitano. Explica que esa discriminación es "múltiple" y se da tanto en el ámbito sanitario, aunque de manera "sutil", así como en el laboral o en el educativo.

Otro de los aspectos en los que la población femenina gitana sufre discriminación es a la hora de denunciar casos de violencia de género. "Creo que la violencia de género dentro de las mujeres gitanas se entiende como si fuera una cuestión interna y eso es un grave error", sostiene Gabarri. Apunta que una mujer gitana en esta situación "tiene que tener los recursos de cualquier otra mujer, pero sí que es cierto que igual los recursos tienen que ser adaptados".

En cuanto a la discriminación que se da en ámbitos como el educativo o el sanitario, en muchos casos, tiene que ver con los estereotipos que rodean a las féminas romaníes. "Yo, como mujer gitana, he tenido que romper" con ellos en una labor que "cuesta", reconoce Celia. "Con las mujeres gitanas existe un ideario muy homogéneo de cómo debemos ser y eso se ve en el día a día", apunta Gabarri, que pone de ejemplo las "pocas expectativas" que tienen las jóvenes gitanas a nivel educativo.

"Eso hace que, si no hay expectativas por parte del profesorado o del sistema, ellas vayan a impedir que sus sueños se cumplan", continúa explicando. Celia, sin embargo, rompió con esos estereotipos y es la primera mujer gitana universitaria en Palencia. "Ser la quinta de seis hermanos me dio la oportunidad de poder ir a la escuela", reconoce. Una suerte que no tuvo su hermana mayor, quien, "por desgracia, se tenía que ocupar más de cuidarnos a nosotros que de poder ir al colegio", señala Gabarri.

"Creo que el que mis padres puedan decir que su hija fue la primera gitana universitaria en Palencia es todo un orgullo", asegura. Sin embargo, reconoce que también pudieron sentir miedo, porque se trataba de "algo que no formaba parte habitual de su vida y había una serie de miedos que estaban ahí y que yo he podido ir destruyendo", relata.

"Desde pequeña tuve muy claro que quería tener una mejora en mi vida. Mi madre y mi padre son personas gitanas que tuvieron que luchar mucho para sacar a sus hijos adelante", sostiene, y encontró en la educación "el único camino para mejorar la calidad de vida de las personas y poder tener un empleo digno".

"A mí lo que más me duele es que la gente no dice 'pues igual estaba confundido y hay una diversidad en las mujeres gitanas"
Celia Gabarri 

Gabarri, además, destaca la importancia de que el imaginario popular asuma que la población femenina gitana la integran "personas diversas". "A mí lo que más me duele es que la gente no dice 'pues igual estaba confundido y hay una diversidad en las mujeres gitanas", sino que, cuando conocen a una mujer que se sale de esta norma, "la sacan pero mantienen el ideario de mujeres gitanas y dicen 'ya, pero es que tú no eres como las gitanas". "Esa es la peor frase que te pueden decir, porque al final, no consigues que la gente asuma que somos personas diversas y no homogéneas", apostilla.

De hecho, al igual que hizo Gabarri, Selene Jiménez, de 24 años, está actualmente cursando un grado universitario en la Universidad Pública de Navarra de intervención social especializada en la comunidad gitana. Antes, hizo un grado medio y superior de realización de proyectos audiovisuales y espectáculos en directo.

Selene también considera que ha ido rompiendo estereotipos: "No me he limitado a lo que esta sociedad esperaba de mí", señala a este periódico. "Creo que está bien demostrarle a la sociedad que no eres sólo lo que ellos creen", prosigue.

A los 13 ó 14, "mujeres de su casa"

Pero no todos los casos de mujeres gitanas son como los de Selene y Celia. Algunas no pudieron continuar sus estudios cuando lo tenían estipulado y los están retomando ahora, dentro del Programa Calí, que vela por la igualdad de las mujeres gitanas. Es el caso de Libertad García, Elisabeth Escudero y Josefa Hernández, de 30, 40 y 66 años, respectivamente.

"Hace años nuestros padres estaban muy cerrados en ese aspecto", señala Escudero, "una mujer gitana con 13 ó 14 años ya tiene que aprender a cocinar, a cuidar de sus hermanos o a ser mujeres de su casa".

"Era como una madre, pero con 10 años. Y a los 12 me casaron, entonces, pasé a cuidar a unos hijos que no eran míos"
Libertad García

En el caso de Libertad, desde muy pequeña cuidaba de sus hermanos: "Cuando yo iba al colegio, tenía que ir con mis hermanos, llevarlos al cole y volverme con ellos, prepararles la comida, bajarlos a la calle, al parque", cuenta. "Era como una madre, pero con 10 años. Y a los 12 me casaron, entonces, pasé a cuidar a unos hijos que no eran míos", prosigue. En concreto, los de su suegra.

"Cuando yo me casé, la que era mi suegra estaba embarazada de ocho meses y a esa niña, básicamente, la crie yo", continúa. "Hasta que un día decidí irme de esa casa" y lo hizo gracias a una amiga que vivía cerca de ella. "Esa chica limpiaba una casa y ella, para que yo tuviera dinero, me dejó esta casa. Y, desde entonces, pues hasta ahora, luchando yo solita", sentencia.

"A mí me quitaron del colegio con nueve años", interviene Josefa. El motivo fue que tenía que cuidar de sus hermanos "y no tuve posibilidad de estudiar nada", apunta a este periódico. "Aprendí a leer y a escribir por los tebeos que había antes y las matrículas de los coches", añade.

Marifé Bustamante, de 26 años, no lo vivió así. Su hermana quiso estudiar e hizo enfermería. Y, cuando ella terminó la ESO, su padre les planteó tanto a ella como a sus hermanos que si preferían trabajar o estudiar. Bustamante se decantó por la primera opción: "Y mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí todos los días al mercadillo a trabajar en la venta ambulante para que supiéramos lo que es el trabajo", cuenta.

En cualquier caso, subraya que ella sí que tuvo apoyo. De hecho, a los 18 quiso retomar su carrera académica. Se sacó un certificado de profesionalidad de nivel 1 de Administración. En la parte teórica, "saqué todo sobresalientes", recuerda y, a la hora de realizar sus prácticas, escogió un bufete de abogados.

"Cuando se enteraron de que era gitana, me dijeron que no volviera"
Marifé Bustamante

Estuvo una semana trabajando allí y "cuando se enteraron de que era gitana, tenía que volver de vacaciones y me dijeron que no, que se habían enterado de que era gitana y que no podía seguir haciendo las prácticas". Entonces, la ubicaron en otra empresa, en la que también sabían que era gitana, pero en la que recuerda una buena relación con el resto de compañeros.

Ahora, las cuatro coinciden en el Programa Calí. En él, "retomamos los estudios, estamos aprendiendo y nos ofrecen formaciones", cuenta Elisabeth, que reconoce que lo que a ella le ha gustado "siempre" es desarrollarse como mediadora social. "Y ahora que mis hijos han crecido intento que sigan sus sueños, que no se rindan, que estudien, que se formen, que conozcan qué les gusta y que luchen por un futuro", añade.

La falta de referentes positivos

Celia Gabarri opina que las mujeres necesitan necesitan "referentes positivos". "A mí lo que más me duele es cuando estamos dando cursos de formación o cuando trabajas con grupos de niñas y dicen 'yo no voy a poder llegar a ser", reconoce. "Es una pena que, al final, no tengan sueños de cambio", opina y, por este motivo, se trata de una "lucha que quería asumir" y que confía "que se puede cambiar".

Libertad, por ejemplo, reconoce haber echado en falta la presencia de referentes. Otras las han encontrado en su familia, como Selene, que ve en su abuela ese modelo. "Ha sido una mujer coraje toda su vida", sostiene. A los seis años empezó a trabajar en el campo y a cuidar de sus hermanos. "Luego, se tuvo que casar muy joven porque quería salir de esa situación familiar que tenía en casa porque perdió a su padre muy joven", prosigue.

"La vida le ha ido poniendo piedra tras piedra, pero ella ha sabido ser muy independiente, porque se separó cuando la gente gitana no se separaba nunca y sacó a sus dos hijos adelante. Entonces, si si ella ha podido, en la época en la que vivía, y lo pudo hacer, hoy en día yo creo que se puede", concluye la joven.

Ahora, muchas de ellas miran hacia delante con optimismo y opinan que las cosas están cambiando. El motivo, según las cuatro mujeres del Programa Calí, radica en que "lo estamos luchando". De hecho, Elisabeth opina que ya "hay más respeto"