Las razones de la nueva ola de violencia entre Israel y Palestina: no, no es lo de siempre

Las razones de la nueva ola de violencia entre Israel y Palestina: no, no es lo de siempre

Redadas y atentados como no se veían en años, represión al alza, nuevas milicias y un Gobierno de ultraderecha dispuesto a todo. El escenario asusta.

Los cuerpos de varios de los muertos en la redada de Yenín, trasladados en volandas, el pasado 26 de enero.Nasser Ishtayeh / SOPA Images / Getty Images

Otra vez estamos hablando de "ciclo de violencia", de "oleada", de "escalada". El conflicto entre palestinos e israelíes es viejo de 75 años y cada poco vuelve a primera plana por una nueva sangría. Y, sin embargo, la que ahora nos ocupa es distinta. La cuenta de muertos crece demasiado rápido, en un puñado de horas, con redadas mortales y atentados mortíferos como hacía décadas que no ocurría. 

¿Por qué? Las razones son varias y van desde el obvio cansancio y rabia de una crisis enquistada a la llegada de un nuevo Gobierno de ultraderecha a Tel Aviv, de los meses de mano dura contra los palestinos al ascenso al poder de los colonos y ultranacionalistas, de la aparición de nuevas milicias y el debilitamiento del liderazgo palestino. 

Lo que está pasando

El jueves pasado, el Ejército israelí llevó a cabo en Yenín la más redada con más graves consecuencias en la ocupada Cisjordania desde al menos 2005. Los soldados del Tzahal mataron a 11 palestinos e hirieron a al menos a 20 más. Justificaron el ataque diciendo que querían "neutralizar" un "escuadrón terrorista" de la Yihad Islámica, al que acusaron de estar "muy involucrado en la planificación y ejecución de múltiples e importantes ataques terroristas contra civiles y soldados israelíes". Sin embargo, entre las víctimas había civiles como Magda Obaid, una señora de 61 años. Los hechos se produjeron en un campo de refugiados, completamente hacinado, donde los disparos y los incendios que usaron los soldados para atrapar a los supuestos milicianos fácilmente podían dañar casas o vidas de inocentes. 

Pronto llegó la cadena de réplicas y contrarréplicas: desde Gaza, en la madrugada del viernes, las milicias armadas lanzaron cohetes contra suelo israelí, que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, acalló bombardeando la franja. Cuando ya era noche cerrada y había entrado en shabat judío, un palestino mató a siete personas en una sinagoga situada en un asentamiento de Jerusalén. El sábado, un niño palestino de sólo 13 años disparó contra un padre y un hijo, colonos de una zona cercana a la Ciudad Vieja, hiriéndolos. Y esta mañana, las IDF han matado a un hombre en Hebrón de un tiro en la cabeza. 

Todo esto suma, está conectado, como en tantas ocasiones en la zona en que una mecha enciende la carga siguiente, pero los condicionantes son otros. La gravedad es mayor y el contexto ha cambiado, de ahí los nervios y la preocupación en la comunidad internacional, que cristaliza en el viaje que el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, ha iniciado hoy a Oriente Medio. 

Un suma y sigue de récord

Enero de 2023 es el mes con mayor número de víctimas mortales palestinas por fuego israelí desde 2015 en Cisjordania. Han muerto 35 personas, más de un muerto por día, según ha informado hoy el Ministerio de Sanidad palestino. Entre los fallecidos hay ocho menores de edad y una anciana.

Es un terrible sprint a un año, el 2022, que fue un suma y sigue en la violencia en la zona, pero no igual, sino peor que otros años; en marzo, se lanzó la llamada Operación Rompeolas y desde entonces, casi todos los días, Israel ha llevado a cabo redadas en la Cisjordania ocupada por Israel para arrestar a presuntos militantes y reunirlos. Los muertos se han ido sumando hasta acumular las peores cifras desde 2004, a finales de la Segunda Intifada. 

Según el grupo israelí de derechos humanos B'Tselem -uno de los pocos independientes y fiables- cerca de 150 palestinos fueron asesinados por las tropas israelíes el año pasado. Eso incluye a hombres armados, pero también a inocentes no involucrados y jóvenes palestinos que arrojaban piedras. También incluye a la periodista estadounidense palestina Shireen Abu Akleh, también asesinada en el campo de refugiados de Yenin. Israel ha reconocido que probablemente fue asesinada por uno de sus uniformados. 

La ocupación sin fin

La situación del conflicto palestino-israelí se suele definir con el latinismo statu quo, pero no es muy adecuado. Sí en el marco, sí en las grandes resoluciones, las negociaciones de paz (inexistentes) y lo que dicen los papeles, pero en el día a día las cosas se mueven, para mal: Palestina sigue estando ocupada en Cisjordania y el este de Jerusalén, con Gaza bloqueada por tierra, mar y aire desde 2007. La situación es, pues, más dura, porque mayor es el desgaste. Si alguien una vez pensó que los paletinos bajarían los brazos y se cansarían, se equivocó. 

Tras la Guerra de los Seis Días (1967) Israel ha seguido profundizando su control sobre la tierra palestina. Hay asentamientos ilegales en los que ya residen unas 600.000 personas, según Naciones Unidas, y se han incrementado las demoliciones de viviendas palestinas, el veto a licencias de obra o reforma, los controles de paso para estudios, trabajo o tratamiento médico, el impedimento al acceso a recursos naturales como el agua o la piedra... 

Los palestinos más jóvenes han crecido sin saber nada más que del estricto régimen de permisos de Israel que controla la entrada y el movimiento de los palestinos -entre otras cosas con muros condenados por la justicia internacional-, y algunas de sus únicas interacciones con los israelíes son con colonos, a menudo religiosos, hostiles, o con soldados, encargados de mantener la ocupación, que a menudo allanan las casas y encarcelan a las personas durante meses, que piden a los niños que delaten a los amigos que tiran piedras, que miran hacia otro lado si un colono prende fuego a una vivienda o a un campo. En este escenario, la resistencia violenta contra Israel es el único camino viable hacia la libertad de no pocos chicos, cada vez más jaleados, además, por las nuevas comunidades de las redes sociales. 

Con cinco millones de refugiados por el mundo, la capital santa ocupada, sin empleo y sin posibilidades ni de escapar a ver el mar, la rabia escapa a veces en forma de violencia. Se está viendo en la formación de nuevas milicias como La Guarida de los Leones, nacida en Nablus y y responsable de decenas de ataques en las últimas semanas, ahora la diana de las redadas israelíes.

Las fuerzas palestinas que no tienen fuerzas

En mitad de este caos, ni las fuerzas de seguridad palestinas ni sus líderes están respondiendo. Los uniformados -entrenados por fuerzas estadounidenses y europeas, entre ellas las españolas- tratan de mantener el control donde pueden, teniendo en cuenta que más del 60% del territorio cisjordano es zona C, esto es, está bajo control de Israel y poco pueden hacer allá. Patrullan y tratan de coordinarse con los funcionarios israelíes para prevenir ataques, pero no tienen legitimidad ni ante su propia gente, en un Estado cuya soberanía está cercenada en muchas cuestiones, empezando por la seguridad. Muchos palestinos los ven como si cumplieran las órdenes de Israel, manteniendo la ocupación, no peleándola. 

Eso ha llevado a que se creen bolsas donde los agentes locales no entran. Por peligrosidad, básicamente, por falta de medios y de competencias. Una de esas zonas es el campo de refugiados de Yenín, creado en 1953 y con una larga historia de opresión detrás. Zona dura donde Israel denuncia que se han envalentonado grupos como Hamás o la Jihad Islámica -que habían bajado mucho de militancia en Cisjordania- o a grupos militantes más nuevos. En eso justifica sus redadas redobladas, más frecuentes y más intensas, que generan un rechazo total en la población. 

Después de la incursión de Israel el jueves, tan grave, la Autoridad Nacional Palestina dijo que suspendería oficialmente su cooperación de seguridad supervisada por Estados Unidos con Israel, pero no está claro en qué medida se llevará a cabo. Es una amenaza que ha hecho en repetidas ocasiones antes el presidente palestino, Mahmud Abbas, pero que nunca aplica en la práctica. La coordinación en materia de seguridad entre ambas partes ha impedido decenas de atentados y por eso es importante para Tel Aviv. 

Abbas, ese presidente cansado y con poco carisma que tiene ya poca capacidad para movilizar o calmar a su gente, que entiende mayoritariamente que ya su tiempo se acabó: la división entre facciones palestinas ha impedido que se celebren elecciones presidenciales y parlamentarias desde las convocatorias de 2005 y 2006. Ni hay diputados legitimados para legislar ni el propio presidente, con 87 años ya, tiene el respaldo ciudadano. El país es reconocido como tal por la inmensa mayoría del mundo, aunque faltan los occidentales, y es ya estado observador en la ONU, pero esos avances no cambian las cosas sobre el terreno ni calman a los ciudadanos, que ven que no hay nada concreto a lo que aferrarse, ni siquiera un proceso negociador, muerto y enterrado desde 2014.

Y llega la extremísima derecha

Y en mitad de todo, Benjamin Netanyahu vuelve al poder en Israel. Para convertirse en primer ministro de nuevo ha tenido que sumar su Likud con otras cinco formaciones, vendiendo figuradamente su alma al diablo con una alianza en la que hay judíos ultraortodoxos -ya fueron sus aliados en el pasado- y ultranacionalistas; estos últimos son los más peligrosos, los que más han hecho cambiar las políticas del gabinete. 

No es sólo cuestión de palabra, sino que lo fijan así en el documento de gobernabilidad a seis bandas, que explicita un plan para profundizar el control sobre Cisjordania y el este de Jerusalén y tomar medidas más duras contra los palestinos. Quieren cambiar el funcionamiento del gobierno militar de las zonas ocupadas, expandir las colonias, legalizar los asentamientos y puestos de avanzada irregulares a ojos de la ley israelí, multiplicar los derribos de propiedades palestinas o promover la expropiación de tierras. "Con una reducción notable de reducción de cuentas", añade la Asociación por los Derechos Civiles de Israel (ACRI). Hay manifestaciones masivas estos días de ciudadanos israelíes moderados que, más allá del daño a los palestinos, denuncian el desgaste que la democracia nacional va a sufrir con esta coalición. 

De momento, esa mano dura ya se nota en un endurecimiento de las medidas punitivas contra los atacantes palestinos de estos días y sus familias. Se anuncia un proyecto de ley para revocar la residencia a los agresores del este de Jerusalén, que serán expulsados a zonas de Cisjordania bajo control de la ANP, se aplicarán medidas para que se pueda despedir a trabajadores "que han apoyado el terrorismo" sin necesidad de que el despido se valide en una vista judicial y se retirará el derecho a la seguridad social "a los familiares de terroristas que apoyan el terrorismo", revocando igualmente sus documentos de identidad. Se ha procedido a demoler o precintar las casas de los agresores, incluso cuando sus actos no hayan causado víctimas mortales, como se hacía hasta ahora. 

A la espera de ver la evolución de los acontecimientos, preocupa ya el mes de abril, cuando el Ramadán musulmán y la Pascua judía coinciden, una mezcla explosiva en este eterno polvorín.