¿Para qué pensar? La crucial diferencia entre opinión y criterio

¿Para qué pensar? La crucial diferencia entre opinión y criterio

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La tecnología está retirando de nuestra mirada todo lo que no coincide con lo que pensamos o deseamos. Vivimos encerrados en burbujas que filtran todo lo que nos llega, con el resultado de que, cada vez más y más a menudo, confirmamos y reconfirmamos nuestras certidumbres. Un fenómeno que alimenta día a día la tendencia a que cualquiera opine sobre cualquier asunto, incrementándose también la propensión a imponer los puntos de vista propios sobre los ajenos, desde el espejismo de seguridad que brindan las burbujas de filtros. Y así, poco a poco, va desdibujándose la crucial frontera entre la mera opinión y el criterio fundamentado.

Opinión tenemos todos, como todos tenemos nariz. Porque la mayoría de las opiniones nacen, en el fondo, de un sentir sobre algo. Así pues, muchas opiniones surgen, sin más, de nuestras actitudes ante los hechos que nos rodean. Actitudes que son, básicamente, positivas o negativas. Lo más importante es entender que, conforme más central sea para la persona aquello sobre lo que se expresa, mayor será la intensidad de la actitud, y por tanto el nervio de la opinión. Así pues, es esperable que las opiniones que mantenemos sobre nuestras creencias sean más intensas que sobre política y que estas, a su vez, lo sean más que sobre las tendencias de moda en el vestir.

Algo muy diferente es tener criterio. Criterio tienen quienes han dedicado tiempo y esfuerzo a los respectivos ámbitos donde ejercen su labor. Quienes, de una manera u otra, y no necesariamente estudiando de manera formal, han profundizado en obras, disciplinas o pensamientos. Criterio tienen los que a base de mucho esfuerzo han logrado vislumbrar un fragmento de verdad. Criterio tienen, y esto es lo más importante, quienes, durante mucho tiempo, con apertura y flexibilidad, han contrapuesto sus argumentos a los de otros, limando y matizando sus puntos de vista, hasta que han llegado a ser robustos y contundentes. Todos tenemos opinión sobre casi todo, porque hay pocas cosas en la vida que nos dejen indiferentes. Pero no siempre tenemos criterio.

Algunos episodios en las redes sociales muestran hoy el esperpento protagonizado por personas que sin criterio, aunque con vehemencia y hasta furia, exhiben y airean lo que no son sino simples opiniones, en general poco pensadas y elaboradas. Y en ocasiones, lo que es peor, intentando imponerlas.

Es más fácil tener opinión que tener criterio. Sin duda. Porque, para tener opinión, lo único que hay que hacer es rebuscarse en las entrañas y abrir la boca.

La mera opinión, cargada de vehemencia o no, jamás debería sustituir al criterio. Y no es porque las personas con criterio no se equivoquen, que lo hacen, sino porque detrás de una opinión superficial y meramente ecoica no hay nada. Nada. Nada sobre lo que pensar, nada que contrastar, nada sobre lo que seguir buscando. No hay nada.

Es más fácil tener opinión que tener criterio. Sin duda. Porque, para tener opinión, lo único que hay que hacer es rebuscarse en las entrañas y abrir la boca. Sin embargo, para tener criterio hace falta uno de los recursos más infrecuentes en los tiempos que corren: el esfuerzo. Y quizá por eso la capacidad crítica es, en la actualidad, una de las competencias más buscadas. Porque no es sencillo adquirirla. Y por eso escasea.

Algunos comportamientos en las redes sociales parecen mostrar que comienza a olvidarse esta sencilla pero crucial diferencia: entre la mera opinión, el arrebato, la superficialidad, la falta de reflexión y hasta el descaro y la imprudencia, por un lado, y la reflexión, el estudio, la profundización, el detenimiento, la mesura y, en fin, el criterio fundamentado, por otro. Que no es sino anteponer la búsqueda de la verdad al ansia desmedida por la razón.

El día en que nadie recuerde la diferencia entre opinión y criterio el mundo será más caótico y más confuso que nunca. Pero, sobre todo, el día en que nadie encuentre esa diferencia, tener criterio habrá dejado de ser relevante. Y, cuando eso ocurra, la humanidad habrá olvidado para qué leer, para qué estudiar y para qué pensar.

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