El nuevo mandatario debe relanzar las conversaciones de paz para unificar la isla, arrinconar la corrupción y luchar contra la pérdida de poder adquisitivo.
Un hombre se sube a un avión y decide parar el mundo. En Chipre. Procedente de un país árabe, de mayoría musulmana. Para impresionar a su ex mujer. A primera hora de la mañana y con el planeta en alerta por los recientes ataques terroristas de Bruselas. Dice tener un cinturón de explosivos y exige que el vuelo sea desviado al aeropuerto de Larnaca. Y lo consigue.
El impacto de lo sucedido en Chipre afecta de la peor manera a toda la UE en el peor momento posible. Alguien debe hacerse responsable de todos estos errores: los ministros del euro deberían destituir al presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem.
Esto tiene que acabar ya. España es un integrante destacado de la Unión y no puede ser uno de los adalides de la reincidencia en el error. Y si todo lo ocurrido es una oportunidad para terminar con ese coladero de recursos que son los paraísos fiscales dentro del territorio de la UE, pues que se haga con firmeza, y que se haga ya.
Consiste en aplicar restricciones sobre la extracción de dinero mantenido en las cuentas en el banco, cuyo objetivo es evitar la salida en masa de depósitos del sistema que pueda llevar a la quiebra de las entidades bancarias. No es inocuo, ya que limita el gasto y funcionamiento normal de familias y empresas.
Las malas perspectivas de crecimiento de la mayoría de los países europeos y los debates sobre el rescate de Chipre, la aplicación del pacto de estabilidad y la aprobación del presupuesto de la Unión, nos mueven a recordar un hecho evidente: si el crecimiento no se impone por decreto, puede acabar debilitándose de forma duradera.
Conozco varias personas que compraron preferentes. Ninguna de ellas es anciana, simple, disminuida física o psíquica, o iletrada -incluso una es una flamante, lógica, deductiva e inductiva profesora de matemáticas-; al contrario, si algo las caracteriza es su capacidad de comprensión y reflexión.
El episodio Chipre marca un nuevo punto álgido en la gestión de la crisis que se está ensañando con la UE, marcada por esa forma de injusticia grosera y arbitraria que imponen los dobles raseros y las dobles varas de medir.
A diferencia de Chipre, Argentina buscó proteger a sus entidades financieras, más allá de las arduas discusiones entre los banqueros y las autoridades. Dos de los principales del país estaban en serias dificultades. Otros, antes de cerrarse por insolvencia, fueron adquiridos o absorbidos por sus competidores.