El año en el que la guerra Israel-Hamás le ha dado la vuelta a Oriente Medio

El año en el que la guerra Israel-Hamás le ha dado la vuelta a Oriente Medio

El peor choque desde 1948 no sólo deja más muertos que nunca, rehenes, rabia y odio en cantidades desconocidas, sino una ola de preguntas, dudas, rupturas e incertidumbres. Sobre las víctimas, la certeza de que queda mucho dolor por llegar. 

Una gazatí llora abrazando el cuerpo de un niño rodeada de cadáveres tras un ataque de Israel en Jabaliya, el pasado noviembre.Ahmed Alarini / AP

El 7 de octubre de 2023 será recordado como un día infame. Caos, confusión, terror e incredulidad se superponían en el ataque múltiple de Hamás sobre Israel, insólito por su organización, profundidad, crudeza y consecuencias. "El día más mortífero para los judíos desde el Holocausto", lo llamó Joe Biden. Es, en realidad, el golpe más sangriento sufrido por el país desde su creación en 1948, con 1.200 muertos y más de 200 civiles y militares llevados a Gaza como rehenes. Lo nunca visto. 

Tras esa andanada que conmocionó al mundo, acumulamos tres meses de sacudidas diarias, con los ataques de Tel Aviv en respuesta a la acción terrorista, que quedan ya más de 21.000 muertos y 55.000 heridos en Gaza, en su inmensa mayoría civiles. Tan duro que a Naciones Unidas se le agotan las palabras para calificarlo. Nadie ve el final de la crisis en el horizonte, apenas se ha logrado una tregua mínima, a todas luces insuficientes, y el conflicto amenaza con alargarse y prender la llama en toda la región. 

La guerra Hamás-Israel no sólo ha cambiado por completo el statu quo del conflicto palestino-israelí, sino que ha alterado el tablero en todo Oriente Medio. En un momento en el que Occidente estaba más centrado en Ucrania y la invasión rusa o en las amenazas en el Indo-Pacífico, nadie miraba a la zona. El proceso de paz estaba en el cajón desde 2014. Los picos de violencia eran recurrentes, pero es lo de siempre en esa tierra, debían pensar. Sólo había ojos para las alianzas de Tel Aviv con el mundo árabe, cada vez más fuertes y rentables. 

Ahora, este puñetazo inesperado pone en primer plano un problema viejo, al menos, de 75 años, y levanta como un resorte, también, a los enemigos de Israel, dispuestos a usar la causa palestina como munición. Por ahora, el juego está entre la provocación y la prudencia, porque lo que está en juego es una guerra regional de consecuencias desconocidas pero, seguro, devastadoras. 

El ataque: debilidad, oportunidad y objetivos

Las cosas que han cambiado con este conflicto empiezan con el propio ataque de Hamás en sí mismo, tanto por los planes del partido-milicia y su ejecución como por la ceguera de Israel al prevenirlo. 

El Movimiento de Resistencia Islámico (del que Hamás es su acrónimo árabe) estuvo preparando su operación al menos un año pero los servicios de inteligencia y seguridad israelíes, los civiles y los militares, no actuaron para frenarlo. Nadie ha asumido responsabilidades -sí se ha pedido perdón desde el Ejército-, atrasando el momento a que acabe la guerra, a que se "borre a Hamás de la tierra", en palabras del primer ministro, Benjamín Netanyahu, a quien quiere fuera más del 90% de la población como culpable máximo del agujero que permitió el acceso a bases militares, kibbutzim o el festival de música Nova. 

No hay pruebas de que Irán ayudase a Hamás, aunque eso es lo que clama Tel Aviv. Sí que Teherán recibió la noticia del ataque con enorme alegría. Fuera como fuera, los atacantes golpearon por tierra, mar y aire, de forma simultánea y coordinada y movieron a 3.000 milicianos. No hay precedentes de un atentado de esta complejidad en ninguna organización terrorista presente o pasada. 

Más allá de que su preparación hubiera acabado, el momento era propicio: Israel acumulaba meses de contestación social a Netanyahu y su gabinete de ultraderecha por una reforma judicial tildada de anidemocrática; en el poder habían entrado grupos ultranacionalistas y religiosos judíos que estaban llevando al extremo las políticas del Likud, por ejemplo, en materia de asentamientos ilegales (la ONU calcula que hay cerca de 600.000 judíos viviendo en suelo ocupado de Cisjordania y Jerusalén Este); y el apoyo inquebrantable de Estados Unidos a Israel se había salpicado de críticas precisamente por el radicalismo del Ejecutivo

Más: los gobiernos occidentales no estaban atentos a la zona, que nadie estaba impulsando la solución de dos estados ni avalando a la Autoridad Nacional Palestina (ANP, la representación formal de su pueblo) en la lucha por sus derechos reconocidos por el derecho internacional; la violencia en Cisjordania, por soldados y por colonos, alcanzaba sus cotas más altas desde la Segunda Intifada, y con encendidos choques también en los Santos Lugares de Jerusalén; y, al fin, con mucho peso, Hamás golpeó cuando el acercamiento de Israel a los países árabes en virtud de los Acuerdos de Abraham estaba a punto de cobrarse su mejor pieza: Arabia Saudí. 

Desde 2020, a instancias del entonces presidente de EEUU, Donald Trump, la Casa Blanca se inventó unos pactos por los que los estados árabes e Israel se reconocerían mutuamente y entablarían nuevas relaciones diplomáticas, económicas o académicas. Riad no se había sumado aún pero los contactos se habían incrementado en los últimos meses y ya estaban para cuajar. Así se había anunciado en la Asamblea General de la ONU, en septiembre. La jugada de Hamás ha parado el acuerdo con el atacante israelí en seco, un proyecto que sí estaba granjeando beneficios a los firmantes pero no a los palestinos, más allá de algunas inversiones que no iban al meollo de su soberanía y derechos. 

La pregunta que aún no tiene respuesta, mientras se estudia el ataque y su tramoya, es por qué atacó así Hamás sabiendo que la respuesta de Israel sería única, también lo nunca visto, con los 2,3 millones de gazatíes como principales víctimas. Se usan términos para su acción como pogromos, limpieza étnica, crímenes de guerra... No hay un israelí que no tenga un muerto, un herido, un secuestrado, un reservista movilizado en su familia o grupo de amigos. En términos poblacionales, es como si Al Qaeda hubiera matado a 20.000 estadounidenses en 2001. Con ese colchón, Netanyahu va a por todas, pese a que el levantamiento de quien no quiere una ofensiva radical es también importante

Hamás nació avisando de lo que quería hacer, que es acabar con Israel, pero el resultado estratégico que buscaba ahora está aún en tinieblas. Romper los Acuerdos de Abraham o impedir su ampliación, sabotear a Israel en un momento de debilidad interna, hacer descarrilar los negocios de Tel Aviv con quienes siempre han sido los "hermanos" de los palestinos, llamar la atención de un Occidente olvidadizo, llevarse el papel de defensor de su causa -logrando por ejemplo la liberación de cientos de presos- ante una ANP desarbolada, provocar una respuesta regional que rompa con todo y desemboque en una salida permanente al conflicto palestino, aceptar que esta era la única manera de romper el estancamiento del proceso de paz, la ocupación y la represión continuas. 

Ahora, el camino hacia su neutralización está pavimentado de más de 21.000 cadáveres, en las morgues y las fosas, por una respuesta de dimensiones casi existenciales contra Palestina. Hay quien dice que se ha convertido en el abanderado de su pueblo. Hay quien afirma que su brutalidad supone un retroceso, quizá fatal, de sus legítimas reivindicaciones. Lo que sí se sabe es que romper la baraja ha llevado a una ofensiva contra Gaza sin parangón, también brutal, que Israel ni detiene ni rebaja ni aplica con proporcionalidad, como le reprochan hasta sus amigos en Washington

Las preguntas se amontonan y nadie sabe responderlas aún. De esas respuestas dependerá al futuro inmediato del conflicto y la región, en una lucha que por ahora Hamás no ha perdido ni Israel ha ganado. Por ahora, sus acciones son el crudo recordatorio de cómo el terror puede alterar las agendas.

Una ceguera sorprendente

El llamado 11-S de Israel se cocinó en ese caldo de crisis de legitimidad de Bibi, de polarización social -hasta los reservistas boicotearon al Gobierno por sus reformas, cuando el Ejército nunca se alinea en su contra-, y de intento de normalización en el mundo árabe y cuajó en tormenta perfecta para Israel, en un momento decisivo para su seguridad, la regional y la mundial. 

De la respuesta de Netanyahu y sus ministros depende en gran medida lo que esté por venir. Su Ejército habla de una ofensiva de "meses" porque el plan es borrar a Hamás e impedir que Gaza sea "nunca más" una amenaza para la seguridad nacional. Hay varios problemas. El primero es que Israel no tiene un plan para el día después de que vacíen la franja de milicianos, si es que llega a pasar, porque Hamás es "una idea", como le recuerda el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, y "las ideas no se matan". EEUU no hace más que reclamarle ideas sobre lo que hará si se impone, si ocupa la zona, si atiende a los ocupados, si pone un Gobierno títere, si se deja el papel a la ANP o se llama a una fuerza de interposición de paz árabe. 

El segundo es la base sobre la que sustenta toda su operación, que es barro. Ha habido un cambio de parámetro ante el fracaso de su inteligencia y las dudas corroen al ejército más poderoso de Oriente Medio. Las informaciones de medios israelíes e internacionales de que Egipto avisó de que el ataque de Hamás tendría lugar, de que también hay comunicaciones internas en las IDF -que nadie sabe aún cuán alto llegaron y fueron atendidas-, de que se cumplían 50 años de la guerra de Yom Kippur y no había planes especiales ante amenazas, han ido calando en la ciudadanía y en las propias Fuerzas Armadas.  

Se ha demostrado que Israel no es invencible ni tiene la mejor armadura. Sus costuras ya se vieron en la guerra con Hezbolá en 2006, y en la Operación Margen Protector sobre Gaza de 2014. Ni pudo con los libaneses ni pudo con los palestinos, los mismos que ahora le doblan el pulso y siguen sin rendirse y sin soltar a los rehenes que mantiene atrapados. A estas alturas, Israel sólo ha liberado por sí mismo a una rehén, una soldado. Los demás han salido negociando con sus captores. 

En un futuro, habrá que hacer investigaciones independientes sobre lo ocurrido y reformas sistémicas en defensa y seguridad, asumir responsabilidades -dicen diversos diarios de Israel que Netanyahu quiere que la guerra dure precisamente para no dejar de ser primer ministro- y plantear una nueva mentalidad que encaje las debilidades, los errores y las necesidades. Eso también ha cambiado: los israelíes ya no pueden tener una confianza ciega en que serán protegidos, porque han visto a milicianos quemar vivos, violar, descuartizar, secuestrar a compatriotas. Los cálculos tendrán que ser otros, porque la estrategia mantenida hasta ahora resulta imperdonablemente torpe e insuficiente a ojos de las víctimas. 

Las consecuencias regionales y mundiales 

Hamás lucha por sobrevivir, por mantener a sus mandos a salvo y por retener a los rehenes, que son su principal carta bajo la manga a la hora de negociar. Ya ha soltado a los extranjeros o con doble nacionalidad y a la mayoría de niños y mujeres, pero quedan 110 rehenes que siguen con vida en Gaza y sus familias claman por su liberación. 

Israel, por su parte, no ha contenido un ápice su respuesta hasta ahora. El 27 de octubre inició la temida ofensiva terrestre y desde entonces no hay límites, con días de 150 muertos por bombardeos desde el aire y el mar y por disparos de sus tanques en el interior. Los muertos infinitos en Gaza han calentado los ánimos en Cisjordania, donde las protestas de solidaridad de multiplican y, con ellas, las cargas de Israel, de saldo mortal. Las redadas e incursiones, con arrestos masivos y disparos incluso desde el aire con drones, están dejando los campos de refugiados como campos de batalla y la menor vigilancia sobre los colonos ha permitido una especie de barra libre a su violencia, denunciada con datos por la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).  

El miedo de países como EEUU es que toda esa sangre y ese dolor y, también, esa estrategia, lleve a países y actores de Oriente Medio a movilizarse y entrar en liza, ampliando los frentes. Israel ya afirma incluso que tiene siete frentes abiertos: "Gaza, Líbano, Siria, Cisjordania, Irak, Yemen e Irak". Esa internacionalización de la guerra es una posibilidad realista, más allá de la llamativa denuncia de Israel. Netanyahu no se ha resistido a dar un golpe devastador en Gaza, por más que se le recuerden las leyes de la guerra o se le avise de que eso puede desencadenar otras fuerzas poderosas, imposibles de controlar, de aliados de Hamás. 

Si saltan, sin entran, la guerra abierta engulliría toda la región de Oriente Medio, y EEUU está insistiendo a Tel Aviv en esto, pero no hay eco, porque el gabinete actual no está dispuesto a hablar de moderación. Ni siquiera si lo pide Washington. Y las cosas pueden empeorar en unos meses, haya guerra o postguerra, si es Trump quien gana las elecciones a la Casa Blanca. 

"Podemos imaginar cualquier posibilidad", afirmó el ministro de Exteriores de Irán, Hosein Amir Abdolahian, al inicio de la crisis. Teherán lleva años formando y financiando a miembros de Hamás, con los que entró en contacto a través del partido-milicia chií Hezbolá, en Líbano. Ahora, ha movilizado a lo que se denomina el Eje de Resistencia, una alianza antiestadounidense y antiisraelí con la que está reconfigurando el equilibrio de fuerzas y fortaleciendo su presencia en Medio Oriente, intentando aprovecharse de cualquier inestabilidad. Y la de Gaza es de las grandes. 

Además de Irán, en el grupo están Hezbolá, Siria, las milicias chiitas en Irak, Afganistán y Pakistán, los hutíes de Yemen y grupos militantes en territorios palestinos como Hamás. Los libaneses fueron los primeros en comenzar a disparar cohetes desde el sur de su país al norte de Israel, con una intensidad no vista desde 2006. Según los últimos datos difundidos por el Ministerio de Salud Pública, 110 personas fallecieron del lado libanés hasta el pasado 19 de diciembre y otras 492 resultaron heridas a causa de la violencia fronteriza en este tiempo. Se calcula que en el lado israelí han muerto por fuego de Hezbolá al menos cuatro civiles y una decena de uniformados. 

Más tarde, han sido los hutíes de Yemen los que más han amedrentado no ya a la región, sino al mundo, con sus ataques contra barcos que navegan por el mar Rojo. Un análisis de la consultora S&P Global Market Intelligence sostiene que casi el 15% de los bienes importados a Europa, Medio Oriente y el norte de África fueron enviados desde Asia y el Golfo por esta zona; eso incluye el 21,5% del petróleo refinado y más del 13% del petróleo crudo. La inestabilidad por el riesgo de secuestro o de ataque ha llevado a grandes navieras a interrumpir temporalmente esta ruta, alargando los viajes y aumentando los costes. 

Además, se han producido ataques contra objetivos de EEUU, el gran aliado de Israel, en posiciones de Irak y Siria, lo que ha llevado a un despliegue en medios y manos por parte del Pentágono para disuadir con su presencia a los adversarios de Israel. Los protocolos de seguridad están en máxima alerta en todo Oriente Medio, porque los efectos de una guerra total serían generalizados, en lo humano y en lo económico, con un aumento paralelo del radicalismo, también en Occidente. 

No obstante, a Irán se lo suele vender como un actor irracional pero no deja de ser un estado debilitado por las sanciones internacionales y con una tremenda crisis interna, surgida de la contestación social sin precedentes tras la muerte de la joven Mahsa Amini en manos de la Policía de la Moral. ¿Gaza le puede servir para distraer esa presión? Algo, pero eso no quiere decir que esté fuerte para iniciar un ataque contra Israel, al que amenaza siempre con hacer desaparecer. Es arriesgarse mucho, no tiene recursos financieros para una gran guerra y no hay pruebas aún de que esté emprendiendo ese camino, por más declaraciones incendiarias que lance. Ahí están sus encuentros, por ejemplo, con Arabia Saudí, pero también con Hamás y Hezbolá. 

"Mantenerse al margen ante una invasión total de Gaza por parte de Israel supondría un retroceso significativo en la estrategia iraní de predominio regional llevada a cabo durante más de cuatro décadas, según las personas pidieron permanecer en el anonimato debido a lo delicado de las discusiones en Teherán. Sin embargo, cualquier ataque importante contra un Israel respaldado por Estados Unidos podría cobrar un alto precio a Irán y desencadenar la ira pública contra los gobernantes clericales en una nación ya sumida en una crisis económica, dijeron los funcionarios que describieron las diversas prioridades militares, diplomáticas y domésticas que se están sopesando", afirman altos funcionarios a Reuters. 

Según estas fuentes, se ha llegado llegado a un consenso entre los principales responsables de la toma de decisiones en Irán, que por ahora pasan por dar su bendición a las incursiones transfronterizas limitadas de Hezbolá, así como contra objetivos estadounidenses por parte de otros grupos aliados en la región. Pero, a la vez, "impedir cualquier escalada importante que arrastraría al propio Irán al conflicto". De fondo, la idea de que tiene más interés de estar de buenas con Riad (y, de paso, un poco más con EEUU) para tener un acceso efectivo para su industria de gas y petróleo, que quiere reactivar. Por poner un ejemplo. 

Nadie puede apostar por lo que pasará mañana, tan abierto está todo, pero ya hay cambios tangibles: no más Acuerdos de Abraham por ahora, congelación de lo que ya había, Occidente prestando atención a un flanco abandonado, el comercio mundial se muerde las uñas, crece el antisemitismo pero también el antiislamismo, se desvía la atención de causas como la de Ucrania... y se tensionan las instituciones internacionales como pocas veces se ha visto, con Israel reclamando la dimisión del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, sólo por recordar la ocupación y con el debate de la reforma del derecho a veto sin abordar e impidiendo que resoluciones salgan adelante

Unos palestinos caminan por las calles destrozadas del campo de Nur Shams tras una incursión de Israel, el pasado 27 de diciembre.Majdi Mohammed

¿Y los palestinos?

No hay que olvidar, aún así, la dimensión ideológica de la causa palestina en el ideario de los ayatolás. Esos palestinos que, en realidad, cada vez están más aislados en Oriente Medio y el norte de África, muy queridos por sus pueblos pero no por sus gobernantes. Atrapados, eso sí, en la geopolítica de otros, como deja claro la guerra en Gaza. 

El ataque de Hamás ha envalentonado a las posiciones más extremistas de Palestina y de Israel y, en el caso de los territorios ocupados, Hamás ve cómo su popularidad sube como la espuma. No es una cuestión de ser sanguinario -"Nosotros enseñamos vida, señor", sino de extremo cansancio y falta de respuestas, de ver que hay quien saca a los suyos de las prisiones, de ver la respuesta de Israel-

Ya esperaban un mal año, con los datos de violencia en Cisjordania de récord, con los colonos multiplicando sus ataques contra personas y propiedades, cada vez más violentos, con un gobierno de derecha radical al mando, de los que premian los asentamientos. Ante esta crisis de suma y sigue, la representación palestina oficial sigue estancada, en lo político y en lo institucional. La debilidad e impotencia de la ANP hunden la esperanza. Su corrupción y autoritarismo enervan a la calle. Eso se ha traducido en una mezcla de falta de legitimidad, respeto y confianza que puede llevar también a su colapso, tal y como la conocemos y nació tras los Acuerdos de Oslo. Sumado a los problemas económicos crónicos, porque llega menos ayuda internacional y porque Israel retiene los impuestos que recauda en su nombre, la radiografía es muy oscura. 

Vienen meses en los que el presidente Mahmud Abbas estará sometido a una enorme prueba de estrés, tanto si la guerra sigue como si se frena. Qué hacer ante la agresión multiplicada de Israel, cómo reconstruir lo dañado, cómo atender a los que ya no podrán valerse, qué ayuda internacional tendrá, cuál será su papel en la Gaza postHamás, si llega a darse, si ocupará su lugar, con el riesgo de ser tildada de colaboracionista. A sus 88 años, el mandatario no tiene fuerzas ni relevo claro. Todo puede pasar. 

Queda la promesa de Netanyahu, 48 horas después del ataque de Hamás. "Va a ser una experiencia difícil y terrible. Vamos a cambiar Oriente Medio". En 2024 veremos cómo.