Boris, que no: ni menos restricciones ni su ronda internacional reviven la imagen del 'premier'

Boris, que no: ni menos restricciones ni su ronda internacional reviven la imagen del 'premier'

Johnson se trata de hacer fuerte con sus fieles, ante las deserciones, y hasta rescata el Brexit, su caballo de batalla, pero nuevas fotos y Scotland Yard no se lo ponen fácil.

Boris Johnson prueba una ginebra 'Isle of Harris' mientras visita un mercado de alimentos y bebidas de Reino Unido instalado en Downing Street, el pasado 30 de noviembre. Justin Tallis via AP

A marchas forzadas, Boris Johnson trata de recuperar su imagen, especialmente dañada por el llamado Partygate, el escándalo sobre fiestas en su residencia de Downing Street cuando lo peor de la pandemia de coronavirus obligaba a severas restricciones. Lo intenta pero no, no le sale.

Esta semana ha probado de todo: rebajar las medidas anticovid, buscar protagonismo internacional ante crisis como la de Ucrania, hacerse fuerte con su equipo de fieles -cuando varios descontentos acaban de dejar el barco- y hasta rescatar la bandera que lo convirtió en primer ministro de Reino Unido: el Brexit. Nada vale si en paralelo salen nuevas fotos suyas entre botellas de champán, si la Policía le interroga y le exige la verdad de lo ocurrido o si los exlíderes de su partido te acusan con gruesas palabras.

¿Enfriando?

El líder de los conservadores no puede estar en horas más bajas. Según las encuestas de Yougov, el 73% de los ciudadanos cree que lo está haciendo mal al frente del Gobierno, frente a un 22% que lo apoya. Su popularidad está en el 26%, frente al 56% de encuestados que reconocen que les disgusta su primer ministro. Tampoco hay esperanza en que la Policía de Londres vaya a aclarar este entuerto, apenas uno de cada 20 ciudadanos cree que el proceso será transparente y habrá que rendir cuentas por sus conclusiones.

Por eso, tras el primer puerto de montaña que supuso la revelación del informe de la funcionaria Sue Gray, Johnson ha intentado enmendar su estampa de mal gobernante. Su apuesta esencial ha sido la de suavizar las medidas anticovid. El miércoles anticipó que levantará antes de lo previsto las últimas restricciones, anuncio que hizo en el Parlamento cuando fue a hablar de otros temas pero cuando volaban de teléfono en teléfono las nuevas fotos del Daily Mirror sobre otra fiesta en pandemia.

“Tengo la intención de regresar el primer día tras el receso por las vacaciones escolares (del 14 al 20 de febrero) para presentar nuestra estrategia para convivir con la covid-19”, señaló Johnson, que adelantó que se eliminará la obligación de aislarse cuando se da positivo por coronavirus. Dijo que “suponiendo que la actual y alentadora tendencia de los datos (de contagios y muertes) continúe”, confía en que su gobierno “pueda poner fin a las últimas restricciones domésticas, como el requisito legal que obliga a autoaislarse en caso de dar positivo en un test (de covid), un mes entero antes de lo previsto”.

En principio, se preveía que las últimas normas de aislamiento que aún se aplican en Inglaterra se fueran a levantar el 24 de marzo. Actualmente, los infectados con el virus deben aislarse durante cinco días completos aunque pueden terminar su aislamiento si dan negativo el quinto y el sexto día. Es un alivio para la ciudadanía, pero también una cortina de humo.

También ha tratado de hacerse el prócer recuperando el divorcio con la Unión Europea, llave de la mayoría absoluta que hoy ostenta. Ha renovado su amenaza de que forzará la suspensión del protocolo norirlandés del acuerdo del Brexit si Bruselas rechaza una solución satisfactoria para ambas comunidades del territorio. Se refería a la cláusula del protocolo que permite a ambas partes -el Gobierno británico o la Comisión Europea- echar el freno unilateralmente a secciones específicas del acuerdo de la salida de la UE.

Y, de paso, el martes comunicó el nombramiento de Jacob Rees-Mogg, quien fuera presidente del European Research Group (Grupo de Investigaciones Europeas, ERG en sus siglas en inglés), como nuevo secretario de Estado para las Oportunidades del Brexit. Un euroescéptico declarado, uno de quienes acosaron y derribaron a la expremier Theresa May, un halcón. Toda una declaración de intenciones para reforzar esa base que lo aupó en las urnas y que, para sus detractores, es su único programa de gobierno: romper con Europa, como sea, a base de ultranacionalismo.

Aunque no hubo cambios de ministros, Johnson ha renovado algunos otros puestos clave para el funcionamiento del Ejecutivo y ha dado pasos para estrechar el control sobre los diputados de su grupo parlamentario, en un momento en el que algunos de ellos amenazan con convocar una moción de confianza contra su liderazgo, especialmente diputados jóvenes que han logrado éxitos recientes en zonas tradicionalmente laboristas.

Johnson ha tratado de reforzar, también, su papel internacional. Ya no va con la UE en cuestiones de seguridad, defensa y diplomacia, es un destacadísimo miembro de la OTAN y aliado fiel de Estados Unidos, así que su voz se oye cuando hay crisis como la de Ucrania, a la espera de si hay o no invasión de Rusia. La semana pasada fue a Kiev y esta, el primer ministro ha estado esta semana en Polonia, país clave en el este de Europa, llegó el mismo día en que aterrizaron 350 soldados británicos que permanecerán desplegados de forma temporal en el país para reforzar el flanco este de la Alianza Atlántica.

También ha viajado a Bruselas. Ya que con la UE quiere poco, sí tuvo recibimiento en el cuartel general de la OTAN, donde volvió a alertar de la gravedad de la situación. Pocos mensajes concretos, más allá del de unidad de los aliados, en una ronda que dista de tener la hondura y repercusión de la que su homólogo galo, Emmanuel Macron. En paralelo, envió a su responsable de Exteriores, Liz Truss, a Rusia, pero no logró mucho. Fue un “diálogo de sordos”, sin que las partes lograran acercar posturas con respecto a la escalada de la tensión en torno a Ucrania. “Parece que nos oímos, pero no nos escuchamos”, dijo el jefe de la diplomacia, literalmente.

Suma y sigue

La realidad, sin embargo, aplasta a Johnson. Estamos en la semana en la que ha aparecido otra nueva imagen del mandatario en una fiesta, en tiempos en los que estaban vetadas por la pandemia. Es de las más explícitas de las surgidas hasta ahora, y van unas cuantas: el premier está cerca de una botella de champán, en un despacho de Downing Street, supuestamente en un encuentro navideño, en el que está junto a dos miembros de su equipo y uno muestra un espumillón al cuello, mientras que otra lleva un gorro de Papá Noel.

En su comparecencia en el Parlamento, Johnson dijo que entendía que las fiestas que hasta entonces habían salido a la luz eran “eventos de trabajo”. Difícil aplicar esta etiqueta a lo que se ve en la nueva foto.

A ese bochorno extra, que la prensa y la oposición ya no saben cómo calificar, se ha sumado el anuncio de que la Policía de Londres interrogará durante esta semana, mediante cuestionarios, a más de 50 personas sobre las fiestas en Downing Street y otros departamentos del Gobierno durante la pandemia. Entre los interrogados estará el propio Johnson, quien asistió presuntamente a al menos seis de los 12 eventos investigados, lista que podría subir a 13 tras la aparición de la foto con el champán y el espumillón.

Los contactados por Scotland Yard, en la mayoría de los casos por correo electrónico, deberán aportar el “relato y la explicación” de sobre su “participación” en alguno de los ocho eventos bajo investigación policial, ocurridos entre el 20 de mayo de 2020 y el 16 de abril de 2021. El cuestionario tiene “estatus legal formal” y “debe ser contestado con veracidad”, indicó en un comunicado la policía, que detalló que las respuestas deben enviarse de vuelta en un plazo de siete días. Acabaría el 17 de febrero.

Es la hora de la verdad para el primer ministro, que se enfrenta a la policía, no ya al parlamento y sus juegos de palabras. De lo que se averigüe pueden salir sanciones, en el caso de que se hayan violado las leyes contra la covid impuestas por el propio gobierno de Johnson.

Él se aferra a las conclusiones finales y ha pedido que se espere al final del “proceso”. “Debe completarse y estoy deseando que se complete, y ese es el momento para decir más sobre eso”, afirmó en su visita a Bruselas que, una vez más, le reduzco la presión doméstica.

El cerco estrechado no gusta a su partido, el conservador. Por mucho que trate de silenciar a las voces críticas, sigue habiendo reuniones semisecretas por grupos y familias para decidir su futuro, aunque la prensa local sostiene que se ha rehecho en las dos últimas semanas, tras su comparecencia en el Parlamento. Esta semana, la bronca le ha llegado de un exmandatario, no es más apreciado pero histórico al fin, como John Major (1990.1997), quien el jueves, en un discurso, lo acusó de haber erosionado la imagen pública del Ejecutivo con sus “desvergonzadas excusas” a raíz del escándalo de las fiestas.

“Se ha enviado a los ministros a defender lo indefendible, haciéndoles parecer crédulos o idiotas. Eso ha hecho que se perciba al Gobierno con sospecha de manera colectiva”, lamentó Major. Cuestionado por si un primer ministro debe dimitir en caso de que se demuestre que rompió las normas, Major respondió: “Así ha sido siempre”. Clasísimo.

Las críticas del antiguo jefe de Gobierno vuelven a encender las críticas internas hacia Johnson desde diversas facciones de su propio partido, que amenazan con convocar una moción de confianza sobre su liderazgo. “El primer ministro y nuestro actual Gobierno no solo desafían la ley, sino que también parecen creer que ellos, y solo ellos, no tienen por qué obedecer las normas, tradiciones y convenciones de la vida pública”, esgrimió Major. “La acusación de que hay una ley para el Gobierno y otra para todos los demás es políticamente mortal, y es algo que ha calado”, agregó.

Boris también ha cargado con la acusación de comprarle discursos y narrativas a la extrema derecha para acusar a sus opositores y, con ese eco, alentar discursos de odio que han acabado en acoso. Todo viene de la semana pasada, cuando afeó en la Cámara de los Comunes a Keir Starmer, el líder de los laboristas, por no haber hecho lo suficiente cuando era responsable de la Fiscalía de Inglaterra para procesar al conocido pedófilo Jimmy Savile, el presentador de programas infantiles de la BBC que usó su posición para abusar de al menos 500 menores.

El pasado día 8, el progresista fue acosado por una multitud de personas en las inmediaciones del Palacio de Westminster. Le gritaban “traidor” y “protector de pedófilos”. Hay al menos dos detenidos por estos hechos, que obligaron al jefe de la oposición a ser escoltado por la policía. El premier, que ya no puede con más polémicas, tachó el “comportamiento dirigido hacia el líder de la oposición” como “absolutamente vergonzoso”. “Cualquier forma de acoso contra nuestros representantes electos es completamente inaceptable”, agregó en sus redes sociales.

Pero la piedra la lanzó. Y viene del mismo cesto de las que usan los más radicales. Hay quien dentro de su partido le ha dicho, al respecto, que no todo vale.

De momento, tiene que esperar a la Policía y a posibles nuevas filtraciones para saber cuán hondo es el hoyo en el que se está enterrando. Su otrora hombre fuerte, Dominic Cummings, ahora enemigo feroz, ya ha avisado que hay “muchas mejores fotos” que la del Mirror. El Partygate no ha acabado.