¿Cuáles son las causas del último seísmo en la política chilena?
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¿Cuáles son las causas del último seísmo en la política chilena?

Chile viró el pasado fin de semana a la izquierda en las urnas y castigó a los partidos tradicionales en la distribución de la convención encargada de redactar la nueva Constitución, que enterrará el texto redactado en tiempos de Pinochet.

Una mujer vota en las elecciones en Santiago (Chile).Martin Bernetti via Getty Images

Un artículo escrito por Carmen Beatriz Fernández, profesora de comunicación política en la Universidad de Navarra.

A finales de 2019, poco antes de que la pandemia sorprendiera al mundo, las protestas violentas colmaron las calles de Chile. En apenas 12 meses, el país había pasado de ser un “oasis de estabilidad”, como lo describía poco antes el presidente Sebastián Piñera, a un país a punto de romperse. Buscando desactivar las protestas, Piñera invitó a un referéndum que posibilitaba el inicio de un proceso constituyente. Fue convocado para abril 2020 pero luego aplazado por la pandemia que ya azotaba a los australes tanto como al resto del mundo.

Podría decirse que la covid-19 puso en el refrigerador la protesta social, pero no superaba el conflicto, sólo lo había postergado.

Así, en octubre de 2020, los chilenos respondieron a dos preguntas en el referéndum constituyente: ¿Quieres una nueva constitución? y ¿Qué tipo de cuerpo deliberante quieres que la dibuje? Los votantes elegían entre una denominada Convención Mixta, constituida por un 50% con miembros del Congreso y la otra mitad electos por los votantes, u otra opción más de ruptura institucional donde el 100% fuera elegido por voto popular.

En esa elección, donde participó cerca de un 50% de la población, se votó masivamente a favor de la primera pregunta y de la opción institucional más rompedora: con cerca del 80% de apoyo para cada una. Allí se echaron las bases de lo que ocurrió el pasado domingo el Chile: la gente estaba decidida a acabar con su vieja constitución y reescribir las reglas desde cero.

Ya esa vocación de cambio en la sociedad, apalancada sobre la equidad, venía asomándose desde años atrás. La escogencia entre libertad e igualdad forma parte de los dilemas claves de toda sociedad, y son esos los que, precisamente, han ido marcando las confrontaciones ideológicas entre izquierda y derecha.

Ante la pregunta “La mayoría de la gente considera que tanto la libertad como la igualdad son importantes, pero si tuviese que elegir entre ellas, ¿cuál considera más importante?” los chilenos se orientan claramente a favor de la igualdad. Las respuestas en la subregión son variadas en la más reciente encuesta del World Values Survey: Mientras los argentinos, colombianos y ecuatorianos valoran más la libertad que la igualdad, los brasileños, chilenos y peruanos valoran más la igualdad que la libertad. Pero en Chile hay 20 puntos de diferencia a favor de la primera.

  Libertad o igualdad.The Conversation

De manera que lo ocurrido el pasado domingo en Chile en cierta forma podía preverse. El presidente Piñera llegaba a la elección como un presidente impopular, con niveles de aprobación entre el 10 y 15%. Por ello en esta campaña no aparecía, ni por casualidad, en ningún cartel electoral de sus candidatos. Se sabía que el Gobierno y, en general, la derecha saldrían mal parados. Lo que era más difícil de anticipar era el enorme varapalo que recibirían los partidos políticos, como un todo, de derechas y de izquierdas. Los votantes se rebelaron contra el statu quo y prefirieron opciones no partidistas.

En la elección constituyente se escogían los nombres que ocuparían 155 escaños, de los cuales 17 eran para los pueblos originarios. Hubo más de 1 300 candidatos en 70 distintas fórmulas, lo que resultó en una enorme fragmentación de las opciones.

En un escenario de tal fragmentación, quien tuviera mayor disciplina de mensaje y mejor organización tenía ventajas competitivas. Por ello se esperaba que, aun cuando estuviera en una mala situación y viviendo el desafecto público, el partido de gobierno podría mantener una tercera parte del nuevo recinto constituyente y tener así un poder de veto sobre algunos aspectos fundamentales de la nueva Constitución. Era lo que auguraban todas las encuestas.

Sin embargo, las encuestas se equivocaron, nuevamente. La coalición oficialista de derechas Vamos por Chile presentó 184 candidatos, pero sólo se hizo con 37 escaños y un exiguo 20,56% de la votación nacional.

Por su parte la llamada Lista del Apruebo, alianza ad hoc de la histórica concertación chilena, presentaba 182 candidatos y ganó 25 curules, con un 14.45% de la votación nacional.

La izquierda estaba agrupada en la coalición Apruebo Dignidad, presentó 171 candidatos para ganar 28 constituyentes a partir del 18,74% de la votación nacional.

Los 65 candidatos restantes, hasta totalizar los 155 constituyentes que redactarán la nueva carta magna son nuevos actores procedentes de una variopinta combinación de listas, plataformas y alianzas (resultados oficiales aquí).

Pareciera complicado, con tal nivel de fragmentación, conseguir el quórum de las 2/3 partes que se requerirá para los acuerdos. Entre los constituyentes independientes hay 17 representantes indígenas, y resalta la denominación Lista del Pueblo, que aún sin constituir como una plataforma única, utilizó una denominación y un mensaje comunes a partir de varias agrupaciones regionales. Este spot sintetiza muy bien el mensaje de cambio que enarbolaban.

La simpatía por la novedad no es nueva en Chile, valga la redundancia. Una docena de nuevos partidos relevantes surgieron en Chile a partir de 2009, cuando el entonces joven político Marco Enriquez-Ominami irrumpió en la hasta entonces estable dinámica política chilena. Aunque apenas contaba con una intención de voto de un dígito, se autodefinía como un “díscolo” que se resistió a aceptar con resignación las decisiones candidaturales de su partido y de la Concertación.

El camino que adoptó en su rebeldía era el que le sugería la ciberpolítica, y se lanzó como una opción alternativa a la de su partido y la concertación, con un partido creado ad hoc denominado PROgresistas, con una lógica de Start-up Party.

Esa campaña se apalancó mucho, y con gran éxito, sobre las herramientas digitales, en el país con mayores niveles de penetración del internet de América Latina. Marco obtuvo poco más de un 20% del voto popular, suficiente para hacer trastabillar las posibilidades de la Concertación, dando al traste con las aspiraciones presidenciales de Frei, y permitiendo que por primera vez, luego de la salida del poder del dictador Pinochet, la derecha chilena volviera al poder.

A partir de allí hubo una eclosión importante de nuevos partidos, relanzamientos de viejos y/o de alianzas políticas con identidad propia, hasta contabilizar esa docena de nuevos partidos nacidos hasta 2020 y que luego de lo ocurrido el fin de semana podría fácilmente duplicarse en número.

Algo muy llamativo del caso chileno es que, aunque los niveles de pobreza se han reducido drásticamente en Chile durante los últimos 20 años, y es, junto con Uruguay, el país más rico de América del Sur en términos per cápita, sigue siendo un país muy desigual, incluso por encima del promedio en Latinoamérica, un continente ya de por sí tremendamente desigual. Los chilenos culpan de ello a la vieja constitución, heredada de Pinochet.

  Coeficiente de Gini en América Latina.The Conversation

Una consideración especial merecen los bajos números de participación: sólo un 43% de los chilenos escogieron a esta Asamblea. La baja cifra no se explica por la pandemia, el número no es inusual en los procesos electorales recientes, pues la participación electoral en Chile dejó de ser obligatoria en 2010 y, desde entonces, los niveles de abstención crecieron de manera importante.

Sin embargo, en este caso la baja participación podría erosionar la legitimidad del naciente parlamento constituyente. Una Constitución es un acuerdo de convivencia que debe estar asentado sobre amplios consensos sociales y políticos; una baja participación en la elección le resta legitimidad de origen.

La asamblea recién electa tendrá hasta un año para acordar un borrador de texto, que luego se someterá a otra votación pública y sustituirá a la vigente Constitución, redactada en 1980 en tiempos del general Pinochet. Entre tanto habrá elecciones presidenciales.

Así las cosas, tenemos una Asamblea Constituyente orientada mayormente hacia la izquierda, con la equidad como meta, pero fragmentada y muy variopinta en lo ideológico, paritaria en género en su composición, con representación de los pueblos originarios y, fundamentalmente, muy inexperta en lo procedimental, que tendrá la enorme responsabilidad de redactar la nueva constitución para Chile.

Los riesgos están a la vista y los mercados así lo valoraron el lunes siguiente a la elección, cuando la Bolsa de Santiago cayó un 10% tras conocerse los resultados.

El juego apenas comienza…

Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.

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