La TVG, otra vez la barbarie contra la información

La TVG, otra vez la barbarie contra la información

Ancianas patinadoras, traslados forzosos y heridas de muerte a la información

Imagen de archivo de una protesta de miembros del comité intercentros de CRTVG en Santiago el 6 de noviembre de 2022.Europa Press via Getty Images

“Esto no es una huelga laboral, es una huelga por la dignidad profesional, contra la manipulación, por el respeto a las informadoras, a los periodistas, a favor de la información pública, del servicio público de verdad”. Hoy martes 25 de abril, un grupo combativo de la TVG acudirá a las puertas del Senado, a las cuatro de la tarde, para gritar por una tele pública digna, por el derecho de todos a tenerla. Hoy, aprovechando que Pedro Sánchez tendrá debate con Alberto Núñez Feijóo, los profesionales de la tele autonómica se van a desplazar hasta Madrid, con sus reivindicaciones, sus peticiones de amparo, sus pancartas, para romper además el cerco mediático gallego, donde tienen un nulo apoyo por razones que todos tenemos claras.

Pero ¿qué quieren?, ¿qué pasa allí dentro, en el norte, en esa tele pública?, os preguntareis. Arranco con una anécdota personal y nos metemos en harina después.

Yo trabajaba en la tele pública valenciana, a través de una productora. Mi marido, Julià Àlvaro era periodista fijo, con plaza, del servicio de informativos, a cuyo frente en ese momento estaba otro periodista, que se llamaba, que se llama Pau Pérez (ahora mismo es jefe de comunicación de una empresa). Julià era uno de esos periodistas incómodos que protestaba contra la manipulación informativa, que no se quería plegar a las órdenes arbitrarias, intolerables, profundamente malversadoras de lo que era un servicio público de comunicación, un departamento de informativos. Como era imposible echarlo, tuvo que llegar el cierre de esa tele autonómica para poder quitarse de encima a tanto periodista plasta que quería el bien común. Aunque, claro, al final los liquidaron a todos, a los plastas y a los pelotas. El caso es que, por ese motivo, no poder echarlo y no soportar su continua queja, su posicionamiento, había sido destinado a tareas menores, a secciones que no eran la suya, donde su compromiso con la información pasaba mucho más inadvertido. Así que como su despido era imposible, Pérez decidió despedirme a mí. Llamó a la productora en la que yo estaba trabajando en ese momento, Prime time se llamaba (la del desparecido Valerio Lazarov), que acababa de firmar un programa con la cadena y les ordenó que me rescindieran el contrato. La productora encargada de darme la noticia vino hecha un mar de lágrimas (yo dirigía el programa, estábamos contentos los unos con los otros, ellos con mi trabajo y yo con su trato) y me dio la carta de despido. “Ha sido una llamada de arriba, y nos han dicho que si no te despedimos no renuevan el programa”.

Pero no pasa nada, yo seguí vinculada a la televisión, a otras televisiones durante varios años más, hasta que decidí dejarla y ahora estoy divina de la muerte. Hace de eso 20 años. He querido traer esta historia para usarla de anécdota, de introducción a otra de ahora mismo de la televisión pública gallega, que tiene penosos episodios que hemos contado aquí varias veces. Allí, en ese lugar del norte, en esa tele pública tengo compañeros periodistas defenestrados a tareas menores por no querer contar las cosas que suceden, por no complacer lo suficiente a sus jefes, por querer ser ecuánimes, veraces, neutrales, honestos.

Llevan dos años de viernes negros, luchando por lo mismo de siempre “pero multiplicado y perdiendo derechos, sin haber recibido jamás una llamada a diálogo. Así que han vuelto a movilizarse, a convocar huelgas (hicieron dos en marzo), a salir a la calle a protestar. En este vídeo de su última huelga del 6 de marzo, dos periodistas de la casa explican su “castigo”, cómo se tensa la cuerda, cómo son las prohibiciones (no pueden hacer asambleas hasta dentro de dos meses) y cómo el asunto ya ha pasado de lo profesional a lo personal.

Con las huelgas de marzo paralizaron por primera vez un programa histórico, Luar, “que no se pudo hacer porque no había técnicos, ni cámaras. El programa es una coproducción y ese día solo estaban allí los de la productora externa, pero no era suficiente”, me cuenta Raquel Lema, una de las periodistas que lleva en la batalla por la dignidad profesional desde los inicios. También paró Deportes, la programación de las dos cadenas, y de la radio, y la web. Lograron pues alterar las cosas. Habrá más jornadas de paro, como la del día 12 de mayo, que arranca la campaña, y la del propio día de las elecciones. Es ya la batalla total por cambiar las cosas.

Que últimamente han pasado muchas. Una, una compañera tuvo que ser ingresada en urgencias después de que le diese un ataque de ansiedad en la redacción. Es algo cada vez más habitual dentro de la casa, me cuentan los colegas, porque desde que se fue Feijoo, deben estar más nerviosos y sacan más el látigo, la mordaza. Reconozco esos episodios, en la época dura y negra de Canal 9 los viví de cerca. Conozco bien esos momentos en los que la presión es insostenible, en los que crees que vas a volverte loca luchando contra los elementos, cuando tú ves claramente que hay chapapote y tus jefes te ordenan que digas que hay playas impolutas, por usar un ejemplo que todo el mundo entiende. Hay traslados forzosos: se quitan periodistas de la sección donde se puede ser más influyente, para pasarlos a programas sin mayor recorrido, blanquitos, ligeritos, de “ancianas patinadoras”, como los llaman.

Esos traslados forzosos, donde simplemente quitan a gente solvente y poco dúctil de sus puestos y los llevan a otros en los que no pintan nada, fueron calificados como “premios” por el director general, cuando le preguntaron por ellos en el Parlamento. ¿Cómo? Sí. El director general primero lo negó todo, y luego dijo que esos traslados “son premios a los trabajadores para que vean otras realidades, para darles la oportunidad de brillar con otras herramientas”. Los trabajadores, claro, están enloqueciendo. Quién no lo haría.

Hay momentos inverosímiles, como el de la presentadora de TVG Mayte Cabezas, hija de un guardia civil asesinado por los Grapo. Mayte explicó en sus redes personales, PERSONALES, cómo el expresidente Feijóo nunca cumplió su promesa de aprobar una ley de apoyo a las víctimas. Eso sucedió el sábado. El lunes, al llegar a su puesto de trabajo se le comunicó que la trasladaban a la radio. ¿Por qué? Porque sí. Bueno, la explicación de la corporación es más alambicada, pero significa lo mismo. “Ha sido una llamada de arriba”, cuentan. Otra vez.

Quiero decir dos cosas. Una, me resisto a creer que esa llamada de arriba sea del propio Feijóo, que bastante tiene ahora con lo que tiene. Y que no puede ser tan irresponsable, tan torpe, tan poco cuidadoso, aunque desee el despido de la muchacha. Seguro que es de unos de esos esbirros, más papistas que el Papa, o una de esa “mala gente que camina”, que tiene un nombre y ningún escrúpulo y cierto poder. Me encantaría saber su nombre. Sería sencillo, bastaría con seguir el hilo de toda la cadena de mando, desde el esbirro hasta la persona que notifica el traslado.

Y dos, querría recordarles a todos los espectadores gallegos esta anécdota que me contó un cámara de esa tele, cuando el Prestige. Los vecinos, los mariscadores, los marineros pedían a gritos que la TVG contara de verdad lo que estaba pasando e impedían el acceso de las cámaras de la cadena pública, donde Manuel Fraga mandaba mucho, sin pudor alguno (también de TVE, que en aquel momento estaba en línea con la TVG, con Alfredo Urdaci, sin pudor tampoco, al frente de los informativos). Pues bien, este compañero cámara, cansado de esa inquina hacia ellos, en lugar de hacia los verdaderos responsables, se encaró a uno de los vecinos amotinados y le dijo:

—No me eche a mí la culpa, lo que tiene que hacer usted es la próxima vez que vaya a votar, es votar en consecuencia.

Su interlocutor, visiblemente contrariado, le respondió:

—No me mezcle la política con esto

Así que hoy, para mezclar la política, estarán ahí, en la puerta del Senado pidiendo, exigiendo el derecho a una tele pública digna. Por ellos y por todos los ciudadanos gallegos, claro.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Periodista, ha trabajado para diarios como Levante y televisiones como Canal 9 y TVE. Es colaboradora de radios como Cadena Ser o RNE. Cubells ha publicado varios libros sobre el mundo de la televisión y también, en colaboración con Marce Rodríguez, el libro Mis padres no lo saben.