Los Stradivarius no son tan buenos

Los Stradivarius no son tan buenos

Image courtesy of Stefan Avalos.

Durante siglos se ha mantenido que los Stradivarius y otros violines italianos del XVIII son los mejores del mundo. Sin embargo, investigadores franceses acaban de desmontar el mito. Reunieron a diez grandes solistas, les vendaron los ojos y les hicieron tocar seis antiguos y seis nuevos. ¿El resultado? Los modernos puntuaron mejor y los virtuosos no supieron identificar a qué siglo pertenecían.

Un rápido vistazo a la Wikipedia da cuenta de la excelencia que atesoran los Stradivarius. Son tan pocos y tan buenos que cada uno tiene su propio nombre y algunos pueden costar una veintena de millones de euros. Hay una decena de teorías para explicar el porqué de su calidad. Que si el secado especial de sus maderas, que si el barniz, que si la pequeña Edad de Hielo que hubo hasta el siglo XIX hizo que los árboles dieran una fibra más compacta, que si el lutier Antonio Stradivari, su creador, los protegía con un insecticida especial...

Y sin embargo, apenas hay estudio fiables para determinar cuánto de verdad hay en la aureola que rodea a estos violines. En 2010, durante una competición internacional, varios de ellos fueron comparados con instrumentos nuevos en la habitación de un hotel de Indianápolis (Estados Unidos). Ganaron los últimos pero, como dijo entonces un violinista “no puedes probar un Ferrari en un aparcamiento”.

Lo que han hecho ahora investigadores del Instituto Jean le Rond d’Alembert, un centro conjunto de investigación de las universidades de la Sorbona y París 06 , ha sido idear el experimento más completo que se pueda imaginar para zanjar de una vez la cuestión sobre la calidad de los Stradivarius y su superioridad tonal frente a los modernos violines.

Con mucho trabajo, paciencia y contactos, consiguieron que les prestaran media docena de viejos violines italianos, cinco Stradivarius y un Guarneri del Gesu de 1740. Sus dueños los cedieron a condición de que no se supieran sus nombres, no fuera que su prestigio decayera. También consiguieron otros seis instrumentos fabricados por algunos de los mejores lutiers actuales de Estados Unidos y Europa. Los más viejos tenían 20 años y había alguno recién salido de la tienda.

Ayudados por expertos, los investigadores envejecieron los violines nuevos para que su tacto no diera pistas. También propusieron echar unas gotas de un aroma en la mentonera de los antiguos para que esconder su olor y que los violinistas no pudieran diferenciarlos al apoyarlos en su mentón. Pero los dueños se negaron porque podía afectar al barniz de sus joyas.

Lo siguiente que hicieron los investigadores fue seleccionar a 10 de los mejores violinistas del mundo. Están Olivier Charlier,Yi-Jia Susanne Hou, Ilya Kaler o Elmar Oliveira entre otros. Juntos acumulan hasta 90 de los grandes premios internacionales como el Avery Fisher o ganadores de las competiciones Chaikovsky, Sibelius, Paganani o la Long-Thibaud entre muchos otros.

CON GAFAS DE SOLDAR

La investigación, cuyos resultados se publican en la presente edición de PNAS, se desarrolló en dos fases. Primero, como en una cata a ciegas, les pusieron unas gafas de soldar y les presentaron los 12 violines colocados al azar en una sala de ensayo. Para evitar el error de Indianápolis, se realizó una segunda prueba en un sala de conciertos.

En el primer experimento, los violinistas tuvieron 50 minutos para trastear y tocar los instrumentos hasta elegir los cuatro que más les gustaron. En los últimos 12 minutos del experimento, les mostraron tres violines. Uno era el suyo propio, otro era el que más les había gustado de aquellos cuatro y un tercero que era el mejor que la categoría (nuevo o viejo) a la que no pertenecía su primera elección. Tuvieron 30 segundos para puntuarlos del 0 al 10 según varias características, desde sonoridad al oído, hasta la claridad, pasando por la calidad tonal.

Después de una entrevista, repitieron el experimento en una sala de conciertos aunque con algunas variaciones. Allí, por ejemplo, se podían hacer acompañar por un piano o pedir a otros violinistas que hicieran de oyentes.

¿El resultado? A pesar de la gran variabilidad de las puntuaciones, para eso son solistas y virtuosos, los dos violines mejor puntuados eran de los nuevos. El primer Stradivarius aparece en tercer lugar y el último de los 12 también era de los antiguos.

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Image courtesy of Claudia Fritz

Los investigadores realizaron un sinfín de modificaciones en la forma de medir. Retirando de la escala, por ejemplo, a los rechazados en primer lugar, los nuevos seguían ganando a los viejos. Si se sumaban las puntuaciones totales de los modernos y los antiguos por separado, los primeros ganan por goleada, 6 a 1 en una escala normalizada.

También por criterios gana lo nuevo. En las seis categorías medidas, los violines fabricados en las últimas décadas superaron a los del siglo XVIII en la primera sesión. En la desarrollada en la sala de conciertos, los viejos recuperan terreno pero seguían por detrás.

La última parte del estudio fue casi una gamberrada. Les dieron 30 segundos para tocar una serie de violines, mezclados viejos y nuevos, y les pidieron que adivinaran si eran lo uno o lo otro. De los 69 test realizados, sólo en 33 acertaron. Más aún, en la mayoría de las suposiciones erróneas, los violinistas confundieron un violín nuevo por uno viejo. Es el peso del mito.

Como dicen en sus conclusiones los investigadores, “estos datos muestran claramente la incapacidad para adivinar con certeza la edad de un instrumento”. Para ellos, la próxima vez que alguien diga que un Stradivarius es mejor “necesitará apoyarse en pruebas”.