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Exageraciones, Joe Biden como obsesión y ni rastro de Venezuela: así fue el discurso navideño de Donald Trump

Exageraciones, Joe Biden como obsesión y ni rastro de Venezuela: así fue el discurso navideño de Donald Trump

El presidente de EEUU culpa a Joe Biden de la subida del coste de la vida y promete un “boom económico” que no termina de reflejarse en los datos ni en los bolsillos.

El presidente de EEUU, Donald Trump, en su discurso.
El presidente de EEUU, Donald Trump, en su discurso.Doug Mills

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha usado el tradicional discurso navideño para algo muy distinto a lo que exige el formato. A punto de cumplir el primer aniversario desde su regreso a la Casa Blanca, el republicano ha convertido no ha explicado el estado del país sino que se ha esforzado en justificar por qué cree que aún merece una ovación. Con su popularidad en mínimos y la economía como su principal punto débil, Trump ha optado por exagerar sus logros, transformar una cita institucional en un mitin político y ordenar el relato alrededor de un enemigo omnipresente: Joe Biden.

El marco quedó fijado desde la primera frase que pronunció: “Buenas noches, América. Hace once meses heredé un desastre y lo estoy arreglando”, dijo Trump al arrancar una intervención de menos de veinte minutos. Desde ahí, el mensaje se desplegó sin matices: todo lo que va mal en Estados Unidos es culpa de Joe Biden; todo lo que empieza a ir bien, se debe gracias a Trump. “Nuestro país era motivo de burla en todo el mundo, pero ya no se ríen”, afirmó, antes de remachar que “en los últimos once meses hemos logrado más cambios positivos en Washington que cualquier Administración en la historia de Estados Unidos. Nunca ha habido nada igual”, señaló el presidente de Estados Unidos.

Ese énfasis no responde a un tic retórico, sino a una necesidad política muy concreta. Las encuestas sitúan la aprobación de Trump en sus niveles más bajos desde su regreso a la Casa Blanca, con especial castigo en la gestión económica. Sin embargo, el republicano mencionó a Joe Biden de forma reiterada, hasta convertirlo en el responsable universal del encarecimiento del coste de la vida, de los problemas de la sanidad, de la inmigración y de la situación económica general. El discurso no intentaba tanto convencer a posibles nuevos votantes como ofrecerles a los propios un relato sencillo: si hay problemas y algo va mal, no es culpa suya.

Para sostener ese relato, Trump recurrió a afirmaciones contundentes y cifras discutibles. “Los salarios están subiendo más rápido que la inflación”, aseguró antes de proclamar que Estados Unidos está “preparado para un boom económico nunca visto en el mundo". El presidente habló de precios de la gasolina que “acaban de bajar a 1,99 dólares en algunos estados” y de recortes en medicamentos de “400, 500 y hasta 600 %”, una secuencia de cifras pensadas para impresionar más, que para resistir a las matemáticas.

La exageración aparece así no como un exceso puntual, sino como un método discursivo. Trump evitó ofrecer cualquier matiz y pasó por alto las contradicciones de su relato con los datos reales. Exageró sus logros, minimizó las dificultades actuales y dejó las posibles soluciones par más adelante. “Estoy bajando esos precios y los estoy bajando muy rápido”, afirmó, sin entrar en los factores —como los aranceles impuestos por su propia Administración— que han contribuido al repunte de la inflación en los últimos meses.

El anuncio más concreto del discurso fue el envío de un cheque de 1.776 dólares a 1,45 millones de miembros de las Fuerzas Armadas, el llamado “dividendo del guerrero”. “Los cheques ya están en camino”, afirmó Trump, al presentar un gesto cargado de simbolismo patriótico. “Después de reconstruir las Fuerzas Armadas durante mi primer mandato y con las incorporaciones actuales, contamos con el ejército más poderoso del mundo”, sostuvo, antes de añadir que “nadie lo merece más que nuestras fuerzas armadas”. El pago funcionó más como recompensa identitaria que como respuesta estructural al malestar económico que reflejan los sondeos.

La inmigración ocupó otro eje central del mensaje. Trump acusó a la Administración anterior de haber “inundado” ciudades y pueblos con inmigrantes en situación irregular y de haber liberado a delincuentes violentos, y aseguró, sin aportar pruebas, que ha cerrado la frontera sur y que en siete meses no ha entrado “ningún inmigrante ilegal”. La contraposición moral volvió a escena: ciudadanos “respetuosos de la ley y trabajadores” frente a un enemigo difuso al que el presidente responsabilizó del descontrol y de buena parte de los problemas económicos.

En sanidad y vivienda, el patrón se repitió. Trump prometió acabar con el llamado Obamacare y defendió un plan —sin detallar— para dar “dinero directamente a la gente para que pueda comprar su propio cuidado de salud”. “Los únicos perdedores van a ser las compañías aseguradoras que se han enriquecido y el Partido Demócrata… me da igual”, dijo, sin explicar qué ocurrirá con los millones de estadounidenses que hoy dependen de seguros subsidiados. En vivienda, anunció “uno de los planes de reformas más ambiciosos de la historia” y volvió a señalar a la inmigración: “uno de los principales factores que empuja el coste de la vivienda al alza es la colosal invasión fronteriza”.

La escenografía acompañó el mensaje. Trump habló desde la Sala de Recepciones Diplomáticas de la Casa Blanca, flanqueado por árboles de Navidad y con un retrato de George Washington a la espalda. El decorado evocaba solemnidad y unidad nacional; el tono, sin embargo, se acercó al de un mitin acelerado, con frases cortas, énfasis constantes y un ritmo que rozó el enfado. El propio presidente llegó a resumir su relato con una frase más propia de campaña: “Hace un año nuestro país estaba muerto… ahora somos el país más atractivo del mundo”.

También resultaron elocuentes los silencios. Trump evitó cualquier mención a Venezuela, pese a haber elevado la presión contra el Gobierno de Nicolás Maduro en los días previos, haber ordenado el bloqueo de petroleros sancionados y haber insinuado incluso posibles acciones militares. El discurso dejó fuera ese frente y se concentró en economía, inmigración y guerra cultural, los temas que movilizan a su base y esquivan divisiones internas.

El resultado fue un discurso a la nación que dijo menos sobre el país que sobre el momento político de su presidente. Trump exageró sus logros no porque creyera que el balance fuera incontestable, sino porque las encuestas aprietan y el formato ofrecía un altavoz privilegiado. En lugar de ajustar el relato a la realidad, prefirió ajustar la realidad al relato.

Así, el mensaje institucional se convirtió en una pieza más de la campaña permanente. No hubo voluntad de rendir cuentas ni de ordenar el debate público. Hubo una urgencia más inmediata: mantener el control del relato cuando los datos y el ánimo social empiezan a ir por otro lado. En ese contexto, la exageración no fue un desliz. Fue la estrategia.