De magos y adicciones

De magos y adicciones

Me llamo Belén Conesa y soy adicta, aunque a mi me gusta más llamarme simpatizante o partidaria de. Mi adicción es plural y ambigua, polivalente y cartesiana. En ella conviven las nuevas tecnologías y las sustancias psicotrópicas, el alfabetismo, el pulpo al horno y la indefensión.

Me llamo Belén Conesa y soy adicta, aunque a mi me gusta más llamarme simpatizante o partidaria de. Mi adicción es plural y ambigua, polivalente y cartesiana. En ella conviven las nuevas tecnologías y las sustancias psicotrópicas, el alfabetismo, el pulpo al horno y la indefensión.

En la reunión de vecinos, una vez al año en el garaje, me miran y murmuran. Soy la politoxicómana del cuarto. La que aún teniendo una hija y un chucho callejero, con toda la responsabilidad que ello conlleva, se atiborra de pasteles de carne en vez de proteger su integridad. No me gusta hacer apología de mi estado físico-mental, pero tienen razón.

A veces vulnerable y casi siempre vital, abuso de casi todo con alevosía. Los amantes de la vida en comunidad y del trato directo, encuentran monstruosa mi absoluta 'pérdida de tiempo' y fiel dedicación a facebook: ese patio de vecinas, plataforma exhibicionista de un ego deformado a voluntad. Me acusan de vivir pegada a un móvil y whatsappear como si no hubiera mañana, incluso de abusar de emoticonos para expresar mis emociones más profundas. Los paseantes, de que corro en exceso. Los sanos de bebedora compulsiva.

Inspirar... espirar...

Las familias recriminan mi propensión obsesiva a la autosuficiencia, mi carácter libertino y juvenil en exceso. Dicen las parejas que mi necesidad de amar es excesiva, que lo busco a deshora y sin contemplaciones. Los solteros de vida disoluta recriminan mi apática tendencia a repetir a diario patrones aburridos. Los críticos de arte mi afán populista, los literatos mi exceso de idiotez.

Inspirar... espirar...

Los productores de lomo embuchado se echan las manos a la cabeza y manotean y gritan sin sonido cuando me ven. Desprecian mi reiterativa querencia hacia la pechuga de pavo, no entienden que es filosofía. Los empresarios, ay los empresarios... no entienden mi acusado desorden mental y estupefacción por las causas perdidas. Cada mañana pongo un pie en el suelo deseando abusar de la no-practicidad, de la improductividad. Terribles deseos me dan de dormir eternamente.

Los consumidores de estupefacientes detestan mi obsesión por no perder del todo el control. Creen que si no me hincho a speed es porque una monja se apoderó de mi alma en mi más tierna infancia alterando mi capacidad de resultar interesante/divertida. Por otro lado, los jamás-consumidores abominan de mi absoluto descaro.

Inspirar... espirar...

Y a mi que me perdone el señor presidente de escalera, pero todo ésto me produce una mayor ansiedad y una infección de orina constante. El consumo ininterrumpido de fármacos ha acabado por arrasar mi flora vaginal y una cierta dignidad que un día tuve.

Telefoneo constantemente a amigos que dicen serlo por un simple chute de pertenencia al colectivo, con el consiguiente mono de sinceridad. Por no hablar de la risa que me produce lo que nos rodea provocando carcajadas interminables con llanto cada vez que leo la prensa o recuerdo el pelazo de Imanol en fin de año. Estoy empezando a desarrollar un tercer ojo y un sexto dedo. Tengo sprays anti-todo. Y tabletas de chocolate bajo la almohada. Soy la perfecta amante de Oliveiro Girondo en El lado Oscuro del Corazon. Quiero volar, que voy a hacerle... y recorrer el inmenso bosque de secuoyas centenarias de La Sagra. Y que me saquen a bailar todos los mozos del baile. Lo quiero todo.

Agotada al llegar la noche, decido relajarme. Me siento tentada a fumarme un 'trócolo' detrás de otro hasta perder el conocimiento, pero miro al techo y siento el pinchazo de cistitis atravesando mi cuerpo, desde la vejiga a la sien. Mi perrillo callejero que se diría fue primo de Sócrates, mira profundamente desde abajo, con sus ojos de saberlo todo y sus patitas cortas. Merlin no tiene prejuicios, no perdona, no juzga, no quiere saber más. Merlin es más de cagarse a destiempo.

Nuestro discurso dialéctico suele enfrentar dos posturas: la mía retórica y obtusa. La suya, argumental e ingeniosa. Es el único perro que conozco que sabe sonreir y lo hace muy a menudo. Con su dulzura infinita, me enfrenta al espejo de mi misma, pero con la perspectiva de un monje budista. Según la Organización Mundial de la Salud soy una enferma, según él sólo un ser humano.

Ya en paz cierro mi tercer ojo que sueña, mientras los otros dos siguen atentos al movimiento constante de su cola. Emito un profundo ronquido.

Y es que el que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra.