Félix, un grande en Verona

Félix, un grande en Verona

Paca Aguirre merecería que por fin se le entregara su Premio Nacional de Poesía que no pudo recoger porque se convocó en el Palacio del Pardo, donde fue como niña en 1942 a pedir de rodillas clemencia para su padre, pintor republicano, ajusticiado al día siguiente.

Tras dejarnos Felix Grande, releo nuestra correspondencia. Conocí a Félix y a Paca gracias a mi mujer, la pintora Sofia Gandarias. En 1997 acusaba recibo de un libro mío sobre Europa diciéndome: "me ayudará en un tema que ignoro o conozco mal". Gesto de humildad en un poeta que se dio a conocer en 1966 con Música Amenazada con un poema en el que dice "el siglo XX me golpea como un gong/ Mi cráneo acabará sonando a chatarra/ Se envejece muy rápido en Europa". Había captado la tragedia europea en toda su dimensión.

En Biografía incorporó, tras visitar Auschwitz, "La cabellera de la Shoa". El manchego fue cabrero, buhonero, vinatero y oficinista. Después, la poesía le poseyó y triunfó como poeta, ensayista y escritor.

En el Instituto de la Opera y la Poesía de Verona el maestro Gianfranco de Bosio propuso que dedicáramos el Festival de Primavera de 2011 a Garcia Lorca. Los invitados de honor fueron la gran pareja de poetas premios nacionales de poesía Félix Grande y Paca Aguirre. En la Casa Masi, histórica bodega y prestigioso centro cultural donde habitó Dante, ofreció un impresionante recital. Félix dominaba la oratoria y la retórica de manera magistral, y su presencia física dominaba la escena con una expresión elegante y quijotesca. El público italiano escuchó en un religioso silencio la poesía lorquiana, de Félix y de Paca Aguirre. No hubo necesidad de que la intérprete tuviera que intervenir, el público consideró que aquellos versos tenían la expresión y la música justa.

Habíamos quedado para que vinieran a escuchar sus amadas Variaciones Goldberg en el Auditorio del Museo del Prado, interpretadas por la pianista Marta Espinós.

No pudo ser por indisposición. Ahora Paca Aguirre, sin el hombre de su vida al que dedicó una bellísima meditación en Historia de una Anatomía, merecería que por fin se le entregara su Premio Nacional de Poesía que no pudo recoger porque se convocó en el Palacio del Pardo, donde fue como niña en 1942 a pedir de rodillas clemencia para su padre, pintor republicano, ajusticiado al día siguiente. Félix lo contó con sentimiento en su autobiografía "La balada del abuelo Palancas". Sería un merecido homenaje a ambos.