Lo que la 'ofensiva de las sanciones' occidentales a Rusia ha logrado hasta ahora

Lo que la 'ofensiva de las sanciones' occidentales a Rusia ha logrado hasta ahora

El presidente de Ucrania se queja de que no llegan nuevas medidas restrictivas y de que Moscú las elude con facilitad los obstáculos. "No han logrado reducir a la bestia rusa, pero su economía está profundamente enferma", dicen los expertos. 

Vladimir Putin, el pasado 14 de marzo, dirigiéndose a los empleados de una planta de aviones y helicópteros en Ulan-Ude, al este de Rusia.Mikhail Metzel, Sputnik, Kremlin Pool Photo via AP

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ha puesto el grito en el cielo. Preguntado sobre por qué va lenta su contraofensiva contra la invasora Rusia, se enfada y lanza dos recordatorios a esos aliados que se desesperan. Uno es que necesita más y mejor armamento, más determinante, empezando por los F-16, y otro es que hacen falta más sanciones contra Moscú para frenar su agresión. 

"Actualmente, vemos una prolongada pausa en las sanciones por parte de nuestros socios, y los intentos excesivamente activos de Rusia por eludir las sanciones. (...) La ofensiva mundial de sanciones debe reanudarse", dijo en el Yalta European startegy, un foro celebrado en Kiev. Y remató: la contraofensiva "va mas rápido de lo que se imponen las nuevas sanciones".

Se calcula que en todo el mundo se han impuesto más de 13.000 restricciones, más que todas las que arrastran Corea del Norte, Irán y Cuba juntas, pero ante las palabras del exactor surgen, de nuevo, las preguntas clásicas: ¿están sirviendo las sanciones internacionales contra Vladimir Putin y los suyos? ¿En qué grado? ¿Se puede hacer más? ¿Hay motivos para dudar de su efectividad?

La respuesta que dan los países aliados de Kiev a quienes dicen que los paquetes aprobados desde el inicio de la ofensiva, en febrero de 2022 no están dando frutos es: "Eso simplemente no es cierto". Lo afirma, con su rotundidad habitual, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. En una entrada en su blog personal, el español niega la mayor y expone, por contra, que las sanciones "han limitado considerablemente las opciones de Moscú, provocando tensiones financieras, excluyendo al país de mercados clave y degradando significativamente la capacidad industrial y tecnológica de Rusia". En ese camino hay que seguir, aunque no avanza si con nuevos paquetes u optimizando los ya aprobados por los Veintisiete. 

Más allá de la valoración política están los datos. Sólo desde Bruselas, en estos casi 19 meses de invasión se han impuesto sanciones a más de 1.500 personas y unas 250 empresas y entidades, castigos individuales a los que se le suman los bloqueos económicos y de visados. El objetivo, como explica el Consejo europeo, es "ocasionar graves consecuencias a Rusia por sus actos y frustrar con eficacia sus capacidades de continuar la agresión". Son sanciones tomadas en conjunto -con lo difícil que es siempre poner de acuerdo a todo el bloque comunitario- a gran escala y sin precedentes, que también han cargado contra Bielorrusia o Irán por su colaboración en la ofensiva y su suministro de armas. 

La Comisión Europea ha calculado en 21.500 los millones de euros en bienes inmovilizados a Rusia y en 300.000 los activos bloqueados al Banco Central ruso (BCR) tanto por Europa como por el G7. Se calcula que el 70% de los activos del BCR están hoy sujetos a sanciones. Una garantía de que el dinero no puede usarse. En el caso de las sanciones económicas al comercio -que excluyen los productos relacionados con la salud, la alimentación o la agricultura para no afectar a la sociedad civil-, se calcula que se han vetado mercancías exportadas por valor de más de 43.900 millones de euros e importadas por 91.200 millones. Esto significa que, en comparación con 2021, actualmente están sujetos a sanciones el 49 % de las exportaciones y el 58 % de las importaciones.

Hay sanciones menos tangibles, como las de servicios de contabilidad o asesoría fiscal y auditorías, o los vetos a transportes por carreteras, aviones o barcos, más las complicaciones para acceder a sistemas bancarios como el SWIFT de mensajería entre entidades financieras, y que sumadas, insiste Borrell, están enredando los pies de la economía rusa. 

En los primeros meses de la contienda, Moscú aprovechó sus enormes ingresos del petróleo y el gas para amortiguar los primeros cerrojazos de la comunidad internacional. Luego el daño ha empezado a hacer mella. La economía rusa se contrajo en 2022 un 2,1%. Las manufacturas, que crecían de manera constante antes de la invasión (hacían falta textiles, metalurgia o productos médicos), acabaron bajando un 6% a fines de 2022 y suma un 1,7% más de bajada en lo que llevamos de año. La más fina, la de media y alta tecnología, se fue hasta un 13% de caída. La producción de vehículos de motor disminuyó un 48% interanual, otros tipos de transporte un 13% y la producción informática, electrónica y óptica, un 8%, mientras que el comercio minorista disminuyó un 10% y el comercio mayorista, un 17%. 

La fuente de estos datos es el Rosstat, el servicio nacional de estadísticas ruso, que encuentran un eco similar en los estudios del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Se prevé que el PIB del país disminuya un 2,5% en la hipótesis más pesimista (OCDE) o un 0,2% según el Banco Mundial. El FMI espera que haya crecimiento en 2023, aunque pequeño (0,7%). 

Todos los componentes de la demanda privada rusa, incluidos la inversión y el consumo privados, siguen deprimidos. Sólo ha aumentado el gasto público relacionado con el esfuerzo bélico, es decir, el gasto en defensa. La agencia de calificación crediticia Moody's ya ha rebajado la calificación de 95 empresas rusas, incluidas la mayoría de las empresas energéticas.

Según los cálculos del FMI, en 2022 las importaciones de Rusia cayeron un 15,01 % (con respecto a 2021) y las exportaciones se redujeron en un 8,7 %. En 2023, las importaciones aumentarán un 8,25 % (con respecto a 2022), mientras que las exportaciones se incrementarán en un 0,24 %. Y según el Banco Mundial, las importaciones de Rusia en 2022 disminuyeron un 9,7 % (en comparación con 2021) y las exportaciones cayeron un 9,6 %. En 2023, las importaciones aumentarán un 4,1 % (con respecto a 2022), mientras que las exportaciones bajarán un 4,6 %. Hay recuperaciones parciales, hay áreas que aún se mantienen a flote, y eso es lo que hace que los más duros, empezando por Zelenski, reclamen más sanciones, más contundentes. 

Capítulo aparte merece la energía, clave en la cruzada antirusa y que ha supuesto un cambio de conciencia especialmente en Europa, relanzando el ahorro y la búsqueda de alternativas. En comparación con 2021, en 2022 ya se cortó el 58% de las importaciones totales de la UE procedentes de Rusia, una desvinculación sin precedentes. Desde agosto de 2022, las importaciones de carbón ruso en la UE han dejado de afectar por completo a alrededor de una cuarta parte de todas las exportaciones de carbón ruso. 

Las sanciones energéticas del G7+ al petróleo han demostrado ser especialmente efectivas, trascendentales. El precio del petróleo ruso ha caído desde el inicio del embargo de la UE y los límites a los precios del petróleo del G7+. La Agencia Internacional de Energía (AIE) informa que el precio promedio de exportación del petróleo crudo ruso se situó en alrededor de 60 dólares por barril en abril de 2023, un descuento de 24 dólares por barril en comparación con el precio mundial del petróleo. La AIE también estima que los ingresos totales del petróleo ruso han disminuido un 27% respecto al año anterior. Al mismo tiempo, como pretendían los países del G7+, a pesar de la caída de las exportaciones a la UE, el volumen general de las exportaciones mundiales de petróleo de Rusia se mantuvo relativamente bien, lo que ayudó a mantener estables los mercados mundiales.

En cuanto al gas, la propia decisión de Rusia de recortar los flujos y los fuertes esfuerzos de diversificación de la UE dieron como resultado una caída dramática de los volúmenes, lo que incrementó de inicio los precios en el viejo continente, ayudando a engordar una inflación no vista en 40 años. Pese a ello, Bruselas ha logrado otros aliados, estabilizando precios y optimizando lo que tiene: ha aumentado los flujos de proveedores de gas cercanos, ha almacenado y tirado de las existencias, ha buscado otras fuentes y ha importado gas natural licuado. En 2020 el 39,5% de las exportaciones de gas ruso eran hacia la UE, su mejor cliente.

"En resumen: la decisión de Rusia de atacar a Ucrania obviamente ha empujado a la economía rusa hacia el aislamiento", concluye Borrell. 

Una transformación imparable

Los analistas internacionales coinciden mayoritariamente en que las sanciones están sirviendo, en que los datos ya citados son reales y la economía rusa está, como poco, constreñida a unos límites impensables antes de la guerra de Ucrania. También coinciden en que aún no es suficiente para tumbar a la potencia y en que, si la contienda se perpetúa y con ella las sanciones, la transformación para mal de sus cuentas será imparable. 

El analista finlandés IIkka Korhonen ha escrito un análisis para el Economy Observatory de Reino Unido en el que constata que las medidas restrictivas están "obstaculizando la producción rusa" y "provocando un déficit presupuestario" cada vez mayor; este último es uno de los factores que más preocupan al Kremlin, más allá de bancos y ventas. Afirma que estas medidas por sí solas "no pueden poner fin a la guerra", pero "sí limitan la capacidad de Rusia para reemplazar su equipo militar destruido y financiar la campaña", por lo que hay un efecto directo en el campo de batalla. 

Indica su análisis que Rusia se repuso del hundimiento inmediato que supuso la guerra, que duró unos pocos meses, pero aunque los datos macro se fueron recomponiendo con el paso del tiempo y el enquistamiento de la derrota o victoria, no lo han hecho otros que afectan a la vida diaria de los ciudadanos: está mal el comercio de bienes duraderos como los electrodomésticos, los coches, las ventas minoristas y hasta los viajes, vetados por medio mundo a compañías del país. 

Korhonen destaca el efecto especialmente serio en el mundo de la tecnología. Rusia, en las tres últimas décadas, se había convertido en un actor "interdependiente" de otros estados a la hora de emprender aventuras de alta tecnología, por lo que necesita de piezas y componentes que llegan de fuera. La imposibilidad de comprarlos en mercados habituales ha hecho, por ejemplo, que se hunda el mundo del automóvil. Los niveles de producción han bajado un 25% en lo que va de año, llegando a un frenado del 90% en los primeros meses de guerra, indica el informe. Todas las marcas occidentales se han ido de Rusia y ahora sólo se pueden comprar coches y componentes de tres marchas rusas y nueve chinas, que son las que están haciendo el agosto. Una crisis extrapolable a los trenes, los televisores, los ascensores o los cables de fibra óptica, enumera. 

Esta suma ha hecho que los ingresos tributarios nominales bajen un 15% en el primer trimestre de este año y un 42% en el caso de la energía. Este año, el déficit presupuestario del Gobierno de Putin puede llegar al 4 o 5% de su PIB. Un dato de peso que, no obstante, "no tiene por qué ser un desastre" para Rusia. Las razones: que aún tiene ahorros de excedentes pasados de petróleo y que todavía puede pedir préstamos a los bancos nacionales. Pese a ello, el escenario es "complicado", porque si las sanciones se alargan, se acumula el desgaste y el sistema puede, ahora sí, quedar tocado. En diciembre y enero, Rusia dependió de las ventas de reservas extranjeras del Fondo Nacional de Riqueza para cubrir estos déficits récord, avisa ya EEUU

Otra experta, Alexandra Prokopenko, escribe un informe similar para el Carnegie Endowment for International Peace en el que explica que, datos aparte, es justamente el modelo económico ruso el que peligra. Levantado sobre el desarrollo tecnológico, la diversificación de exportaciones y el movimiento relativamente libre de capitales, ahora se ve atrapado en los controles de Occidente, menos libre, con la obligación de revisar quién es amigo y quién enemigo a la hora de hacer negocios, con una economía crecientemente militarizada por el frente de Ucrania y, también, yuanizada, ante la pérdida de valor del rublo y la incapacidad de hacer negocios con esa moneda. 

"A corto plazo, las sanciones no han logrado reducir la bestia que es la economía rusa pero a largo plazo está profundamente enferma", constata Prokopenko. Es verdad que Putin "amortiguó" de inicio el golpe de las sanciones y es verdad que ha buscado otros mercados, que ha podido sacar entre un 10 y un 25% de sus bienes (según las fuentes) por terceros países para eludir las sanciones, pero no deja de estar tocado. 

Plantea dos fallas importantes. La primera es que hoy "gran parte de su economía está vinculada a la guerra", con lo cual es parcial, poro productiva, voluble. Y tampoco es que le vaya genial: "los clientes están cancelando o reconsiderando acuerdos por valor de cientos de millones de dólares debido al riesgo de sanciones o al pobre desempeño de las armas en Ucrania, y Rosoboronexport, el conglomerado de defensa estatal sancionado, ha enfrentado desafíos en la cadena de suministro", apunta a modo de botón el Departamento del Tesoro de EEUU. Además, Rusia nunca ha sabido derivar bien su industria defensiva a una civil, por lo que es factible que se cree una "burbuja" de inversiones, apuestas y tecnología que no redunde en beneficios para otros sectores. 

La segunda es que crece, contra su voluntad, la dependencia de China. No sólo es que le tenga que comprar chips y semiconductores, excavadoras y camiones, sino que se "debilita su posición negociadora". 

Una de las críticas habituales a las sanciones es que, siendo buenas, no se aplican con extremo celo y por sus vericuetos se escapa Moscú. Hay coincidencia en que Occidente debe mejorar en eso, pero no por ello es desdeñable el trabajo que ya llevan a cabo estos castigos. El propio Borrell se pone como reto optimizar la aplicación de las sanciones, aunque tiene dudas de que de momento pueda "llenar el vacío" de lo que le están causando Europa, EEUU, Reino Unido, Australia o Japón.

Vladimir Milov, ahora opositor ruso pero que fue viceministro de Energía, ha escrito un análisis para el Wilfried Martens Centre for European Studies en el que califica de "errónea" la visión de que Rusia se está yendo de rositas pero en el que, sí, añade ideas para mejorar las cosas: hay que poner especial énfasis en cerrar las lagunas jurídicas de las sanciones, hay que impedir la evasión de capitales y hay que establecer mejores mecanismos de control, pide a Bruselas, además de un toque a los países que están allanando el camino a Putin en ciertas materias, de China a Turquía, pasando por Emiratos Árabes. 

No descarta, como las voces de los halcones, más paquetes de sanciones, algo que costará mucho poner sobre la mesa de negociación. Propone sanciones adicionales a sectores que todavía tienen buenos beneficios y no han sido tocados, como los metales no ferrosos y los preciosos o el Rosatom, la Corporación Estatal de Energía Nuclear rusa. 

Aunque se pueda ir a más, Milov corrobora como los demás analistas que el impacto de las sanciones es "amplio, sistémico y duradero" y aumentará si la presión persiste porque los signos son de agotamiento, de "estancamiento". "La inversión privada está deprimida, los fondos gubernamentales se están acabando, la inversión exterior no llega, la demanda de los consumidores ha bajado, el Banco Central se ve obligado a mantener altas tasas de interés debido al repunte de la inflación y el Gobierno está aumentando los impuestos para resolver el problema", enumera. 

El "giro a Asia" no le está saliendo a Putin como esperaba, mientras se le escapa la mano de obra cualificada (la salida de jóvenes bien formados por el reclutamiento forzoso fue masiva) y el gasto se le va en algo tan improductivo como la guerra. 

No hay paz a la vista, ni victoria ni derrota de nadie, se espera una contienda larga y, a la vuelta del curso político y el otoño, empieza de nuevo el debate sobre cuánto más se le pueden apretar las tuercas al Kremlin. ¿Más medidas o mejorar las que hay? Zelenski tiene prisa y quiere más.