Hacer cumbre

Hacer cumbre

Sabemos lo que ocurre si no se toman las debidas precauciones.

Los sanitarios del Hospital Gregorio Marañón homenajean a las víctimas del coronavirus.Marcos del Mazo / LightRocket / Getty Images

Ha trascurrido un año desde que se declarara la peor crisis sanitaria del siglo XXI, porque los que ya tenemos cierta edad solo sabemos de otras pandemias por los libros de historia. En este año todos sin excepción, unos más sin duda, habrán sufrido directa o indirectamente los efectos de una pandemia que seguirá con nosotros un tiempo más.

Ahora se conocen los datos, la evolución, los efectos y en un tiempo récord se han logrado varias vacunas, así como que los expertos no se cansan en avisar que son una luz al final del túnel, pero hay que seguir en guardia. La evolución de la vacunación sigue siendo muy lenta (4%) y se ha de acelerar, si bien sin las necesarias vacunas poco se consigue. Por ello, las medidas de seguridad han de seguir funcionando como nuestra mejor defensa.

Como ha escrito recientemente Joan Carles March, experto en salud pública, hay esperanza con las vacunas, pero eso no implica tirar todo por la borda. “Implica prudencia, implica precaución. Implica cuidado. Implica ir poco a poco en el proceso de desescalada”.

Pues bien, en un año marcado por los eufemismos y un vocabulario que ha pasado a ser cotidiano, y en una vuelta a la desescalada que se está produciendo, quizá sería conveniente recordar lo que significa hacer cumbre.

Me gusta la montaña y admiro las proezas de quienes se ponen como reto escalar las más altas cimas que existen en nuestro planeta. También están aquellos que simplemente disfrutan con una escapada a la montaña cercana, con el fin de divisar un horizonte que te brinda esa cima en un día despejado.

Este nefasto año se ha caracterizado por hacer cumbre o cima en varios sentidos

Este nefasto año se ha caracterizado por hacer cumbre o cima en varios sentidos, o como lo denominan los expertos llegar al pico de la ola, ya sea en contagios, fallecidos, destrucción de empresas y empleos; y solo vamos por la tercera.

Simplemente, solo hay que ver, escuchar cualquier informativo o leer en un medio de comunicación y ahí están los datos. Mientras tanto, los expertos no se casan en avisar del riesgo extremo en el que estamos —la presión hospitalaria y de unidades de cuidados intensivos es la que es—. A pesar de lo anterior, las alarmas de las que no disponíamos en un principio, las tenemos encima de las mesas de los responsables y me parece que siguen sin ser atendidas.

Parece primordial atender a la que han llamado fatiga pandémica de una población cansada de restricciones y deseosa de viajar, celebrar, salir de esta especie de efecto invernadero que nos ha traído la covid. Cuadros de ansiedad, tristeza, trastornos del sueño, apatía que ha mostrado la población en general y son con los que convivimos los que perdimos hace demasiado tiempo la salud. Algunos nos dirán que siempre estamos con lo mismo y la respuesta podría ser bidireccional.

La verdad que viendo cómo están las terrazas de muchas ciudades —en particular, contemplo que en ciertas ciudades son ya la gran terraza—, la fatiga la vislumbro más en los que llevan un año sin descanso en los centros sanitarios, en sus comercios cerrados, en las empresas que están a punto de derrumbarse, sumados en un ERTE si han tenido la posibilidad, en las largas colas del hambre que no dejan de crecer, en los cuidadores no profesionales, etc. En todos ellos no se ve la cima.

¿Dónde queda aquel lema de que después seremos mejores?

¿Dónde queda aquel lema de que después seremos mejores? Después de qué, porque la empatía que se apreciaba en los meses más duros ha dado lugar a esa otra expresión “¿qué hay de lo mío?”.

Cuando estás cerca de una montaña con nieve o desprendimientos igualmente hay una serie de alertas: de riesgo alto, medio o bajo de aludes. Sabemos lo que ocurre si no se toman las debidas precauciones.

Comprendo la situación de tantos empresarios de distintos sectores asfixiados por las medidas, que reclaman una relajación de estas, porque uno de los problemas radica en que no llegan las ayudas de Europa prometidas para las empresas, a fin de evitar una oleada de suspensiones de pagos que se avecinan. Al mismo tiempo vemos como los países europeos de nuestro entorno siguen con restricciones, pese a que algunos están bastante mejor que nosotros.

Ahora solo aprecio que tenemos 17 Gobiernos tomando medidas, que miran por su región y quieren avanzar con cautela algunos, aunque ya sabemos lo que ha sucedido por querer ir más rápido que nuestro enemigo invisible.

Volviendo a lo que comentaba sobre hacer cumbre, hay que añadir que cualquier montañero conoce que no debe ir solo y que sin ayuda todos pueden caer.

A mi modo de ver, los retos más costosos nos deberían enseñar las lecciones que solo algunos han aprendido en este año. Después de tres cumbres: ¿qué lecciones nos llevamos? Porque lo que sí conoce cualquier montañero es que el peligro no termina cuando llegas a la cima, realmente continúa cuando has de bajar.

El peligro no termina cuando llegas a la cima, realmente continúa cuando has de bajar

Mosquetones, cuerdas, arneses, etc.. Todo ha de estar bien anclado y seguir las normas, porque una mala gestión conlleva a que todo el equipo termine en caída libre. Solo el pasado mes de febrero nos dejó más de 11.000 muertos, familias destrozadas, economías que ya no se recuperarán. Cada día se produce algo parecido a un accidente múltiple con numerosas víctimas, que no se debe normalizar.

Mientras, nuestra sanidad pública sigue esperando los refuerzos que se prometieran hace un año. Está exhausta y aun así lo sigue dando todo. Las listas de espera que se están creando serán sempiternas para el resto de pacientes, los crónicos, de dolor, oncológicos. Pues se prometieron unas medidas que nunca llegan. Para algunos si estas llegan, ya será tarde. Lo llaman los daños colaterales.

Nuestra sanidad pública sigue esperando los refuerzos que se prometieran hace un año

Algún lector estará cansado de escuchar las quejas de los pacientes crónicos, y al tiempo quienes somos pacientes los estamos de quienes protestan por la incertidumbre que ha generado esta crisis, cuando en el caso de tantos enfermos la anterior es su día a día.

El hecho de que seamos enfermos crónicos, no significa que lo aguantemos todo. Aspiramos a lograr una mínima calidad de vida, a volver a las consultas presenciales, a que nos vea nuestro médico de atención primaria como antes y no solo escucharle por teléfono. Porque también las consultas presenciales van y vienen en función de los datos.

En definitiva, ¿dónde está un plan de actuación y ayuda para reforzar la asistencia sanitaria del resto de pacientes? Se derivará en buena parte al negocio de la sanidad privada. De momento, ha pasado un año y no está sobre la mesa un plan ni se le espera.

Hemos hecho varias cumbres este año y no serán las últimas, por eso no olvide el lector que sin unas buenas medidas de seguridad, una niebla inoportuna o un exceso de confianza la caída puede ser mortal y llevarse consigo a tu equipo o familia.

Nunca está de más recordar al maestro Miguel de Unamuno quien evocando a la voz del demonio familiar que le murmura, y podría ser ahora este virus, decía: “¿lo ves? caíste, caíste y caerás cien veces”. Amor y pedagogía (1902). Hagamos lo posible por evitarlo.