No seamos ingenuos: Internet no es el reino de la igualdad

No seamos ingenuos: Internet no es el reino de la igualdad

Ni estamos todos al mismo nivel en Internet, ni tenemos las mismas oportunidades. Al contrario, en el ciberespacio el tamaño y los recursos importan tanto o más que en el mundo físico. Para triunfar o tener repercusión en la web hay que subirse a lomos de una plataforma potente.

Cada cierto tiempo llega a los medios el debate sobre la neutralidad de Internet. El último capítulo lo ha protagonizado la FCC, el organismo que controla las telecomunicaciones en Estados Unidos, que hace unas semanas planteó una regulación que permitiría a los operadores cobrar a las empresas que quieran transmitir sus contenidos de forma más rápida, creando lo que ha sido descrita como una "red de dos velocidades" y rompiendo el status quo de Internet desde su creación.

En el fondo de esta polémica recurrente está la batalla comercial velada que mantienen las grandes telecos, como Telefónica, con las grandes empresas de Internet, como Google o Facebook. Las primeras se quejan de hacer las inversiones para mantener y mejorar las redes que luego saturan y explotan con notable éxito comercial las segundas, que son los que hacen caja cobrando por la publicidad que aparece en las búsquedas o en los cientos de millones de perfiles de usuario de las redes sociales. Las telecos dicen que el modelo es insostenible, pues mientras ellas pagan otros se llevan los réditos, y amenazan de forma melodramática con que un día se les acabará la paciencia y abandonarán a la buena de Dios el tendido y los nodos que hacen posible el transporte de los datos.

Es casi unánime entre los usuarios y los gurús de la web la defensa de la llamada neutralidadde la red. Todos aluden a la protección de los usuarios, de la libertad de expresión o de la igualdad que promueve Internet desde su fundación, y que hace que mi blog teóricamente pueda estar al mismo nivel que The New York Times o The Guardian, por citar a dos líderes en la generación de opinión a nivel mundial, o de La Casa Blanca, el máximo poder en la Tierra. O que la pequeña tienda de la esquina pueda competir con El Corte Inglés, el Media Markt o incluso con Amazon si tiene los productos adecuados y la audacia justa para desarrollar una buena estrategia de e-commerce. Hace poco el presidente de la Free Press Foundation, un lobby que presiona para preservar la neutralidad de la red, lo decía alto y muy claro: "Dar luz verde a un sistema de pago por prioridad de acceso será un desastre para las nuevas empresas, las ONG y los ciudadanos que no puedan costear esas tasas".

Estoy de acuerdo con la neutralidad, pero creo que sus defensores promueven -quizá sin quererlo- una imagen falsa y edulcorada de Internet. Los bienintencionados defensores de los derechos de los usuarios pecan de idealistas y nos proponen una visión idílica que la realidad desmiente. Convierten a Internet en un invento que, a pesar de estar en el epicentro del capitalismo y haber entronizado a una clase empresarial que domina el mundo, desafía al mismo tiempo sus derivas, corrige sus defectos y hace realidad estos ideales elevados de igualdad, libertad de expresión o meritocracia innovadora.

Esta imagen edulcorada se suele aderezar, en el imaginario colectivo, con unos cuantos casos de éxito de chavales de la costa oeste estadounidense que tuvieron una idea brillante y que, con imaginación y talento, fueron capaces de sacarla adelante y convertirla en un éxito empresarial sin precedentes que, además, ha traído la felicidad al resto de la Humanidad a un coste cercano a cero. Pienso en el mismo Jeff Bezos, aspirante a librero en la lluviosa Seattle a principios de los 80; en Mark Zuckerberg, chaval díscolo en Harvard, paradigma del pijerío universitario; en el duo de cerebritos Page/Brin (Google) o en Marc Benioff, el talentoso promotor de Salesforce, la empresa que se hizo rica a costa de la nube antes que nadie.

Quizá Internet pudo ser así en un principio, un terreno de juego despejado donde todo el mundo competía de tú a tú (si es que alguien competía por algo en la Web 1.0). Pero hoy no son así las cosas. Hoy Internet es un sitio donde confluyen muchos intereses y poderosas corporaciones. No hay que olvidar que tres de las cinco mayores empresas por capitalización bursátil de este mundo (Apple, Google y Microsoft) tienen muchos huevos puestos en el mundo online. Además, muchos de estos gigantes actúan en muchos casos como monopolios depredadores. Compran o anulan todo lo que se mueve a su alrededor con tal de eliminar competidores.

Ni estamos todos al mismo nivel en Internet, ni tenemos las mismas oportunidades. Al contrario, en el ciberespacio el tamaño y los recursos importan tanto o más que en el mundo físico. Para triunfar o tener repercusión en la web hay que subirse a lomos de una plataforma potente (como un gran medio de comunicación o una institución económica o académica poderosa). Si no, tienes todas las opciones para permanecer totalmente irrelevante en el ciberespacio. También triunfan y se hacen oír los que ya tenían una posición destacada en el mundo analógico y, con la ayuda de expertos y potentes empresas de consultoría tecnológica y de negocio, trasladan ese dominio a las redes sociales y los nuevos medios online.

En este sentido, a las pymes hay que decirles que para triunfar tendrán que invertir mucho dinero en posicionamiento en Google. Para hacernos una idea, en España Google se lleva aproximadamente la mitad de la inversión total en publicidad online. Se calcula (digo que se calcula porque vergonzosamente no llega a declararlo a Hacienda) que el buscador se embolsa unos 300 millones de euros por este concepto.

Pero no sólo eso, el que quiera asomar la cabeza en Internet tendrá que gastar mucho y quemar muchas neuronas en el diseño de su página y en la mejor programación. Eso son cientos o miles de horas de trabajo, y miles o cientos de miles de líneas de código. Además, vender bien significa conectar la tienda online con los sistemas de gestión de la compañía, para que los pedidos se procesen correctamente y los productos se repongan inmediatamente en el almacén. Es decir, más programación y trabajo experto. Por supuesto, en esa carrera los grandes ya van por delante, por recursos y conocimiento del medio online.

En fin, no nos dejemos seducir por los gurús que dicen que Internet es la última etapa de la humanidad, el Reino de los Cielos en la Tierra. Estoy a favor de esa neutralidad que piden los usuarios e (interesadamente) los grandes proveedores de contenidos como Google, Facebook, Yahoo, LinkedIn o Microsoft. Pero que no nos engañen; no todo lo que reluce es oro. La red reproduce las jerarquías del mundo de siempre y sus terribles desigualdades. Y, según marcha todo, a los pequeños cada vez les costará más sacar la cabeza.