Maria Sybilla Merian, entre la ciencia y el arte

Maria Sybilla Merian, entre la ciencia y el arte

Artista plástica, entomóloga de campo, mujer de negocios, viajera dentro y fuera del mundo civilizado, maestra de pintoras, devota creyente miembro de una estricta comunidad calvinista, divorciada autónoma, antiesclavista a finales del XVII...

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Artista plástica, entomóloga de campo, mujer de negocios, viajera dentro y fuera del mundo civilizado, maestra de pintoras, devota creyente miembro de una estricta comunidad calvinista, divorciada autónoma, antiesclavista a finales del XVII... Maria Sybilla Merian no era noble, no era rica, no era hombre, no vivió en el siglo XX. Sin embargo fue todo eso y mucho más.

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Google dedicó este Doodle a Maria Sybilla Merian el 2 de abril.

La vida de Maria Sybilla Merian comenzó un 2 de abril de 1647 en el próspero ambiente artesano de la ciudad alemana de Frankfurt. Su padre murió cuando Maria tenía sólo tres años, por lo que su maestro fue su padrastro, Jacob Marrell, pintor de bodegones, con el que Maria aprendió a pintar al óleo y al pastel, especializándose en flores y plantas. Pero lo que fascinaba a Maria no eran las hermosas flores que plasmaba en sus láminas, sino los bichejos que se escondían entre ellas. Las orugas y las metamorfosis que sufrían atrajeron su atención de tal modo, que Maria se dedicaría toda su vida a criarlas, para sentir la emoción de ver las criaturas que emergían de sus transformaciones.

Cuando tenía dieciocho años, se casó con uno de los aprendices de su padrastro, Johan Andreas Graaf, y en 1670, tras el nacimiento de su primera hija, la pareja se estableció en Nuremberg, ciudad natal de Graaf donde éste estableció su taller. En lugar de trabajar con su marido, Maria estableció su propio taller, en el cual las aprendizas eran las hijas de familias nobles de la ciudad. En 1675 Maria publicó su primera obra Nuevo libro de flores, mientras que el matrimonio con Graaf pasaba por altibajos, por lo que Maria nunca abandonó del todo su apellido de soltera. En 1679 publicó su segunda obra, Maravillosa Metamorfosis y Especial nutrición de la oruga, con deslumbrantes ilustraciones, preciosas láminas dibujadas por ella, en las cuales incluía todos los detalles morfológicos de los insectos y de las plantas de las que se alimentaban.

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Metamorfosis de una mariposa. Fuente: Wikicommons.

Tras una reconciliación con su marido, nació su hija menor cuando la mayor tenía diez años; poco después Maria abandonó definitivamente a Graaf y volvió a su Frankfurt natal llevándose a sus hijas. Desde allí continuó su viaje al castillo de Walta en Frisia, al norte de Holanda, donde se habían establecido su madre y uno de sus medio hermanos en una colonia religiosa labadista, de credo similar a los calvinistas más estrictos. Antes de entrar al castillo de Walta Maria tuvo que dejar atrás todos los tejidos que no fueran lana basta y olvidarse de afeites e incluso de los rizos en el pelo. Pero posiblemente lo que más la mortificara fuera la escasez de pinceles y tintes, teniéndose que contentar con el carboncillo para dibujar los insectos que encontró allí.

Cuando años después una epidemia traspasó los muros del castillo y mató a muchos de los fieles, entre ellos a su madre y a su medio hermano, Maria y sus hijas se establecieron en Ámsterdam, donde a Maria no le costó trabajo integrarse en el gremio de los dibujantes y mantenerse con su pintura, retomando también sus tareas de maestra de pintoras. Allí descubrió los maravillosos insectos disecados del museo de la ciudad, entre los que destacaban los que habían llegado del otro lado del Atlántico. Escarabajos, mariposas y arañas de tamaño descomunal y colores deslumbrantes debieron fascinar a Maria de tal modo que decidió ir al país donde crecían todas esas bestezuelas. Tenía que verlas vivas, luciendo todo su esplendor, y averiguar si sufrían metamorfosis similares a las que ella había observado en los insectos europeos.

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Arañas, hormigas y colibrí en una rama de Guayaba. Fuente: Wikicommons.

Así es como Maria puso rumbo a Sudamérica en 1699 zarpando de una de las metrópolis más bulliciosas del momento para atravesar el océano e ir a parar a una aldeucha habitada por algo más de mil almas. Tenía 52 años e iba acompañada de su hija menor. Atracaron en Paramaribo, en la Guyana holandesa, ciudad cuya población blanca estaba formada por comerciantes europeos dedicados al cultivo de caña de azúcar. La mano de obra eran los esclavos negros, a su vez objeto de un floreciente y muy lucrativo negocio.

Maria sentía aversión por los asuntos que atraían la atención de los colonos, la caña de azúcar y el comercio de esclavos. La antipatía era mutua y debió ponerse de manifiesto rápidamente: los colonos debían pensar que la blanca que había ido hasta Paramaribo para adentrarse en la selva a cazar las bestezuelas del diablo no estaba bien de la cabeza.

El comercio de esclavos le repugnaba por motivos religiosos y humanitarios. Además, consideraba que en el colmo de la estupidez, los dueños de las plantaciones perjudicaban sus propios intereses por la crueldad excesiva con la que trataban a sus esclavos. La desesperación de los esclavos que no conseguían huir era tal, que las esclavas negras, posiblemente con la ayuda de las amerindias, habían encontrado una planta que las hacía abortar, Flos Pavonis, para no suministrar esclavos jóvenes a sus amos. A pesar de lo fascinantes que debieron resultar para Maria los insectos del nuevo mundo y de la enorme variedad de ellos que encontró allí, de los cinco o seis años planeados, finalmente sólo estuvo dos. Lo que terminó echándola no fueron los colonos europeos, ni la dureza del clima, sino una malaria que casi la mata.

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Caiman crocodilus con serpiente Aniliidae. Fuente: Wikicommons.

Merian volvió a Ámsterdam en 1701 cargada de dibujos, insectos disecados y especímenes raros conservados en brandy, entre ellos un pequeño cocodrilo que fue descrito como "un insecto de aspecto feroz". Poco después Maria publicó su principal obra científica: Metamorphosis insectorum Surinamensium, en la cual detalló los ciclos vitales de orugas, polillas, mariposas, escarabajos, abejas y moscas. Esta obra tuvo gran importancia cuando hacía sólo 30 años que el médico italiano Francesco Redi había puesto de manifiesto que los insectos salían de los huevos y no de la podredumbre. La obra tuvo mucho éxito en su época, siendo uno de sus mayores admiradores el zar Pedro el Grande, que llegó a pagar por una copia más de 3.000 florines.

Merian murió en 1714 años después de haber sufrido una apoplejía que la dejó paralítica pero no le impidió seguir estudiando insectos. Tras haber sido olvidada durante casi tres siglos, hoy Merian es aclamada como el primer entomólogo empírico, Alemania y Holanda la reclaman como ciudadana suya y su efigie ilustró billetes de 500 marcos. Pero lo que más emociona del trabajo de Merian es la belleza de sus dibujos, la armonía de colores en la que los insectos emergen como los verdaderos reyes de la creación.