Momentos-atrévete

Momentos-atrévete

Entre la cuna y el cementerio, solemos encontrar unos 8 ó 10 grandes momentos-atrévete, aquellos en los que la vida te mira a los ojos, te lanza dos alternativas a la cara, y te pregunta ante la disyuntiva: ¿vas a elegir el sí o el no? Y en torno a la respuesta, siempre se generan tres grupos.

Entre la cuna y el cementerio, solemos encontrarnos unos 8 ó 10 grandes momentos-atrévete. Son aquellos en los que la vida te mira a los ojos, te lanza dos alternativas a la cara, y te pregunta ante la disyuntiva: ¿vas a elegir el sí o vas a elegir el no? Y en torno a la respuesta, siempre se generan tres grupos: los que dicen que sí, los que dicen que no, y los que ni siquiera han oído la pregunta. Estos últimos se acaban fusionando con el segundo grupo.

En el altar de la vida no se da el "sí, quiero", sino el "sí, me atrevo". Elegir el sí y atreverse es dar color a un camino en blanco y negro. Es girar el regulador al siguiente punto de intensidad. Es llamar a varias puertas sabiendo que detrás de alguna hay un paraíso con tu nombre. Es... declararle la guerra al desaprovechamiento.

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Pero elegir el sí requiere valor, y el valor requiere ganar un pulso a un fastidioso rival: el miedo.

Cuando la vida nos mira a la cara y nos lanza un momento-atrévete, podría parecer que, en ese momento, suceden dos cosas casi a un tiempo: su pregunta y tu respuesta. Y en algunos casos es así, pero en la gran mayoría no, sobre todo cuanta más importancia tiene ese momento para ti.

Lo habitual es que se formule la pregunta pero no se dé la respuesta hasta mucho más tarde, y entre esos dos espacios de tiempo tiene lugar una lucha, que en muchos casos se convierte en batalla y, en algunos, en guerra. Es la lucha contra las inseguridades, las dudas, los titubeos; en una palabra, contra el miedo. Ese momento que te inundan las preguntas del tipo "¿qué dirán?, ¿qué pasa si alguien me ve?, ¿qué pasa si se ríen?, ¿qué pasa si me rechazan?, ¿qué pasa si no lo consigo?, ¿qué pasa si fracaso?".

Hay algo que me gustaría decirte respecto a todas esas preguntas martirizantes. Es algo que nunca podría enfatizarte lo suficiente, y tú a ti mismo tampoco. Es normal tenerlas. Todos las hemos tenido en algún momento.

Imagínate las dudas que habrán aterrorizado a Gandhi cuando decidió enfrentarse, sin más arma que su determinación, al Ejército británico, el mayor ejército de la historia en aquel entonces. Imagínate las inseguridades de Nelson Mandela cuando se atrevió a enfrentarse al Gobierno sudafricano para abolir el apartheid. Ni una sola de las personas que han tenido que mirar de frente a la vida cuando ésta les lanzó un gran momento-atrévete ha estado exenta del miedo que da el vértigo de esa decisión.

Sí. La decisión da miedo, y el miedo da vértigo, pero es precisamente ese vértigo el que hace que la decisión suba de valor. Decidir atreverte te dará una enorme sensación de control, de ser el dueño de las riendas de tu vida, de provocar el futuro que buscas, en lugar de esperar a que surja. Te sentirás orgulloso de haberte atrevido, y eso te llenará de satisfacción.

Te retorcerás en la cama muchas noches sin dormir, dando vueltas a si serás capaz de atreverte o no, pero cada noche que tu anhelo te quite el sueño, se transformará en una dosis de moral cuando te hayas atrevido. Y curiosamente, tu moral será tanto mayor como mayores hayan sido tus noches de insomnio. Si cuando pasas una noche sin dormir la satisfacción posterior vale uno, cuando pasas veinte, la satisfacción vale veinte. Así que no temas ni al atrevimiento ni al vértigo. Los mayores atrevimientos dan las mayores satisfacciones.

La satisfacción que algo te da es proporcional al número de días que anhelaste conseguirlo.

Contra el miedo sólo existe un antídoto: la acción. Podemos hablar del precipicio, reflexionar sobre él, o medirlo, pero al final lo que cuenta es saltarlo. O sea, actuar.

El miedo siempre muere ante la acción. Si lo piensas, no se puede tener miedo a lo ya realizado. El miedo se tiene sólo a lo que está por realizarse, y realizarlo es eliminarlo. Tienes que grabarte a fuego esta frase que me gustaría que te acompañase toda tu vida:

Si sale mal, durará un segundo. Si sale bien, durará toda una vida

El éxito no espera al final de la calle del miedo, sino al final de la calle del atrevimiento.

Atrévete. El mundo es de los que lo reclaman.