Voté a ZP y Montilla. Yo fui un sociata catalán

Voté a ZP y Montilla. Yo fui un sociata catalán

Gracias a Marina Geli, a Joan Ignasi Elena y a Núria Ventura por haber roto la disciplina de voto del PSC en la votación del jueves para pedir la consulta al Congreso. Gracias por representar las siglas de su partido, y por pensar en los miles de ciudadanos catalanistas que aún se consideran socialistas.

Gracias. Gracias a Marina Geli, a Joan Ignasi Elena y a Núria Ventura por haber roto la disciplina de voto del PSC en la votación del jueves para pedir la consulta al Congreso. Gracias por representar las siglas de su partido, y por pensar en los miles de ciudadanos catalanistas que aún se consideran socialistas. No hablo por mí. Yo hace tiempo que me bajé del barco de la rosa ante el evidente rumbo caótico que el partido estaba tomando. Federalismo piden. Sí, no será mala idea. Supongo.

Mi relación con el socialismo actual es como el cariño a cualquier novia de verano adolescente. Fue bonito mientras duró, e incluso se me aparece sin querer su página de Facebook una vez al año, pero desde la distancia. Sin más sentimiento que la simpatía que el propio tiempo genera. Que corra el aire, digamos. Con el actual PSC me pasa exactamente lo mismo: que les vaya bonito.

Si hubo un político en quien confié cuando apareció, éste fue sin duda Zapatero. Llegó sin esperarlo, empujado por la tragedia y las mentiras, trayendo consigo un paquete de talante y desmilitarización que emergía como los ángeles después de ocho años de bigote de Aznar. "No os fallaré", dijo a los jóvenes, a nosotros. Los años no le dieron la razón, víctima de la opacidad inflexible del poder y su ingenuidad económica. De todos los peces gordos, ZP es el que más me ilusionó a pesar de su extravagante apoyo al Estatut y su ingratitud pública con Maragall en plenas negociaciones del marco legal catalán.

Precisamente el expresident de la Generalitat fue un avanzado en la propuesta de su federalismo asimétrico, algo que entonces no se intuía como la actual huída hacia delante del que fue su partido. Maragall, probablemente el último gran icono del PSC, hizo campaña pro-Montilla, un hombre nacido en Iznájar y con pocas dotes para la fonética. Fan de las maragalladas, voté a su sucesor.

Voté a Montilla porque pensaba, y pienso, que los orígenes no son impedimento alguno para la evolución del sentimiento nacional propio y porque su perfil discreto y trabajador me parecía sincero. Y por qué no decirlo, le di mi voto porque su llegada sería el colofón a la convivencia cultural intrapeninsular en Catalunya. Argumento de catalán moderado, intuyo. No somos tan cerrados, de verdad. Sería la muestra que la catalanidad del foráneo puede ser tan o más válida que la nativa y la conclusión de que a pesar de poder pecar de arrogantes, si algo apreciamos es el esfuerzo inmigrante para integrarse y querer aprender la vida de aquí. "Mira a Montilla, hace tiempo que es de los nuestros. Velará por nuestros intereses y las distinciones propias de país", pensaba. Lo recuerdo, y me sorprendo. De su presidencia agradezco por encima de todo que el metro no cierre los viernes y sábados por encima de todo, lo que no sé si es mucho.

Antes de irse, Montilla vivió en sus carnes el inicio del auge independentista. El tijeretazo del Tribunal Constitucional invitó a miles de catalanes a reivindicar sus derechos el 10 de junio de 2010 bajo el lema "Som una nació. Nosaltres decidim". Sería solo el preludio del histórico #11s2012 y de la Vía Catalana, ya con Artur Mas en la Generalitat. Y si hay algo que hay que reconocer al actual president, guste o no, es su habilidad de hacer suya una demanda surgida de la voluntad ciudadana, algo que contrasta con la actitud de los socialistas catalanes los últimos años.

Probablemente el federalismo que ahora Navarro y los socialistas predican hubiera sido una salida al conflicto catalán... hace 10 años. Su eclosión paralela al independentismo no es nada más que una necesidad de distinguirse de unionistas y separatistas. En un momento donde la indefinición empieza a ser cosa del pasado, nadie contempló el federalismo como vía reivindicativa. Y diferenciarse de aquellos que comparten un común denominador, Catalunya, roza la traición sentimental, aquella dolorosa por inesperada; como si hubiera descubierto que mi novia de verano besó otros labios el día de mi partida.

Marina Geli, Joan Ignasi Elena y Núria Ventura levantaron la voz para recordar que el socialismo catalán es algo más que el representante del PSOE en Catalunya. Nunca esperé ver al secretario general del PSC brindar en nombre de la Constitución con Rivera y Camacho, reconocidos españolistas y contrarios a pactar cualquier consulta. El referéndum no es sinónimo de independencia, sino de democracia y consenso. Si sale no, que salga no, pero que al menos salga algo.

Un día voté a Zapatero, voté a Montilla y me proclamé catalanista moderado. No sé si me estoy haciendo viejo o qué, pero cualquier socialismo pasado fue mejor. Probablemente el potencial costalazo electoral (atención al sondeo) que les vendrá encima obligará al partido a empezar de cero y lavar una imagen dañada por la sinsustancia de los Collboni, Lucena o el propio Navarro. El segundo aseguró que los díscolos debían de renunciar al acta por "contravenir el mandato mayoritario de la democracia interna del partido". Manda huevos, que diría aquél. Como si no fuera lo mismo que ellos hacen con la mayoría democrática del Parlament. Lo dicho, que les vaya bonito.