De 'Burlan Caster' a 'Apel', pasando por una 'relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor'

De 'Burlan Caster' a 'Apel', pasando por una 'relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor'

Lejos de dominar el inglés, seguimos empeñados en inventar otro parecido, paralelo, castizo y solo entendible dentro de nuestras fronteras. Esa querencia por producir otro idioma nos lleva a llamar a la nueva tableta de Microsoft 'surfeis', y a la red profesional 'linquetin' o 'linquedin'.

Durante 15 años he asistido a ruedas de prensa, convenciones y ferias de informática en muchos países de Europa y en unos cuantos lugares de Estados Unidos. En ese tiempo, he compartido vuelos, hoteles, comidas y muchas horas de conversación y confidencias con periodistas y profesionales de la tecnología de prácticamente todo el planeta. Y puedo constatar que los españoles somos de los que peor hablamos el inglés en el mundo.

A las dudosas y dubitativas construcciones que hacemos en ese idioma, se añade una pronunciación muchas veces ininteligible para el interlocutor. La traslación al inglés de nuestras vocales abiertas y nuestras consonantes unívocas confunden a los hablantes de un idioma donde el matiz es clave. A fin de cuentas, nosotros tenemos cinco vocales, y ellos disponen de una docena y de varias semivocales con las que producen una lista interminables de sonidos. Para rematarla, la gracia y el desparpajo que exhibimos los españoles en Madrid, Sevilla o Valencia, se torna enfermiza timidez e inseguridad cuando salimos fuera y tenemos que hablar en inglés.

Pero lo que a mí más me llama la atención es que, lejos de dominar ese idioma, seguimos empeñados en inventar otro parecido, paralelo, castizo y solo entendible dentro de nuestras fronteras. Es, por ejemplo, el de aquellos que dicen Apel para referirse a la empresa de Steve Jobs, o Naik o Naic -quién sabe- para hablar de las zapatillas deportivas de moda. En esto los españoles somos únicos en el mundo. Esa querencia por producir un idioma paralelo (que no tiene nada que ver con el spanglish de los sudamericanos que viven en Estados Unidos) nos lleva a llamar a la nueva tableta de Microsoft surfeis, y a la red profesional con más contactos del mundo linquetin o linquedin.

Si se mira con un poco de perspectiva -y nos ponemos un poco tajantes-, se podría decir que no hemos avanzado casi nada en el aprendizaje del inglés en el último medio siglo. Ya en los pobretones y oscuros años 50 y 60, nuestros padres y abuelos, analfabetos la gran mayoría, también asimilaban de aquella manera el cine rutilante que llegaba de Hollywood. A Clark Gable lo convirtieron en Gargable; a Burt Lancaster, en Burlan Caster; y a John Wayne, en John Vaine.

Los españoles de hoy leemos en inglés más que nunca. No en vano, las multinacionales, siempre tan conservadoras, ya no traducen aquí los eslóganes que usan en sus caras campañas de promoción. También las series que vemos cada noche mantienen el título original, a pesar de lo intrincado e intraducibles que son algunos. Si dijera que estoy enganchado a Hombres de Madison Avenue u Hombres locos en vez de Mad men, o que La escucha (por The wire) me parece la mejor serie de la historia, o que Yendo por el mal camino o Cayendo bajo (Por Breaking bad) no acaba de entusiasmarme, me mirarían raro o simplemente no me entenderían.

El problema está en que seguimos sin escuchar otros idiomas, y sin percibir su música y los matices que impone su correcta pronunciación. Una cierta cerrazón mental -y social- y la herencia franquista del doblaje nos siguen perjudicando. Además, en los últimos años, quizá por la crisis, la oferta en versión original en el cine o en la televisión está menguando. Escuchar inglés en España se ha convertido en una proeza. Al contrario de lo que ocurre en otros países, como Holanda o los nórdicos, donde el inglés está en el ambiente -en el cine, en los medios de comunicación o en la televisión a toda hora-, en España el inglés sigue siendo una rareza.

El inglés en España sobrevive con respiración asistida, a pesar de tanta retórica institucional. Sigue recluido en las academias a las que nuestros hijos van una o dos horas por semana a precio de oro, en las breves y muchas veces deficientes lecciones que reciben los chavales en el colegio y en Vaughan Radio. Se me ocurre que la Comunidad de Madrid se podía haber ahorrado la cara y controvertida iniciativa de convertir todos los colegios públicos y concertados de la región en bilingues con un par de medidas tan sencillas como imponer unas horas al día de inglés en las televisiones y reducir significativamente la cuota del indefectible doblaje.

Decimos que para tener un país moderno y competitivo debemos tener a la población debidamente formada y con al menos dos idiomas en la cabeza, pero estamos a años luz de esto, y países como Portugal, Chile o México, nos pueden dar una buena lección en este punto. Lo he visto y oído en estos años de viajes con periodistas de todo el mundo. Aquí ni los presidentes de Gobierno hablan inglés. Algunos no llegaron ni a chapurrearlo. Cosa inaudita. También tenemos empresarios de primer nivel que lo hablan como los cavernícolas. Pero no nos confundamos; la "relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor" con la que la alcaldesa Botella intentaba seducir a los señores del Comité Olímpico Internacional, y que tanta carcajada levantó, es solo la punta del iceberg de un problema que tenemos y sufrimos todos.