El asesor que acusó a la cara a Putin de cometer crímenes de guerra

El asesor que acusó a la cara a Putin de cometer crímenes de guerra

El economista Andrei Ilarionov publica en 'Newsweek' el relato de su relación con el presidente ruso, en pleno ascenso, y cómo no se doblegó ante sus acciones. 

Vladimir Putin, el pasado 28 de julio, en un encuentro de ayuda humanitaria Rusia-África, en San Petersburgo.Getty Images

Nadie sabe qué tiene Vladimir Putin en la cabeza. Su intención de atacar Ucrania hace dos años dejó descolocados a los servicios de Inteligencia de medio mundo porque, más allá de su ansia expansionista, parecía un paso demasiado arriesgado. Entenderlo es difícil pero si se recurre a sus orígenes y su evolución hay cosas que empiezan a encajar. 

Es lo que se extrae del relato hecho por Andrei Ilarionov, un economista que fue asesor del presidente ruso, que ha escrito en la revista norteamericana Newsweek un relato de su relación con el mandatario y de cómo tuvo el valor de decirle a la cara que estaba cometiendo crímenes de guerra. En su caso, fue en Chechenia. Ahora a Putin se le busca por los de Ucrania

"El núcleo de la civilización occidental –su sistema ético– ha cambiado dramáticamente. El propio sistema ético que hace siglos creó esta civilización humana única se encuentra bajo una gran presión y se está desmantelando rápidamente", dice el asesor, calentando motores. Y luego relata: "Un ejemplo de mi propia experiencia personal ilustra este cambio. En febrero de 2000, en Moscú, le dije directamente a la cara a Putin (un exoficial de la KGB en camino de convertirse en un dictador asesino de pleno derecho) que estaba cometiendo un crimen grave al librar la guerra en Chechenia".

La respuesta de Putin a esa crítica fue un "castigo": "una invitación para ser su asesor económico". Durante casi seis años mientras estuvo en el Kremlin, dice, con manga ancha. "Putin nunca me limitó a lo que decía, dónde o a quién (en privado o en público), incluso si eso era una dura crítica dirigida a veces contra él y su pueblo", indica.

En el amargo texto, el analista se lamenta de cómo Putin fue creciendo en brutalidad sin que nadie le tosiera en la comunidad internacional. En aquella guerra ruso-chechena, "el presidente Bill Clinton lo criticó" pero "básicamente, Putin le dijo: 'No es asunto tuyo, cállate'. Y Clinton se calló, mientras Putin tenía vía libre para ejecutar a chechenos en escala masiva", escribe.

Más tarde, en 2008, Putin lanzó su agresión contra Georgia y ocupó el 20% de su territorio, más o menos lo ocupado ahora en Ucrania. "Entonces, el presidente Barack Obama dijo: 'Bueno, reiniciemos la relación con Putin'. Obama, el entonces vicepresidente Joe Biden y la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton querían hacer negocios como siempre con Rusia y felizmente presionaron el botón de reinicio, prefiriendo olvidar los crímenes de Putin", denuncia.

Y así llegamos a 2014, cuando el hombre al que Andrei Ilarionov había señalado como un criminal de guerra volvió a hacerlo y, con Obama en la Casa Blanca aún, "se anexó–sin ningún obstáculo real por parte de Estados Unidos– Crimea y Sebastopol, y lanzó la guerra contra Ucrania en Donbas".

El economista relata que conoció a Putin en 1998, cuando estaba mandando al KGB. "Él, me dijeron, era un tipo diferente de miembro de la KGB: un verdadero reformador que cambió de bando a nuestro lado", señala. No se fiaba de ese perfil bondadoso, pero aún así, cuando en 2000 ya tomaba el relevo a Boris Yeltsin lo llamó para que fuera asesor, dijo sí. Cuenta que el mandatario no sabía de economía, que no tenía siquiera claro que necesitara un asesor, pero que "no estaba interesado en gobernar una Rusia débil".

"Era la época de la segunda guerra ruso-chechena. Aproximadamente una hora después de nuestra conversación, el asistente de seguridad de Putin le pasó discretamente una nota. Putin lo leyó y, después de que el asistente desapareciera, me proclamó jubiloso la información: 'Las tropas rusas habían tomado Shatoy en las montañas del Cáucaso, el último bastión checheno serio'". "Aproveché esta oportunidad para decirle que la guerra que estaba librando, matando a chechenos y rusos, era un crimen grave", explica.

Constata que Putin no se esperaba "semejante afrenta". "Compartimos un duro intercambio de opiniones sobre la guerra, que se hizo más duro con cada minuto, y continuó durante unos 20 minutos", recuerda. "Casi alcanzando el umbral psicológico en el que sería imposible volver a hablar con la otra persona", afina. "Putin dijo de repente: 'Detente. No hablaremos más de la guerra'".

Al final fue su asesor, con tres condiciones: "Uno: podría llamar a Putin en cualquier momento si lo considerara necesario. Dos: podía hablar con cualquiera y viajar a cualquier lugar que considerara necesario. Tres: podía hablar y comentar públicamente cuando lo considerara necesario sin ningún tipo de restricción".

Al final, rompieron. "Después de enterarme del uso de tanques y lanzallamas contra el pabellón deportivo de la escuela de Beslan lleno de niños tomados como rehenes, renuncié a mi puesto como sherpa del G8. Le expliqué a Putin que no podía ser su representante personal en ninguna organización después de ese asesinato en masa". 

Lo que piensa y lo que juega

De su experiencia extrae detalles que otros son incapaces de ver. "Aquellos observadores que afirman que es del siglo XIX y que no están en contacto con la vida actual están totalmente equivocados. La verdad es completamente diferente. Es Putin quien a veces prefiere que se le considere desconectado", indica. Es una estrategia, pues. 

"Cuando dice algo escandaloso o obviamente falso, no siempre es que realmente lo piense así. Simplemente está haciendo propaganda o una operación especial de desinformación. En la mayoría de los casos, sabía cuál era la realidad", concluye.