Fracaso educativo

Fracaso educativo

La escuela confunde saber con información y olvida la dimensión formativa de lo educativo. Se recuesta en el cómodo e inútil sistema de erudición no significativa. El modelo imperante no atiende al proceso de producción de contenido. La creatividad y la invención no existen en la matriz simbólica de la escuela.

El alud avanza. Homogéneo e imparable. Arrastra lo que se le atraviesa. Destroza. Infelizmente, ya es un alud gigante.

Me refiero al alud de opiniones y críticas a los modelos educativos imperantes en las escuelas de Iberoamérica. Nos avasallan y nos condenan. Nos acusan y nos delatan. Ríos de tinta corren en esa dirección. Que no entendemos; que el mundo cambió; que ya los niños no son los que eran; que PISA nos desnuda; que el mundo laboral es otro; que la tecnología todo lo atraviesa; que así el mundo nos devorará... Y tienen razón.

Tienen razón porque es verdad que los sistemas educativos de toda América y España están apoyados en modelos de mera transmisión, que no fijan conocimientos, sino que alojan, memorística y coyunturalmente, informaciones. La escuela confunde saber con información y olvida la dimensión formativa de lo educativo. Se recuesta en el cómodo e inútil sistema de erudición no significativa donde la información vale como tal y no hace sentido jamás, y las mallas taxonómicas saturan lo real.

Tienen razón porque el modelo imperante no atiende al proceso de producción de contenido, básicamente por dos razones. Una, porque su base epistemológica le impide aceptar que el saber es una construcción social en movimiento y no una verdad labrada en piedra; porque es necia e ingenuamente positivista, quiero decir. Y otra, porque el saber establecido ordena los estamentos y las jerarquías, y así la institución se organiza sola, bien y sin debates que no conducen a nada ni matices inconvenientes. La escuela, en definitiva, está fuera de registro, desenfocada. Sus decisiones fundamentales están apoyadas en otros objetivos que los de enseñar y aprender hoy. Y así le va.

Tienen razón porque la creatividad y la invención no existen en la matriz simbólica de la escuela. Nadie ahí dentro sabe qué quiere decir inventar. Nadie es nadie. Y entonces pareciera que la invención no existe. Pero sí. Existe fuera, por supuesto. Y existe -con otros nombres- en la demanda laboral y social en general del siglo XXI. Y siempre existió, vamos a decir también.

Tienen razón porque esta plataforma conceptual, esta estructuración simbólica dura que define la escuela de hoy y desde hace un par de siglos, rige a toda la matriz escolar de Iberoamérica, solo con las excepciones suficientes (experimentales, que les llamamos) como para confirmar lapidariamente la regla.

Tienen razón, aunque vuelven una y otra vez sobre las denuncias de los síntomas abundantes y verdaderos de que la educación no está funcionando, pero les faltan los buenos diagnósticos que iluminen las causas estructurales por las que esta educación no es buena.

... Tienen razón, en suma, pero ese no es el problema; o al menos, no es el mayor de los problemas. El gran problema es que el lado de la crítica y la condena está recurrido en exceso, colmado, saturado, y el lado de la responsabilidad está vacío. Hasta nosotros, los educadores, nos hemos ido del lado de la crítica. Ya no se sabe ni a quiénes estamos criticando ni a quiénes se les está apelando para asumir la responsabilidad de la necesaria transformación. Se nos ha revuelto todo.

Percibo con desesperanza un desbalance notorio entre la cantidad y hasta la calidad de la crítica y la condena, y la asunción y la responsabilidad de la transformación educativa.

Así no vamos a ninguna parte.

Debemos rebalancearnos. Es una urgencia política. Quiero que aparezcamos los que aún cómplices históricos del fracaso educativo, seamos capaces de asumirnos como responsables de la reacción, que es la transformación. Si no, estaremos perdidos. Los que nos critican y con razón no tienen la capacidad de la reacción. No pueden y no saben. Y se saturan y nos saturan porque de nuestro lado no hay reacción; apenas una inadecuada y torpe justificación histórica que no atenúa el diagnóstico ni nos exculpa. Pero no importa ya la responsabilidad de los que tuvimos las culpas, importa la responsabilidad urgente y valiente de los que podemos cambiar el curso de esta historia.

La crítica se colma y el fracaso se hace más denso en la misma medida en que nuestra impotencia o nuestra inmoralidad nos mantienen inmóviles, tontos y atontados esperando vaya uno a saber qué. Injustificadamente noqueados. Atolondrados de torpeza. Bobos de pies a cabeza. Así estamos los educadores y los responsables de los modelos educativos de nuestra querida Iberoamérica.

El alud espeso nos va quitando movilidad. Hemos perdido la agilidad, pero también la lucidez. Ya no vemos ni lo evidente. ¿Qué nos pasa? No es verdad que la guerra sea de la opinión pública con los educadores, sino de los educadores con nosotros mismos, evidenciados por la opinión pública. El problema es nuestro y el derecho y el deber de la reacción también son nuestros. Los educares debemos levantarnos; el ecosistema educativo debe salir de su ostracismo grogui y actuar en la nueva dirección de crear plenos ambientes de aprendizaje, interactivos y constructivos. No estamos sabiendo enfrentar nuestra oportunidad histórica de ser protagonistas de lo nuestro.

La evidencia de que el modelo educativo no da más está sobre la mesa. El problema, otra vez, es qué hace cada quién con esa evidencia. Apelo a mi comunidad; quiero confiar en mis colegas. Si no, esta vez habremos perdido.