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En el alambre de Sánchez Dragó

Hay que reconocer que gana en las distancias cortas. Más allá del personaje que muchos le atribuyen, en esta entrevista que me concedió en su casa de Madrid, descubrí a un hombre a contracorriente, raro, sincero, cercano y amable, un loco apasionado de los libros.

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"Antes que padre, soy escritor".

Hay que reconocer que Sánchez Dragó gana en las distancias cortas. Más allá del personaje que muchos le atribuyen, en esta entrevista que me concedió en su casa de Madrid, descubrí a un hombre a contracorriente, raro, sincero, cercano y amable, un loco apasionado de los libros (tiene más de 100.000 ejemplares, quizá la mayor biblioteca privada del mundo, dice), de la escritura (escribe 365 días al año, no perdona ni uno) y de los viajes (ha estado en más de 100 países), y me sorprendió cómo se fue definiendo a lo largo de la entrevista, proyectando una imagen de sí que poco tiene que ver con lo que uno escucha a la mayoría: afirma que no le gusta la política, que se mueve en metro por Madrid, que no navega por Internet, que no ha visto nunca una red social y que es tímido.

Fernando Sánchez Dragó nació en Madrid en 1936, pasó su infancia en el barrio de Salamanca con su madre viuda -su padre, periodista de derechas, fue asesinado muy pronto por los franquistas-, estuvo 17 meses en la cárcel de Carabanchel, ha tenido siete mujeres y 4 hijos -el más reciente apenas tiene 9 meses-, lleva publicados más de 35 libros y ha estado en televisión más de 38 años. El día que me recibe está solo porque su mujer y su hijo están de viaje en Japón. Cuando entro en la casa, lo primero que me dice es que hay que descalzarse y que, si quiero, me puede dejar unas zapatillas. Pero no es necesario. El suelo de la casa es de madera; la decoración y los muebles, estilo japonés, hay cuatro gatos que pululan indolentemente de un sitio a otro, las paredes están atestadas de libros. Dragó viste un pantalón chino de color crema, una de sus famosas camisetas negras, en cuyo pecho lleva escrito "Soy Nadie" (lo que le dijo Ulises al cíclope en la Odisea), y una cazadora azul eléctrico. Y, por supuesto, va en zapatillas de felpa azul oscuro. La entrevista la hacemos en el salón, y él se sienta justo donde su mujer Naoko dio a luz a su hijo, y de cuyo alumbramiento Dragó dio buena cuenta en un reportaje de El Mundo. Empiezo por ahí.

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El escritor en el salón de su casa. Foto: S.V.

¿Por qué crees que el reportaje del nacimiento de tu último hijo ha sido tan polémico?

El ideal de mi vida es el de Epicuro: vive oculto. Yo sé que esto puede resultar curioso o llamativo, pero soy consciente de que, una vez franqueadas las puertas de la popularidad, es algo irreversible, así que la única forma de vivir oculto que tengo es seguir la estrategia del calamar: echar mucha tinta para que el calamar pase desapercibido. El caso del reportaje se debe a una llamada de Fernando Baeta, el director de elmundo.es, que siempre me mete en líos. Me dijo: "Fernando, por favor, cuenta lo del parto en casa". Yo había asistido desde una butaca al parto, en el que estaba mi hija Ayanta, mi nieta de 13 años, una cineasta japonesa y dos comadronas. Yo me opuse a que el parto se hiciera en casa, pero fue una decisión de mi mujer. Así que envié el artículo y resultó que ese mismo día, a la misma hora, Esperanza Aguirre dimitió. ¿Te puedes creer que mi artículo se leyó más que la dimisión de Esperanza? Para colmo envié una foto del parto que me pidió Baeta y aquello ya fue el delirio: era una foto en la que se veía a Naoko con las piernas abiertas, púdicamente cubierta, y allá al fondo un ligero brochazo negro de aquello que Alberti llamaba "el golfo de sombras de la mujer". A partir de ese momento fue la locura: me llamaron de una productora para hacer una película, el reportaje apareció en los telediarios, fui trending topic en las redes sociales. Esto pasa porque somos unos hipócritas que nos escandalizamos por todo.

¿Qué estás escribiendo ahora?

Yo estoy escribiendo siempre, 365 días al año. Para ser escritor tienes que pasar muchas horas al día con el trasero pegado a la silla delante de un ordenador. Yo aprendí a escribir a máquina con cinco años, en las Underwood que heredé de mi padre, que era periodista, y desde entonces no he dejado de escribir ni un solo día. Estoy escribiendo dos cosas. El segundo volumen de mis memorias, y un libro que es tan secreto que no te puedo contar nada. Fíjate si será secreto que la editorial me envía mensajes en cifra. Es una novela de no ficción acerca de una persona pública, sobre la que he tenido que investigar mucho, y me está dando un trabajo brutal que no sé si voy a ser capaz de escribir. Yo siempre he escrito sobre mí mismo, sobre lo que llevo en mi interior, sobre lo que he vivido, mis viajes, mis mujeres, mis hijos, mis experiencias, siempre he hecho novelas egográficas, que no autobiográficas, y por primera vez en mi vida estoy escribiendo sobre algo que es ajeno a mí y a mi circunstancia. Y el modelo que tengo en la cabeza es El cero y el infinito, de Arthur Koestler.

Tertulias de televisión, programas de libros, columnas en periódicos, colaboraciones en revistas, entrevistas, un bebé de nueve meses... ¿de dónde sacas tiempo para escribir? Y, sobre todo, ¿de dónde sacas tiempo para leer tanto?

Trabajo doce horas diarias, eso da mucho de sí. Pero todo eso que has citado confluye en la misma ensenada: hago un programa de libros y tengo que leerlos para prepararlo. Mi trabajo vierte en mi literatura, un privilegio al alcance de muy pocos. Jamás salgo de casa sin un libro, y aprovecho todos los tiempos muertos que tiene la vida: en la sala del dentista, en un taxi, en el aeropuerto, en el plantón que te da una chica, en todos los sitios se puede leer. En mi tumba, que ya se acerca el momento, quiero que pongan: "Fernando Sánchez Dragó, escritor y viajero".

A lo largo de todos los años dedicados a hacer entrevistas a escritores en programas de televisión, ¿quién te ha sorprendido más y quién te ha defraudado?

Hay que diferenciar: una cosa es que me guste un escritor por lo que escribe, otra por su forma de ser, otra porque me divierta en una tertulia y otra que me guste como entrevistado. A menudo no van unidas. Las tres entrevistas más aburridas que he hecho son las de Claudio Rodríguez, que respondía con monosílabos, la de Pere Gimferrer, que fue un tostón, y la del sociólogo Carlos Moya, que la hicimos emporrados y entre pregunta y respuesta pasaban más de dos minutos, lo que en televisión es una eternidad. Y, por el contrario, el mejor entrevistado que he tenido nunca es Alejandro Jodorowsky, que es como un miura soñado para un torero.

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¿Y a qué escritor que no hayas podido entrevistar te hubiera gustado hacerlo?

A Gabriel García Márquez, que no se deja entrevistar por nadie. Lo habrás visto en algún documental y siempre de paso. No va a televisión. Le ocurre como a Javier Marías o a Arturo Pérez Reverte, que no dan entrevistas en televisión. A lo mejor cuando están presionados por el editor para la promoción de un libro acaban accediendo, pero es muy raro verlos en un plató.

¿Qué significan para ti las entrevistas literarias?

Para mí entrevistar es como torear, hay que observar al escritor con el capote en la boca y ver por dónde le vas probando para acoplarte a él y poder sacarle lo mejor.

¿Hasta qué punto hiciste caso de aquel punto del decálogo de Hemingway que decía "frecuenta el trato de los autores consagrados"?

No te lo vas a creer, pero nunca lo hice porque soy una persona tímida. Lo mejor que da de sí un escritor es su obra literaria. El primer escritor consagrado que conocí fue Pío Baroja, en su tertulia de la calle Ruiz de Alarcón, y el segundo que conocí fue precisamente en el entierro de Baroja, y fue Hemingway. Es el escritor que más he admirado en toda mi vida, al que he intentado imitar en muchas cosas.

Fijándonos en Baroja o en Hemingway, ¿qué autores vivos consideras que puedan estar a su nivel?

Soy muy pesimista con la literatura. Creo que el libro ha muerto por culpa de Internet. Las cifras de ventas de libros en España son brutales. Editoriales de primer orden en España no llegan a vender más de mil ejemplares de un título, salvo algún best-seller tonto, del tipo Cincuenta sombras de Grey o los de Dan Brown. Ser escritor es muy difícil y escribir un buen libro es más difícil todavía. Ahora parece que todo el mundo puede escribir y cualquiera se dice que es escritor. La culpa de esto es Internet y las redes sociales. Como sigamos así llegará un momento en que habrá más escritores que lectores. A todo esto hay que sumarle la vulgarización de la literatura, prevaleciendo sobre todos los géneros, la novela, que para mí es el género menor porque su único fin es entretener. Por eso, hay pocos escritores en el mundo cuyas novelas susciten mi atención, lo cual no me pasa con la poesía o el ensayo. El campo de la novela es un cementerio.

¿Cómo surge tu vocación de escritor?

Surge cuando era muy pequeño. Con apenas tres años aprendí a leer y a eso de los cinco un día una señora, amiga de mi madre, me preguntó: "¿Qué vas a ser de mayor?" Y yo respondí: "Escritor". Me salió del alma, era como un mandato, y así fue. Mi vocación de escritor ha sido auténtica desde que era muy pequeño, y todo lo que he hecho en mi vida lo he hecho para poder escribir, para poder contarlo. Yo no tengo recuerdos malos. A mí me gusta hasta coger la gripe. Cualquier cosa, hasta una gripe, me sirve para poder escribir. De hecho, considero que soy escritor antes que padre.

Y en algún momento ¿dudaste de que pudieras conseguirlo?

No. Un escritor se cree Dios. Puedes tener problemas familiares, personales, profesionales, serás un desastre como padre, te irán mal las finanzas, tendrás problemas de salud, pero cuando sabes que eres escritor tienes que tener la seguridad de estar haciendo lo que hizo Dios en el Génesis: crear el mundo. Si titubeas, estás muerto.

Viajar, escribir, leer: ¿con qué te quedas?

Cuando me operaron hace ocho años y me pusieron el bypass, empecé a preguntarme qué sería de mi vida. Y precisamente lo único de lo que no podía prescindir es de lo que acabas de citar. Podía dejar de comer y hasta de follar, pero no puedo vivir sin leer, escribir y viajar.

Tu evolución intelectual ha sido curiosa y llamativa, incluso incomprendida para muchos: de joven fuiste comunista, después anarquista y ahora se te vincula al liberalismo, ¿qué piensas de aquellos que te critican por este vaivén?

Yo no he sido ni comunista, ni anarquista ni liberal. He sido siempre Dragó, he sido yo. Mi itinerario vital se ha basado en conocerme a mí mismo, y eso es lo que ha guiado mis pasos. He ido en busca de mi identidad y he tenido que pasar por todas esas estaciones, que son de paso, y siempre las acabas dejando atrás porque ninguna es totalmente válida. No tengo ideología, tengo ideas. Yo soy el que soy, no el que los demás digan que soy.

Hace casi 35 años que publicaste Gárgoris y Habidis, ¿qué queda de aquella España mágica que te sedujo cuando eras joven?

Bueno, aquella España no existe ya pero no existió nunca. Ten en cuenta que yo llegué a España del exilio, después de siete años, procedente de Oriente, muy influido por el budismo, por el misticismo, por las drogas psicotrópicas y por el hipismo. Cuando llegué aquí no tenía donde caerme muerto, y fue Ángel Sánchez-Gijón, padre de Aitana Sánchez-Gijón, que estaba haciendo un diccionario de la España contemporánea en la Editora Nacional, quien me animó a escribir algo en esa línea. Una noche, en casa de Ángel, jugando al póker, ya medio borracho, me pongo en una máquina de escribir y me digo: voy a escribir algo sobre España al hilo de lo que he visto en Oriente, algo así como un manual de esoterismo de la cultura española. Pero en realidad lo que me salió fue una novela de ciencia ficción. A día de hoy no suscribo nada de lo que digo en ese libro y si no lo suscribo es que no lo volvería a escribir.

¿A qué autor contemporáneo destacarías?

Eso es muy difícil y muy arriesgado porque siempre generas polémica cuando te mojas. Pero si tuviera que destacar a uno, sería Andrés Trapiello. Su Salón de los pasos perdidos me parece una de las obras más colosales de la literatura universal. Probablemente me equivoque, pero a mí me gusta más que En busca del tiempo perdido de Proust.