Luis Landero: "La sociedad está enferma"

Luis Landero: "La sociedad está enferma"

CARLOS PINA

Desde el primer párrafo de su nueva novela, La vida negociable, Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) mira a los ojos de los lectores para interpelarlos: "Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles".

Lo que se cuenta a partir de ese arranque memorable son las andanzas, desde la infancia hasta la etapa adulta, de Hugo Bayo, un personaje que, siendo un crío, se convierte en dueño de dos secretos que determinarán su futuro. En la novela se narran los dilemas morales de Hugo o Huguito, incapaz de amar pero que quiere ser amado, un ganapán que sueña con una vida bucólica en un prado rodeado de animales pero que sobrevive entre oficios menores que jamás colman sus ambición. Hugo Bayo, un pícaro desleal con sus amigos, rudo con sus parejas y poseedor de unos dilemas morales que será incapaz de resolver.

Luis Landero, uno de los novelistas más respetados de la narrativa actual, lanza su nueva propuesta tras superar un desencanto profundo con la novela. Ese desamor, que ya relató en El balcón en invierno, le ha servido de estímulo para acometer La vida negociable, una historia repleta de lecciones morales que el autor, reconoce, ni siquiera se plantea cuando está escribiendo.

¿Cómo superaste ese desafecto con la novela?

Hubo un momento en el que tenía la impresión de que lo que escribía no era lo que debía. No es que estuviera mintiendo, sino que iba por un camino equivocado. Venía de escribir varias novelas y estaba hasta la coronilla. A veces te apetece cambiar un poco de registro, meterte en un ensayo o algo distinto. No hay que darle más vueltas.

Y ahora has vuelto a enamorarte de la novela.

Sí, pero la crisis que atravesé ni fue la primera ni será la última. Y no me pasa sólo a mí. Seguro que le sucede también a otros muchos escritores.

No sé si era una crisis personal, pero ya hace años Eduardo Mendoza predijo el fin de la novela.

Ah, bueno, el fin de la novela… Pues no lo sé. Él fue de los apocalípticos. Los hay optimistas, pesimistas con reparos y apocalípticos. Mendoza fue apocalíptico para ponerse estupendo. Yo soy pesimista. Además, ese fin habría que contarlo también en otra novela que, probablemente, sería la mejor posible y revitalizaría el género otra vez.

Lo de Trump puede ser hasta bueno

¿Estamos atravesando un buen momento literario?

Sí. Desde el punto de vista de escritores, sí. Desde el punto de vista de lectores no tanto. En España tenemos buenos escritores, buenos novelistas. ¿Sabes lo que pasa? Que están muy desconsiderados. Si a los escritores que hoy tienen 40 o 50 años les hubiera pillado los años 80 serían mucho más reconocidos de lo que son ahora. Entonces los escritores y la cultura en general estaban más consideradas. Incluso se mitificaba un poco. En la década de los 90 al escritor se le llamaba para cualquier cosa. A mí incluso me pidieron opinión sobre la campaña de condones de ‘Póntelo pónselo’. ¡Te llamaban para todo! Para cosas políticas, sociales… Ahora ya no me llaman, y a los demás tampoco. Lo cual me parece bien, porque a cuento de qué vamos a estar opinando de todo.

Lo que dices es un indicio...

Sí. Ha habido un momento en el que la figura del escritor, del pintor, del artista en general se ha ido eclipsando… La figura del intelectual ha sido sustituida por la de los opinólogos, y los escritores han perdido estatus. ¿Da la sensación de que hay peores escritores ahora? Sí, porque arman menos ruido mediático, se les ve menos, se les lee menos. Ya no hay booms como los de antes, por ejemplo con mi novela Juegos de la Edad Tardía. O La Lluvia amarilla, de Llamazares, El invierno en Lisboa, de Muñoz Molina, el Belver Yin, de Ferrero…

Este año está Patria, de Fernando Aramburu.

Sí, es verdad. Pero es una excepción, como lo fue Soldados de Salamina. Pero esto, ya digo, es raro.

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¿Qué nos pasa como sociedad?

Que es una sociedad un poco enferma.

¿Enferma de qué?

Enferma de banalidad, de trivialidad y entretenimiento barato. En esto han sido importantísimo las redes sociales, los WhatsApp, los Facebook, que son un entretenimiento fácil, barato. Los hábitos lectores se han ido relajando. Supongo que esto no sólo pasa aquí, sino en todas partes. A eso se ha unido también la crisis, que quizá ha afectado politizando todo mucho, creando mucho miedo, escepticismo. No lo sé, es difícil hacer un diagnóstico de todo esto. Además no estoy muy seguro de lo que digo [risas].

La vida negociable… ¿Con quién podemos negociar la vida?

Con Dios, con nosotros mismos, con el partido al que se pertenezca. Se negocia solo o en grupo. Por ejemplo, en la Gürtel negociaron en grupo. Cuando Raskolnikov mata a las dos viejas en Crimen y Castigo negocia consigo mismo, no tiene a nadie más. Los nazis negociaban en grupo, lo hacían moralmente entre ellos.

¿Y Trump?

Trump negocia solo, va por libre, es un macho alfa auténtico. Pero los otros países, sobre todo Europa y Latinoamérica, deberían negociar juntos. Me temo que Trump está creando mucho miedo y yo estoy esperando que se reaccione, porque la oportunidad es magnífica. Lo de Trump puede ser hasta bueno. Hemos ido desde Berlusconi hasta tocar fondo con Trump y esto puede funcionar como un reactivo, hacer reaccionar moral y políticamente a mucha gente, que revitalice a la Unión Europea, a Latinoamérica, que pare los pies a la ultraderecha europea... Trump puede ser como una vacuna, que te inoculan un virus para reaccionar contra él.

¿Hugo, el protagonista de la novela, negocia la vida consigo mismo?

Sí, y a veces le sale bien y a veces no. Apela al victimismo e intenta justificarse aduciendo que los otros también son malos, que él se ha creado en un ambiente hostil. De hecho, el título del libro en vez de La vida negociable podría haber sido La vida justificable. Cada uno intenta justificarse como puede.

Hugo es dueño de dos secretos y los utiliza para hacer el mal, para chantajear...

Sí, sólo puede elegir el mal camino, porque si un novelista decide que tiene que tomar el buen camino entonces se queda sin novela. Forma parte de la retórica narrativa.

En un momento dado apuntas que en la vida del protagonista se entremezclan la comedia, el drama y el esperpento ¿Son todas las vidas así?

En general es así. Todos tenemos rachas de tragedia, comedia, esperpento. A veces nos ponemos repelentes, a veces cursis, a veces patéticos… Somos un gazpacho, un surtido de géneros literarios. Tocamos todos los géneros literarios en nuestra vida.

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En cualquier caso, esta novela deja en el lector un cierto poso amargo.

Sí, me lo han dicho muchas personas, entre otras, mi mujer. Pero es que muy propio de la condición humana, aspiramos a mucho y conseguimos poco.

¿Negociamos mal?

No, no es que negociemos mal. Cuando uno es joven tiene la responsabilidad de ser soñador, romántico, rebelde, de aspirar a grandes cosas. Nos decimos ‘seré aventurero’ o ‘no me voy a corromper’… Se hacen muchos grandes proyectos. Pasa el tiempo y uno se encuentra de repente que es un señor o una señora cualquiera con cuarenta y tantos años. Ahí sí llega la hora de negociar con la vida porque el joven le dice: ‘Qué has hecho conmigo’. Hay que negociar con lo que uno querría ser y con lo que en realidad se ha convertido. Ahí puedes negociar a la alta o la baja. A la baja es la resignación y el fracaso bien asumido. Y a la alta es seguir soñando hasta el final.

Uno de los grandes motores en la vida de Hugo es el amor.

El problema de Hugo no es el amor de pareja, es que no ama al prójimo en el sentido laico. Tampoco se quiere a sí mismo, no quiere a Leo, a Olivia sólo la quiere para acostarse con ella. Es, desde ese punto de vista, un hombre trágico. Ya lo decía Camus: "Que te amen es una cuestión de suerte, pero que tú no ames a los demás es una desgracia". Él posee esa falta de amor hacia los demás. Gente así la hay, que no ama a los demás, que no ama el mundo en el que vive... Es una desgracia. Igual que hablamos de la banalidad del mal, deberíamos hablar de la banalidad del amor. Para Hugo el amor es trivial [Pausa] Que conste que todo lo que estoy diciendo se me está ocurriendo un poco ahora. Cuando me pongo a escribir no entro en ideas ni en moralinas, sólo me dedico a narrar. Lo que me preocupa es si van peinados o no, si llueve, cómo van vestidos… Las cuestiones morales no me interesan para nada. Si te lo cuento es porque me estás preguntando y me obligas a pensar en esto, pero eso de la banalidad del amor no se me había ocurrido. Y lo de la banalidad del mal se me ocurrió hace sólo unos pocos días.

La vida negociable es una de tus novelas con más sexo.

Intento sugerir. No hay nada más aburrido que una peli porno: con dos polvos ya está todo visto. Hay que echar un poco de picante y con sugerir es suficiente. La imaginación del lector va a ser mucho más morbosa, porque lo hará todo a su medida. Y cuando sugieres la imaginación se pone en marcha.

Hugo acaba convertido en peluquero, un oficio que ya figura en otras de tus novelas.

Siempre me han gustado las barberías de mi pueblo. Mi padre me llevaba ahí, me gustaba el ambiente, se hablaba mucho. Los barberos siempre son muy charlatanes y tienen una autoridad máxima. Uno se pone en manos del peluquero como se pone en manos del médico o del confesor. Luego en una peluquería hay opiniones. Ahora ya menos, porque la televisión le ha hecho mucha competencia, pero hubo un tiempo en el que las peluquerías eran un centro de conversación, de tertulia, y la autoridad era el peluquero. Era el moderador y su opinión valía más de los que estaban sentados, de los pelucandos.

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Una de las frases que más repite el padre de Hugo es "¡Oh, mundo prodigioso!". ¿Realmente el mundo es prodigioso?

¡Claro que lo es, cómo no va a serlo! Depende de la mirada, todo es prodigioso cuando sabes mirar, observar y asombrarte. Un artista es alguien que siempre prolonga la infancia. Se lo decía mucho a mis alumnos: no dejéis que se muera el niño que habéis sido hasta hace bien poco, ese niño va a ser fundamental en vuestras vidas porque el tándem que va a formar ese niño con el sabio que seréis si leeis y estudiáis, va a ser maravilloso: el niño y el sabio. El niño va a aportar inocencia, asombro, frescura en la mirada. Y el sabio experiencia, trasfondo, trastienda erudita… La vida es muy breve, es un viaje solo de ida y no merece la pena vivir de segunda mano. Lo prodigioso no está lejos, lo tienes alrededor. El mundo está lleno de belleza. Los girasoles, los humildes girasoles, ¿quién nos iba a decir que escondían tanta belleza hasta que Van Gogh los miró?

Luis Landero ahora es un escritor jubilado. ¿Ha cambiado eso tu forma de escribir?

No, no le dedico más tiempo a escribir que antes. Schopenhauer decía que lo máximo que da la mente para trabajar a tope en una actividad filosófica o artística son dos horas al día. No va desencaminado. Raramente he escrito más de cuatro horas, cinco acaso. Es cierto que ahora tengo más tiempo para leer, para la soledad, para meditar. Y eso es bueno. El ruido verbal que he armado yo durante 30 años de repente se ha apagado. Me he oído mucho a mí mismo y me he escuchado demasiado. Ahora de pronto llega el silencio verbal y buah, ¡suena a música!

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