Bill Murray en el estreno de 'The suit' de Peter Brook

Bill Murray en el estreno de 'The suit' de Peter Brook

Un dependiente de un Blockbuster asegura que una noche Bill Murray apareció y le preguntó qué película le recomendaba a lo que respondió "Cazafantasmas... es un clásico". Entonces Murray fue hasta la caja registradora, la abrió, se llevó el dinero y salió de la tienda diciendo: "nadie te creerá".

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The Suit (El traje), la adaptación teatral de la novela del escritor surafricano Can Themba, realizada por Peter Brook junto a sus colaboradores habituales Marie-Hélène Estienne y Franck Krawczyk, ya pudo verse en España dentro de la programación del Festival de Otoño (9-14 de mayo del 2012) que se celebra en Madrid. Esta semana se representaba por primera vez en el BAM (Brooklyn Academy of Music) y estará en cartel hasta el 2 de febrero, en lo que constituye su estreno estadounidense. Por eso, esta vez no quiero hablar de la obra en sí, sino recrearme en la experiencia de ir al teatro en Nueva York, como un acontecimiento cultural en sí mismo.

Como nota informativa quiero anunciar que la emoción está servida desde el momento de conseguir una entrada. Los musicales y las obras de teatro son caras, sí, pero en la gran manzana quien quiere, puede. Por eso a diario, dos horas y media antes de cada función, se celebra un sorteo donde se pueden conseguir entradas para ver las piezas más codiciadas de Broadway, como Evita ó La gata sobre el tejado de Zinc (protagonizada por Scarlett Johansson) por sólo 30 dólares.

Pero volvamos al estreno de The suit, la última obra de Peter Brook. Estaba programada en The Harvey Theater, un edificio mítico, antes conocido como The Majestic, en pie desde 1904, y que fue remodelado en 1987 siendo entonces premiado con el Architectural Theater Award, cuando pasó a pertenecer al BAM. Está localizado en uno de los barrios más bonitos de Brooklyn, Fourt Greene, donde abundan las viviendas familiares, de esas con escaleras y jardín, que posibilitan una vida tranquila lejos del bullicio de Manhattan.

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Sala de butacas de The Harvey Theater en el estreno de The Suit. Foto: AVE.

Este es sólo uno de los tentáculos de este complejo cultural que se divide en varios edificios alrededor de Lafayette Street y que cuenta con una de las programaciones más potentes de cine, teatro, ópera y danza de toda la metrópoli. En la programación teatral de este 2013 además de a Brook, encontramos a The Laramie Project Cycle de Tectonic Theater Project, Julius Caesar de la Royal Shakespeare Company y The Master Builder de Andrei Belgrader y John Turturro, de la que ya hablaremos más adelante. La antesala al teatro, es un espacio industrial, grande y alargado, con una cafetería al fondo, donde los futuros espectadores conversaban animadamente; todos ellos podrían potencialmente aparecer en una película de Woody Allen. El teatro, con capacidad para 874 personas, estaba a rebosar.

Ya reza uno de esos carteles publicitarios que una de las muchas cosas buenas de New York es que a las estrellas no se las ve en la televisión, sino en la calle. Pero pese a la advertencia, la primera vez que uno se encuentra frente a frente a uno de esos actores o actrices universales, cuya trayectoria admiramos (hablo de los grandes actores, a los que idolatramos con ese poso adolescente que nunca se pierde del todo); cuyo rostro hemos visto en multitud de revistas y carteles, a quien hemos escuchado y leído con atención en entrevistas en diferentes soportes mediáticos; se produce un bloqueo instantáneo, un momento de confusión, como si de pronto nosotros mismos formásemos parte de una película.

Por un lado se siente la sorpresa escandalosa; evidente e innegable, por otro tratamos de reprimir la ilusión infantil que viene acompañada luego de un deseo imperioso que nos empuja a querer abalanzarnos sobre el personaje en cuestión convertido en persona, para decirle cualquier estupidez... Afortunadamente algo en nuestro fuero interno nos detiene (casi siempre porque descubrimos que no tenemos nada plausible que decir) y nos permite asimilar la situación en la distancia. Sirva esto como preámbulo para contar que esa noche me tropecé con Bill Murray en tres ocasiones en la sala de espera del teatro, antes de pasar a ver la obra. No parecía tan alto como en Lost in Translation y lucía un look distinto al de su última película Moonrise Kingdom (su director, Wes Anderson opta al Oscar por mejor guión original). Llevaba una ensortijada y canosa barba, bebía agua, y hablaba con unos y con otros, hasta con el guarda de seguridad.

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La ciudad está llena de historias sobre él, de su soberbio sentido del humor, de su burla osada e hilarante a cualquier patrón de conducta. La que más me gusta es la de un tipo que estaba esperando la llegada del metro cuando alguien le cubrió los ojos con las manos; cuando se giró a ver quién era, descubrió que era el actor; ante la cara de sorpresa Murray inmediatamente le respondió "Nadie te creerá". También dicen que cuando Bill Murray entra a un restaurante roba patatas fritas o cualquier cosa que haya en el plato de cualquiera, mientras sigue naturalmente la trayectoria hacia la mesa adonde va a sentarse. En internet circula una fotografía en la que aparece el actor junto a un grupo de jóvenes a los que se unió espontáneamente a jugar al kickball en Roosevelt Island, ellos aún no dan crédito.

Un dependiente de un Blockbuster asegura que una noche Bill Murray apareció y le preguntó seriamente qué película le recomendaba a lo que él respondió "Cazafantasmas... es un clásico". Entonces Murray fue hasta la caja registradora, la abrió, se llevó el dinero y salió de la tienda antes de que él pudiera reaccionar diciendo: "nadie te creerá". Las anécdotas son numerosas; hasta hay quién asegura que vio a Bill Murray conducir el metro. La tercera vez en menos de media hora que me crucé a Bill Murray, obligados a mirarnos de frente otra vez, pensé que me diría algo tipo "Sí, soy Bill Murray", pero tuvo la elegancia de sonreírme muy, muy levemente. Yo creo que aún debía de tener la expresión de sorpresa, he de reconocer que me duró mucho. Después descubrí que estaba sentado en la fila contigua a la mía, algunos asientos más a la izquierda, por lo que pude ver sus reacciones a lo largo de toda la obra, maravillosa por cierto. No se rió ni en el comienzo, en el que la obra insistía en provocar sonrisas, pero se puso a aplaudir de pie cuando terminó.

No tuvo ninguna prisa por irse, se quedó a conversar en la antesala del teatro. No había apenas gente entre nosotros. Lo observé a poca distancia, aún asimilando su presencia real, mientras me ponía lentamente los suéters, la bufanda, el abrigo, el sombrero.

Ciertas cosas han de ser inalcanzables.