¿Quién ama a las mujeres?

¿Quién ama a las mujeres?

Hay hombres heterosexuales que desean a las mujeres, que quieren armar una vida con ellas, pero que en el fondo no les gustan las mujeres. También hay muchas mujeres a las que tampoco les gusta su género. Se trata de un desprecio muy antiguo. Freud decía que la primera segregación de la historia es la mujer y este odio radica en que es del lado de lo femenino donde la cultura ha situado una verdad incómoda: el lado opaco del deseo humano, ese que desestabiliza el orden de los racionalismos.

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Una vez escuché a un hombre decir que le gustaba ir a un café al mediodía porque estaba lleno de mujeres. Le gusta escuchar la reverberancia de sus voces y sus infinitos 'bla, bla, bla' sin intervalo. A él le gustan las mujeres, las mujeres le caen bien. Le gustan no en la medida en que su erótica las encasilla como objeto de deseo; al menos, no sólo de esa manera. Sino que le gustan ellas, ellas en su "mujeridad". No todos pueden decir lo mismo.

Hay hombres heterosexuales que desean a las mujeres, que quieren armar una vida con ellas, pero a los que en el fondo no les gustan las mujeres. Por cierto, también hay muchas mujeres a las que tampoco les gusta su género.

Se trata de un desprecio muy antiguo. Freud decía que la primera segregación de la historia es la mujer. Para el psicoanalista, este odio radica en que es del lado de lo femenino donde la cultura ha situado una verdad incómoda: el lado opaco del deseo humano, ese que desestabiliza el orden de los racionalismos. Me explico. Volvamos al paraíso: están Adán y Eva con todo lo que necesitan para vivir. No deben trabajar, no corren el riesgo de los celos -porque están solos-. Son los verdaderos hippies, libres del pudor de la desnudez.

Pero tal como sucede en esos viajes a algún lugar ideal que hacen las parejas para revivir una relación, algo sale mal en el paraíso. A Eva esta cosa tan ordenada no le va y decide la transgresión, que les cuesta la expulsión. Expulsión que marca el comienzo de la historia verdaderamente humana, una cuya motor está hecho de la tensión entre los discursos racionales y potentes -que aspiran a escribir nuevos paraísos- y el lado opaco del deseo humano, que sospecha de tal racionalidad y los socava.

Y los socava con justa razón porque no pocas veces el racionalismo ha prometido un Shangri-La y en su lugar aparece una masacre. El racionalismo se suele tornar totalitario.

Esta tensión entre la racionalidad y el deseo caprichoso que lo cuestiona, si bien existe en todo ser humano -porque en la vida privada también fracasan nuestros Shangri-La-, ha sido culturalmente distribuido en la dicotomía hombre/racionalidad, mujer/deseo caprichoso o irracionalidad. Dicotomía que ubica la racionalidad como una virtud y al deseo como un defecto.

Piensen en lo que se crítica de las líderes mujeres: intuitiva, emocional. La cultura tiende a devaluar aquellos aspectos que contradicen la potencia y la racionalidad, -como la fragilidad, las dudas, la necesidad de otros. Por cierto, condiciones elementales para el amor.

De ahí que no sea raro que ambos géneros valoremos el rasgo asociado a lo masculino. Piensen en las promesas terapéuticas actuales: liderazgo, autocontrol, conocerse a sí mismo para no andarse con sorpresas. Piensen en lo que se crítica de las líderes mujeres: intuitiva, emocional. La cultura tiende a devaluar aquellos aspectos que contradicen la potencia y la racionalidad, -como la fragilidad, las dudas, la necesidad de otros. Por cierto, condiciones elementales para el amor.

Todo esto es alimentado por una moral de engrosamiento del "yo", en la que se nos invita a hacernos una cirugía plástica de la personalidad para quedar sin fractura alguna. Por eso tendemos a rechazar aquellos rasgos humanos atribuidos históricamente a la mujer y que ciertamente los vivimos nosotras con menos pudor (si Messi fuera mujer, seguramente no habría renunciado a la selección de fútbol por haber obtenido un segundo lugar): la fragilidad, las dudas, la necesidad de hablar porque sospechamos de las lecturas lineales del racionalismo, porque leemos entre líneas los deseos no dichos.

Hay muchos que dicen que nos quieren, pero no es cierto. Como cuando el terapeuta nos manda callar con la moral de la pastilla, acusándonos de nerviosas; él o la feminista que nos llama al orden y nos pide cuadrarnos en discursos académicos; o el masculino cachas que nos corteja hasta la asfixia pero nos manda al quirófano para inflarnos acorde a su fetichismo. Y lo peor es que a veces nosotras mismas nos encorsetamos de todas estas formas.

Amar a las mujeres es amar esa verdad incómoda que le venimos a recodar a nuestra soberbia humana: todo lo que sube tiene que caer. Nadie es tan fálico.

Este artículo se publicó originalmente en www.hoyxhoy.cl