Era buena persona, pero mal marido

Era buena persona, pero mal marido

No hubo un momento concreto que hiciera que se derrumbara. No creo que siempre lo haya. A veces la gente piensa que los matrimonios se rompen por un suceso grave y dramático en concreto que se convierte en un punto de no retorno. Y a veces pasa así. Pero pasa porque hay un millón de cosas de las que nadie se da cuenta que desestabilizan y fracturan la relación.

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Nunca había tenido tanto miedo.

De verdad, pánico. La ansiedad se apoderó de mí. Me costaba respirar. Me sentí triste hasta unos niveles a los que no sabía que la gente podía llegar. Probablemente era depresión. Me sentí enfadado hasta unos niveles que nunca llegué a admitir del todo. El monstruo de la ira enmascarado al que mantenía metido en una jaula en un esfuerzo por ser educado.

No existe una palabra que describa el dolor que sentía. Antes había experimentado dolor físico. Y hemos inventado cosas para evitarlo de una manera eficaz. Esto era diferente.

No quería matar ni hacer daño a nadie. Yo no soy así. Quería morirme porque sentía algo que quizá una persona extraordinariamente fuerte era capaz de soportar indefinidamente, pero yo no podía. Es imposible disfrutar de cualquier cosa buena de la vida cuando te sientes tan envenenado y herido. No quería suicidarme. Tampoco soy así. Pero quería que parara. Incluso lo necesitaba.

Cuando estás roto por dentro, dejas de ser tú mismo. Y cuando dejas de ser tú mismo, estás aterrorizado porque no sabes si alguna vez te recuperarás.

Aunque solo hayan pasado tres años, los recuerdos están borrosos.

El día que mejor recuerdo es uno en el que yo estaba preparando a mi hijo para ir al colegio. Él no cooperaba y yo estaba enfadado por no ser capaz de hacer ese tipo de cosas solo. Su niñera, una amiga de la familia, vino a recogerle en coche para llevarle al colegio, como todos los días por aquel entonces. Mi hijo sabía que pasaríamos unos cuantos días sin vernos, y no le gustaba que hubiéramos acabado discutiendo.

Era hora de decir adiós, pero él no quería. Se abrazó a mi pierna llorando. La cuidadora le separó de mí. "Papá tiene que irse a trabajar, cariño. Vamos. Hay que ir al colegio", le dijo.

Lloraba y extendía los brazos hacia mí, como los niños de las películas, y repetía, mientras la cuidadora se lo llevaba, "¡Papá! ¡Papá!".

Yo me limitaba a mirarlos. No podía ayudar a mi hijo porque no podía ayudarme a mí mismo.

Creo que ahí fue cuando toqué fondo.

Me dolía el pecho. Tenía los puños agarrotados. Los ojos llenos de lágrimas. Tenía 34 años, pero me sentía como si tuviera cinco. Entre sollozos, dije cosas horribles de mi mujer que no pensaba y que no eran verdad.

Estaba roto.

...

Divorciarte es la segunda cosa más estresante que te puede suceder en la vida.

Según la escala de estrés de Holmes y Rahe -la única vara de medir que tenemos aparte del cerebro y de las tripas-, el divorcio es más difícil para nosotros que otros sucesos como la muerte de un padre o de un hijo, entrar en prisión o tener cáncer.

El único suceso considerado más estresante que el divorcio es la muerte de la pareja. Y no pretendo trivializar la devastación emocional que tiene que suponer quedarse viudo, pero incluso esa situación tiene un lado positivo que para los padres no tiene el divorcio: no hay que pasar meses o incluso años de tristeza, de ira o de perder la cabeza mientras otro hombre se está acostando con tu mujer.

Divorciarse es duro. He llorado cientos de veces durante el proceso. O te importa tu matrimonio o no te importa. O ibas en serio con los votos nupciales o no ibas en serio.

Nunca me cuestioné mi salud mental ni mi estabilidad emocional hasta que mi matrimonio se hizo pedazos.

No hubo un momento concreto que hiciera que se derrumbara. No creo que siempre lo haya. A veces la gente piensa que los matrimonios se rompen por un suceso grave y dramático en concreto que se convierte en un punto de no retorno. Y a veces pasa así. Pero pasa porque hay un millón de cosas de las que nadie se da cuenta que desestabilizan y fracturan la relación.

Da miedo porque muy pocos lo ven venir.

...

Yo era una buena persona, pero muy mal marido. Una persona que nunca había tenido que enfrentarse a la adversidad. Una persona un poco mimada. Un poco egoísta. Con un poco de poder. Un poco ingenuo. Muy ignorante. Y entonces el divorcio se convirtió en realidad, como les pasa a muchas parejas.

Y fue horrible. Lo peor que me ha pasado nunca.

Pero también me ha aportado algo, porque, cuando la Tierra gira alrededor del Sol el número suficiente de veces, la vida te da cosas:

Perspectiva. Sabiduría. Oportunidades. La experiencia de curarse desde dentro. De crecer. De perdonar y sentirse perdonado. De amar cuando no es lo apropiado.

Ahora sé que conseguiré ser alguien mejor de lo que era antes.

Más grande y más fuerte.

En todos los sentidos.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.

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