En busca del mito perdido

En busca del mito perdido

Don Quijote es un personaje con el que los jóvenes, quienes suelen sentirse incomprendidos y buscan su lugar en este mundo tan aparentemente sin sentido, deberían sentirse identificados. Pero, ¿cómo lograr que un adolescente se vea reflejado en una obra escrita hace cuatrocientos años y se despierte su interés por ella hasta el punto de querer leerla?

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El nacimiento de cualquier estado moderno siempre se ha visto acompañado de una serie de mitos que han servido para fortalecer la incipiente identidad unitaria de dicho estado. Los mitos se basan en la geografía, la historia -no hay nada más español que Numancia, y eso que cuando los romanos asediaron a los numantinos España ni siquiera existía-, y la lengua -lo que conlleva la creación de un canon literario, del que Cervantes sería piedra angular en el caso español-.

Mi primer contacto con la obra de Cervantes llegó a través de la televisión. Pertenezco a una generación que creció viendo series de animación basadas en los clásicos. De especial recuerdo fue Don Quijote de la Mancha, serie que empezó a emitirse a finales de los 70 y en la que Fernando Fernán Gómez ponía voz a Don Quijote. Eran otros tiempos, evidentemente, y TVE no tenía la competencia de otras cadenas ni de otras formas de entretenimiento como videojuegos. Eso hizo que la serie fuera muy popular entre los niños de la época.

Después llegó el colegio y la secundaria, donde nadie supo venderme la obra de Cervantes de manera convincente. De hecho lograron que evitara su lectura, porque tal y como nos lo presentaban, más bien parecía una obra literaria pensada para torturar las mentes de los pobres jóvenes.

Hasta que no empecé los estudios de Filología en la universidad, no leí el Quijote, pero es que si estudias Filología se te presupone cierto interés por la literatura, y acabas por leerlo, aunque sea porque da vergüenza decir que no lo has hecho. Tuve de profesor a Alberto Blecua, quien no solo hablaba del Quijote, sino que traía primeras, segundas y terceras ediciones a clase para ejemplificar un caso de filiación en la crítica textual. "Cuando termine la clase, podéis acercaros y hojearlo. Pero tened cuidado, que me ha costado unos cuantos millones (de pesetas)", decía.

Los mitos siguen siendo necesarios, pero ahora no para unificar la riqueza interna de un estado en una única identidad, sino para enfrentarse a la imposición exterior de mitos que se ven como propios sin serlo.

La mayoría de jóvenes actuales no crecerán viendo en la tele una serie de dibujos animados basada en una obra de Cervantes, ni terminará por estudiar una filología donde encontrar a un apasionado profesor cervantino, sino que sus primeros, y posiblemente últimos contactos, se establecerán durante la primaria y la secundaria, justamente cuando más difícil es vender una obra como la de Cervantes y que suele tener como consecuencia el salir huyendo cuando te nombran al caballero de la triste figura.

Podríamos pensar que no es nada grave, que al fin y al cabo Cervantes era solo un escritor y que Don Quijote no era nada más que un viejo chocho. Nada más lejos de la realidad. Don Quijote, por ejemplo, es un personaje con el que los jóvenes, quienes suelen sentirse incomprendidos y buscan su lugar en este mundo tan aparentemente sin sentido, deberían sentirse identificados. Pero, ¿cómo lograr que un adolescente se vea reflejado en una obra escrita hace cuatrocientos años y se despierte su interés por ella hasta el punto de querer leerla? He consultado con diferentes profesores, traductores, correctores y amantes de la literatura en general, y todos coinciden en dos puntos: la mejor forma de conseguir que un joven salga huyendo de la obra Cervantes es obligándole a leer el Quijote; y la mejor manera de que se acerque es indirectamente, empezando por presentar las influencias que podemos encontrar en películas, series y videojuegos, para después pasar a la lectura de fragmentos.

Por otra parte, no considero que sea necesaria la lectura completa de un libro como el Quijote por parte de un joven. Pero sí es importante que sepa de su importancia, la cual va más allá de lo que todos pensamos.

Los mitos siguen siendo necesarios, pero ahora no para unificar la riqueza interna de un estado en una única identidad, sino para enfrentarse a la imposición exterior de mitos que se ven como propios sin serlo. Los mitos de los éxitos deportivos son muy efectivos en estos casos a la hora de sustituir las victorias bélicas.

No obstante, desde un punto de vista cultural, el mundo anglosajón nos gana la batalla en la imposición pacífica de sus mitos. Un joven español está incluso mucho más familiarizado con la nueva mitología de Marvel o DC Comics que con la propia. Pero no solo eso. Seguramente podría decir tanto sobre los pictos -aunque les ponga a todos la cara de Mel Gibson- que de los íberos.

Por eso, para ganar esta batalla deberíamos recurrir a las mismas armas: películas de acción, series de televisión -El Ministerio del Tiempo es un buen ejemplo- y videojuegos en los que se reinterpretan las historias tantas veces narradas pero de forma más atractiva. Y si después alguien quiere buscar en las estanterías de una biblioteca la obra de Cervantes, bienvenido sea. A lo mejor leyendo el Quijote se sorprende al descubrir que la primera novela moderna es una historia divertida e inteligente.