Los profesores, desconocidos soldados de la civilización

Los profesores, desconocidos soldados de la civilización

Entrevista con Judith Suissa, autora de 'Anarquismo y educación'.

School classroom in blur background without young student; Blurry view of elementary class room no kid or teacher with chairs and tables in campus.Pornpak Khunatorn via Getty Images

Algunos estudiantes descontentos con el sistema educativo desearían provocar la anarquía en las escuelas… en contra de lo que propugnaba el propio anarquismo. Judith Suissa, filósofa de la educación, nos recuerda que el anarquista Kropotkin veía dañina la distinción entre el trabajo manual y el intelectual. La escuela debe ser teórico-práctica, no meramente teórica y memorística. Me consta que esta queja es tan vieja como el anarquismo, pero esta doctrina política parece tener las ideas bastante claras respecto a lo que se necesita repensar y hacer.

ANDRÉS LOMEÑA: Me duele ver la insatisfacción del alumnado, pero sus quejas son siempre las mismas: nada les parece útil. Ese utilitarismo extremo cansa. ¿Qué puede hacer el anarquismo contra la dictadura del pragmatismo?

JUDITH SUISSA: Lo que planteas es que los estudiantes son víctimas de un discurso utilitario que ve la educación como un simple medio para alcanzar un fin. No creo que eso sea lo mismo que el pragmatismo, tal y como yo lo entiendo. El utilitarismo de los sistemas educativos nacionales del mundo confunde aprendizaje con éxito y juzga la buena educación mediante resultados medibles a través de test estandarizados. Esto se ve como un indicador del capital social y de la productividad nacional en un mercado de trabajo competitivo a nivel internacional, la llamada economía del conocimiento.

Tus estudiantes seguramente se quejan porque ven la mentira de trabajar duro en la escuela y hacerlo bien en los exámenes como garantía de que les irá bien en la vida. Desde luego, algunos estudiantes brillantes se las arreglarán para aventajar a sus iguales en un sistema cada vez más competitivo, pero el sistema establece, por definición, que algunas personas tienen que fracasar. Son obvias las barreras estructurales que impiden a ciertas personas tener éxito y denunciar los fallos de una existencia cada vez más precaria en el capitalismo global corporativo.

Tus estudiantes exigen aprender algo útil en la escuela, pero esto no debería interpretarse en un sentido estrictamente utilitario. El conocimiento útil y las habilidades son, creo, lo que una buena educación ha ofrecido siempre a los estudiantes: una forma de entender el mundo y su lugar en él, lo que incluye herramientas críticas para reflexionar, imaginar y activar formas de cambiar la realidad social y política. Para los profesores en el aula, esto significa que hay que conectar con la experiencia de los estudiantes. Esto no implica rechazar el valor intelectual de las disciplinas, sino acercarse a los contenidos de una forma abierta, como los teóricos y practicantes de la pedagogía crítica han defendido.

Creo que el anarquismo, lo que Glenn Wallis llama “una forma de ser y estar en el mundo” (aprovecho para recomendar su libro: Un manifiesto anarquista, Warbler Press, 2020), está en consonancia con este enfoque pedagógico. De hecho, hay una línea clara que va desde el pragmatismo de John Dewey al activismo de educadores y académicos anarquistas. Para los anarquistas, nuestras instituciones sociales y la manera de organizar nuestras vidas no están grabadas en piedra, sino que son contingentes y están abiertas al cambio radical a través de una acción colectiva libre y espontánea. Paul Goodman se refirió a esto como una oportunidad de entender la estructura social como un material plástico y maleable, y señaló que ese espíritu pragmático, en el contexto de una organización social jerárquica, ha de ser pensado como utópico.

El sistema establece, por definición, que algunas personas tienen que fracasar

A.L.: Por otra parte, me gusta el concepto de learning by doing de Dewey. Deberíamos enseñar a cocinar, a sembrar, a programar un robot y a cantar o tocar un instrumento, pero no hay presupuesto para algo así.

J.S.: Estamos de acuerdo en defender el valor del “aprender haciendo”. Sin embargo, me desconcierta que lo veas como una cuestión de financiación. No creo que necesites un gran presupuesto para llevar a los alumnos a las calles para aprender de las actividades sociales y culturales de las ciudades, barrios y centros de trabajo. Muchas escuelas anarquistas funcionaron con un presupuesto muy limitado, y muchas escuelas estatales pequeñas de barriadas pobres crean sus huertos urbanos para que los niños puedan aprender agricultura, biología, producción de alimentos, cocina, nutrición o medio ambiente. Hay muchos otros ejemplos de learning by doing que no requieren laboratorios caros ni demasiados recursos.

Deberíamos tener una financiación pública adecuada no solo para las escuelas, sino para los espacios culturales, como museos y bibliotecas. La financiación pública del arte es especialmente importante y la situación es bastante desesperada para las personas que trabajan en el sector de las industrias creativas debido al COVID. Si los teatros y galerías pudieran ofrecer a las escuelas la oportunidad de ver obras de teatro, conciertos y exhibiciones, quizás las obras de los dramaturgos, poetas y teóricos de la literatura no les parecerían tan aburridas e irrelevantes.

A.L.: Antes de la pandemia temíamos que un alumno perdiera alguna clase. Tras la pandemia, se ha impuesto un modelo semipresencial donde se pierden muchas horas lectivas. Quizás sea el momento de emprender la desescolarización de la que hablaba Ivan Illich.

J.S.: La flexi-escuela existe desde hace tiempo. La ponen en práctica algunos grupos que creen en la educación en casa o autoeducación. La pandemia ha creado oportunidades para que se le otorgue mayor consideración a esa escuela flexible, pero también destacaría el rol fundamental que tienen las escuelas y los profesores en la vida de los niños, más allá de su función educativa oficial. Para mí, esto indica la necesidad de reconsiderar la visión de Dewey de la escuela (de su libro Escuela y sociedad de 1907) como una forma genuina de vida comunitaria activa, y no como un lugar apartado donde se aprenden cosas. El coste de semanas de confinamiento para los estudiantes, especialmente para los no tan niños, no se puede medir por el aprendizaje, sino por el desarrollo social y emocional que viene de interactuar con otras personas de la comunidad.

Creo, a diferencia de Illich, que las escuelas son instituciones sociales importantes. Dicho esto, depende de nosotros asegurar que lleguen a ser lugares donde la educación sea, siguiendo nuevamente a Dewey, no una preparación para la vida, sino la vida misma, donde los niños puedan aprender a través de una vida guiada.

A.L.: Permitir dormir a algunos alumnos en clase puede ser mejor que dejarlos con las familias porque así al menos se asoman a otros modos de vida.

J.S.: Ya, pero no hay nada anarquista en esa actitud. En cuanto al monopolio de los padres sobre la educación, creo que estos deberían tener más poder sobre las decisiones educativas que se toman. Si hubiera un control local más democrático en las escuelas, estas se acercarían a su verdadera función social y evitarían que el Gobierno o los padres tuvieran un control completo sobre la educación de los menores.

Preocupan los efectos de los medios digitales en el desarrollo cognitivo de los niños

A.L.: Ahora el nuevo evangelio es el de las pizarras digitales, la flipped classroom y la educación entendida como un parque de atracciones.

J.S.: No creo que haya nada realmente nuevo en las nuevas teorías pedagógicas. Las escuelas alternativas han puesto en práctica formas de aprendizaje que enfatizaban el tipo de creatividad que defendió alguien como Ken Robinson. Por otra parte, preocupan los efectos de los medios digitales en el desarrollo cognitivo de los niños, en particular los efectos de los medios sociales en la interacción social y emocional. Aquí comparto la visión de los teóricos que defienden que, en la era digital, el rol del profesor individual crítico y comprometido es más importante que nunca.

A nivel personal, tengo que decir que, aunque puedo ver las ventajas de la educación online en términos de accesibilidad e inclusión, mis últimos meses han sido bastante desalentadores. Creo que algo muy valioso se pierde cuando no podemos vernos juntos en un espacio como el aula. Nuestras clases son parte del ambiente social y político y no se puede actuar en ese medio desde fuera, por más que estemos “conectados” virtualmente por supuestos mecanismos neutrales de software y hardware. Para mí, una de las tareas educativas más importantes que tenemos ahora es revelar la agenda ideológica que hay detrás de este impulso para mover nuestras actividades educativas, culturales, nuestros patrones de consumo y nuestra vida social al mundo online… en nombre de la eficiencia.

A.L.: Me despido de usted sin sentirme muy optimista respecto al futuro.

J.S.: Pareces algo desencantado. Entiendo la frustración de muchos docentes y aprecio los retos que acometen en el aula. A mi juicio, el objetivo de la lucha no debería estar en la educación ni en la escuela, sino en el sistema político que ampara estas escuelas. Creo que merece la pena recordar las palabras de la educadora y activista anarquista Louise Michel: “La tarea de los profesores, nuestros desconocidos soldados de la civilización, consiste en dar a las personas medios intelectuales para que puedan rebelarse”.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).