Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso

Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso

El mundo actual ha sustituido la "fe y el amor" por el "saber y el tener". Sin embargo, si por un momento, dejamos de hacer cosas, de actuar como simples engranajes, si nos detenemos a escucharnos de manera honesta y sin autoengaños a nosotros mismos, en la mayoría de veces encontraremos en nuestro interior esa maldita sensación: desconsuelo.

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"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada." Así empieza una de las más famosas novelas de Charles Dickens, Historia de dos ciudades. Aunque escrita hace ya más de ciento cincuenta años, a mi modo de ver estas frases parecen describir perfectamente nuestra sociedad actual.

La mayoría de la humanidad vive sumergida en el desconsuelo. Sí, ésta es una palabra que define perfectamente a esta época y a los seres humanos que vivimos en ella. Fingimos que todo está bien, que la ciencia ha resuelto todas las cuestiones que a lo largo de siglos han asediado al hombre. Nos decimos, aparentemente convencidos, que lo espiritual, lo mágico, la poesía, todo aquello, en definitiva, que trasciende lo puramente comprobable y medible, pertenece al pasado, a un pasado ignorante y atrasado en el que los seres humanos vivían entre sombras, privados de la irrefrenable nueva luz con la que la tecnología ha dotado presuntamente al mundo. Pero en realidad, simplemente nos engañamos. Hemos eliminado el significado profundo de la palabra verdad cambiándolo por el de eficacia, todo ha de servir para algo, todo ha de ser herramienta y nada fin. El mundo actual ha sustituido la "fe y el amor" por el "saber y el tener". Sin embargo, si por un momento, dejamos de hacer cosas, de actuar como simples engranajes, si nos detenemos a escucharnos de manera honesta y sin autoengaños a nosotros mismos, en la mayoría de veces encontraremos en nuestro interior esa maldita sensación: desconsuelo.

Pues nuestro mundo actual tan soberbio y engreído, tan seguro de su poder tecnológico, en su desprecio por todo lo que suene a trascendencia, a inmaterial, a esperanza última, no se da cuenta que se aparta inevitablemente de las cuestiones que realmente nos afectan de una manera existencialmente decisiva a todos nosotros. Escribió Albert Camus:

"Galileo, en posesión de una importante verdad científica, abjuró de ella con toda tranquilidad cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál de los dos, la tierra o el sol, gira alrededor del otro. Para decirlo todo, es una futilidad. En cambio, veo que mucha gente muere porque considera que la vida no merece ser vivida. Veo a otros que se dejan matar, paradójicamente, por las ideas o ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que llamamos una razón de vivir es al mismo tiempo una excelente razón de morir). Juzgo, pues, que el sentido de la vida es la más apremiante de las cuestiones."

El sentido de la vida... No se engaña en absoluto el bueno de Camus, nada más importante que esta cuestión, y sobre ella, y pese a lo que pueda parecer en un primer momento, la ciencia, la tecnología, esta dominante ideología actual que niega todo valor a lo que no sea perfectamente racional no tiene prácticamente nada que decir, pues en general, nuestra propia experiencia personal nos acaba mostrando que la razón no suele bastar en ninguna cosa realmente importante y trascendente de nuestra vida, ¿pues acaso el amor, la compasión, la felicidad, el sufrimiento, son cosas perfectamente razonables o que se ajusten a reglas absolutamente medibles y probadas?

Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso no es un libro con la intención de hacer proselitismo religioso, ni siquiera de convencer a nadie. Su voluntad es la de denunciar que la cuestión de Dios, que no es en realidad sino la cuestión del sentido de la vida y la existencia, no puede ser una cuestión que dejemos a un lado como algo antiguo o inservible. Que, al contrario, es una cuestión que debe estar ineludiblemente presente en todos nosotros, más allá de cuál sea nuestra apuesta personal, la de la fe o la del ateísmo. Creo es una explicitación de que la pregunta por Dios continúa tan palpitantemente actual como siempre, y que quienes la borran de sus vidas se condenan a esa palabra con la que iniciábamos estas líneas: al desconsuelo.

Este libro pretende mostrar abiertamente que la opción por la fe en la existencia de Dios es, cuando menos, tan racional como la posición contraria, que los creyentes podemos estar racionalmente orgullosos de nuestra opción.

Hace ya casi trescientos años, el gran compositor Georg Friedrich Händel tras una vida de trabajo y esfuerzos sin límite, y pese a su incontestable talento musical, se hallaba al borde de la ruina, se sentía viejo, incapaz de seguir componiendo. Cansado de vivir y sin esperanza, los habitantes del Londres de la época podían verle vagar por sus calles durante noches enteras, sus pasos parecían tan perdidos y descarriados como su vida. Un día, al llegar de uno de esos erráticos paseos, vio en su despacho una carta, era de Charles Jennens, un poeta que le había proporcionado textos para algunas de sus obras. Sin demasiado interés, Händel leyó la misiva, en ella Jennens le decía que le enviaba un nueva composición para que él la musicara. El compositor dudó, no le quedaban fuerzas, no quería saber ya nada ni de la música ni de la vida. Sin embargo, la curiosidad, finalmente, pudo más que él, y casi de soslayo echó una mirada a lo escrito por Jennens. Era un oratorio, y la primera frase que leyó le iluminó: "Consolad, consolad a mi pueblo dice vuestro Dios". Händel sintió que de nuevo la esperanza llenaba su pecho, y en el tiempo récord de tres semanas escribió El mesías, su obra maestra. Händel recobró la fe, y con ella el sentido de la vida y sobre todo la esperanza. Encontró consuelo a su desconsuelo.

Creo aunque sea absurdo o quizá por eso es un libro que nos recuerda, desde la razón, que la razón tiene limitaciones, y que no tiene ni tendrá nunca respuestas para todo. Que no podemos limitar lo real a lo puramente sensible y material, que en muchas ocasiones la respuesta a nuestro desasosiego, al ansía de infinitud que habita en todo hombre está en la trascendencia, en lo espiritual, digámoslo ya, en Dios. Vivimos en una época en la que las proclamas ateas son continuas y en la que se ha desarrollado un desprecio absurdo e incomprensible hacia la cuestión de Dios. Este libro pretende mostrar abiertamente que la opción por la fe en la existencia de Dios es, cuando menos, tan racional como la posición contraria, que los creyentes podemos estar racionalmente orgullosos de nuestra opción, y que debemos defenderla sin complejos, pues aquellos que desde una presunta modernidad dan por zanjada la cuestión de Dios, al hacerlo, no demuestran más que su ignorancia.

Para terminar, volvemos al imprescindible Camús. Su magnífico libro El mito de Sísifo comienza con estas terribles palabras: "No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio." Pues bien, el creyente tiene resuelto este problema, ha encontrado el sentido, y sobre todo, ha encontrado la esperanza y el consuelo. ¿Y el ateo?