Son ellas

Son ellas

En tiempos movedizos, en momentos en que pocas cosas parecen seguras, mirar a África ofrece la certidumbre de estar asomándose al futuro. Con sus problemas, claro que sí, y no fáciles, pero con la confianza de quien está dando pasos hacia su pleno desarrollo. Las mujeres africanas, desde luego, lo están haciendo así.

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En tiempos movedizos, en momentos en que pocas cosas parecen seguras, mirar a África ofrece la certidumbre de estar asomándose al futuro. Con sus problemas, claro que sí, y no fáciles, pero con la confianza de quien está dando pasos hacia su pleno desarrollo. Lo hace además en un mundo globalizado del que puede extraer los mejores ejemplos, las mejores prácticas y aplicarlas a las distintas realidades de un continente tan vasto, tan rico y tan diverso.

Las mujeres africanas, desde luego, lo están haciendo así. Llevan mucho tiempo tejiendo sus redes, redes de conocimiento, de supervivencia, de negocio, sobre la base de su trabajo constante, de su inagotable capacidad de emprender, que es la que hace posible la vida, la actividad económica, el crecimiento.

Es algo que cualquiera que vaya a África percibe al instante, son ellas, las mujeres africanas, las que sostienen el día a día, pero también el mañana. Son ellas. Y sobre la base de su esfuerzo, de su tesón, de su energía, de su talento, de su aportación a sus países y a su gente, ellas, que se ven y se reconocen en sus hermanas -suelen llamarse así con su innata solidaridad- van construyendo en sus vidas, en su entorno, y van sumando progreso.

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Con Wangary Maathai (izquierda), premio Nobel de la Paz en 2004, y Ellen Johnson-Sirleaf (derecha), presidenta de Liberia y Nobel de la Paz en 2011.

Pero queda mucho camino por recorrer. Hay aspectos de la realidad africana que apenas conocemos o que desconocemos completamente. Cuando yo empecé a sentir esa fascinación, esa necesidad de formar parte de África, de sentirme al lado de las mujeres africanas que hoy se ha convertido ya en una de mis grandes causas, fui descubriendo cosas de las que no había tenido noticia hasta ese momento. Cuestiones que afectaban directamente a la vida de las mujeres. Una de ellas fue la fístula obstétrica.

Una dolencia que no solo ataca gravemente la salud de las jóvenes sino que las estigmatiza y las aleja de cualquier vida o relación normal. Un niño que no llega a nacer y una madre frustrada, muchas veces adolescente, que queda rota. Eso es la fístula.

Algo de lo que aquí ya no nos acordamos, pero que también hubo en España cuando se daba a luz en las casas y algo no iba bien.

Hoy, en África, sufren fístula mas de dos millones de mujeres. Son muchísimas, demasiadas. Y cuando en Mujeres por África nos planteamos los proyectos que queríamos poner en marcha en nuestro plan de acción, la lucha contra esta lacra fue uno de los primeros.

Por eso, cuando conocí a Manuel Devesa, primero como profesional, después como cirujano solidario y también enamorado de África, y tuve la ocasión de leer el libro que ahora presentamos, que tan bien refleja el mundo de las niñas con fístula, supe que teníamos que procurar que mucha gente lo leyera y conociera una de las realidades desconocidas de África.

Que mucha gente conociera y entendiera por qué Mujeres por África va a poner en marcha un proyecto llamado Stop Fístula dedicado a curar, operando esta dolencia, y a prevenirla atendiendo los primeros partos de las embarazadas más jóvenes.

Vamos a hacerlo, sobre todo, con las mujeres y sus organizaciones, con las matronas, con las parteras, porque son ellas las que al final conseguirán poner fin a este drama.

Del mismo modo que están sacando adelante el continente.

Y las demás mujeres del mundo vamos a estar con ellas. Ahora que al otro lado del estrecho sentimos el vértigo de un modelo que se descompone a ojos vistas, sin haber aprovechado nunca al máximo el potencial de la mitad de su población, ellas van a convertirse, se han convertido ya, en las protagonistas del desarrollo africano.

Como tal hay que mostrarlas al mundo.

Descárgate aquí el capítulo 4 del libro Llévame a Farafangana, de José Manuel Devesa.