Georgia y su ley de agentes extranjeros: el miedo al giro prorruso en una zona estratégica

Georgia y su ley de agentes extranjeros: el miedo al giro prorruso en una zona estratégica

Una norma que puede asfixiar a críticos y opositores está sacando masivamente a la calle a los ciudadanos, poniendo en peligro su candidatura a entrar en la UE. 

Un grupo de manifestantes contra la llamada "Ley Rusa", el pasado 2 de mayo, en las calles de Tbilisi, la capital georgiana.Davit Kachkachishvili / Anadolu via Getty Images

Desde el pasado abril y sin descanso, cada semana se están produciendo manifestaciones masivas en Georgia contra su Gobierno. El motivo: la nueva Ley sobre la Transparencia de la Influencia Extranjera, como la llama el Ejecutivo, bautizada por la calle como "Ley Rusa". El primer ministro, Irakli Kobajidze, apuesta por una norma que obligará a que que las organizaciones, ONG y colectivos cuya financiación sea extranjera superior a un 20% se registren como "agentes extranjeros" y sus opositores la entienden como una copia del articulado ruso que, con los años, ha acabado con toda oposición a Vladimir Putin. 

La ley, dicen sus detractores, restringirá el margen de actuación de organizaciones georgianas apoyadas desde el exterior, que defienden los derechos de colectivos LGBTIQ+, las políticas proeuropeas, los medios libres o la lucha contra la corrupción, entre otros fines. Las dejaría bajo la lupa constante del Gobierno, lo que podría limitar su actividad o, incluso, acabar con ellas. Los controles, avisan, serán excesivos. Quien no se atenga a esas condiciones y a esa fiscalización se expone a sanciones de hasta 9.000 euros. 

La norma es muy parecida a la que Putin aprobó en 2012 con la misma idea de fiscalizar los supuestos tentáculos extranjeros -léase occidentales- en la Federación Rusa, una ley ampliada en 2022 que ha acabado por eliminar la disidencia. Ya intentó aprobarse el año pasado, pero el levantamiento popular en su contra la acabó frenando. Ahora Kobajidze insiste, porque dice que se parece a las normas que tienen otro países europeos y que es necesaria para preservar la soberanía nacional. El Civic Freedom Monitor alerta de que más de 60 países han copiado a Rusia con normas similares e idénticos argumentarios. 

La georgiana ha superado ya dos lecturas y se espera la tercera y definitiva para el 17 de mayo en el parlamento georgiano. Por eso, las presiones se multiplican para evitar que eso pase. La presidenta del país, Salomé Zurabishvili, ha dicho que intentará vetarla y, si no lo logra, dimitirá. La Unión Europea, a la que Georgia es desde diciembre candidata a unirse, y Estados Unidos han expresado su preocupación por este paso, por cuanto puede vulnerar el Estado de derecho y por el acercamiento a Moscú que denota. La tensión es mucha, porque hay miedo a que un estado que está en vías de sumarse a la Unión se desvíe del camino antes de hacerlo. 

El temor a una nueva Bielorrusia, satélite de Moscú, es el mayor entre los analistas, pero antes hay una enorme gama de grises. Con que se retase la adhesión a la UE y se frenen las aspiraciones de entrar en la OTAN, el Kremlin ya se estaría apuntando un importante tanto.  

¿Una cuestión de patria?

La ley ha sido impulsada por el Gobierno, en manos del partido Sueño Georgiano. Es una coalición de seis partidos políticos, de orientaciones ideológicas diversas, tendente al centro-izquierda, cuyo fundador es un millonario llamado Bidzina Ivanishvili, que fue primer ministro entre 2012 y 2013. Es él quien está al mando, más allá del primer ministro, y es su perfil el que preocupa: consiguió su fortuna -la revista Forbes estima que alcanza los 6.400 millones de dólares- en los años 90 en Rusia, a través del holding Metaloinvest, que gestiona sus intereses inmobiliarios, bancarios e industriales. Sigue siendo lo que se llama un oligarca. 

La visión general de la oposición es que se ha retomado la idea de esta norma, pese a las protestas del pasado año, porque en octubre hay elecciones parlamentarias y se quiere así asfixiar a parte del movimiento crítico, sobre todo medios de comunicación y organismos que investigan la corrupción, uno de los principales problemas del país. "Sobre todo, más que a los partidos, se buscan entidades que son tangenciales a los procesos políticos, como los actores de la sociedad civil, quienes monitorean las elecciones, quienes revisan la calidad de la democracia y la administración, las reformas que hay que hacer para acceder a la UE, las relaciones exteriores...", explica Ana Mtchedlidze, una activista antiley.

Desde Sueño Georgiano han movilizado autobuses de todo el país para participar en manifestaciones en su favor en la capital, Tbilisi, aunque ni por asomo han tenido el eco de las antigubernamentales. El primer ministro ha azuzado la furia de los suyos diciendo que las protestas en su contra vienen promovidas por "el partido de la guerra total", "nombrado desde fuera" por enemigos de la patria. Llama a las ONG "pseudoélites" e insiste en que "no tienen patria, no aman a su país ni a su gente porque no los consideran suyos". "Al contrario, esas personas se sienten avergonzadas", denuncia. 

"Preocupa que un mandatario que aspira a entrar en la UE esté defendiendo la ley con posturas euroescépticas, alentando el miedo a la intervención exterior, supuestamente por su feroz defensa nacionalista, cuando encubre un beneficio propio, como es ir más ligero de crítica a las elecciones", insiste Mtchedlidze. El 86% de los ciudadanos de Georgia, sostiene, quiere entrar en el club comunitario, una cifra particularmente alta en los jóvenes, lo que explica las protestas de estos días: con una norma putinesca no hay Bruselas. 

Las mayores protestas en el país en 11 años no están necesariamente encabezas por el segundo partido del país, aunque está lógicamente presente. Las cosas son más complicadas, porque el país está polarizado: hay partidarios de Míjeil Saakashvili, presidente tras la conocida como Revolución de las Rosas (2004-2007), quien fundó el Movimiento Nacional Unido y quien también sufrió importantes protestas en su contra en el pasado, que fue detenido en 2021 por abuso de poder; y hay quien lo rechaza por eso mismo, quien posiblemente votó a Sueño Georgiano, pero no quiere esta ley, definitivamente. 

"Muchos de nosotros no nos identificamos con ninguno de los partidos, pero esta es una lucha general, de principios democráticos. No hay cabecillas ni manipulaciones. Hay un sentir popular de rechazo", resume la activista vía Facebook. "¿Una revolución? Ni es eso lo que pedimos, sino que no haya una involución, un paso atrás. Nos acusan de promover una agenda gay, de propaganda, de atacar a la iglesia. No, lo que queremos es un país con libertades garantizadas", defiende. 

Bidzina Ivanishvili e Irakli Kobajidze, el pasado 29 de abril, en una protesta a favor de la ley de agentes extranjeros, en Tbilisi.Davit Kachkachishvili / Anadolu via Getty Images

Un cambio de registro

Admite Mtchedlidze que el actual Gobierno ha logrado cosas positivas para Georgia, como el derecho a viajar sin visa por países del Espacio Schengen, y que hizo bien en pedir el abrigo de Europa cuando comenzó la invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022. Pero que no ha cedido cuando se le han pedido menos pasos a favor de oligarcas cercanos a Rusia o más libertades, a la europea. "Ha habido cierta transformación", se duele. 

Ahora el discurso se centra en que hay una "fuerza liderada por Occidente" que trata de "quitarle autonomía al país" y que incita a una guerra con Rusia, con quien ya tiene territorios en disputa. "Yo no soy una agente, como dice el primer ministro, de nadie", rechaza la joven, abogada y defensora de los derechos de la comunidad LGTBI. 

Luke Coffey, investigador del Hudson Institute de Washington, explica que , "después de asumir el cargo en 2012, Sueño Georgiano lideró una coalición que demostró ser un buen socio para Occidente. Aunque siempre hubo elementos dentro cuyas simpatías estaban con Moscú, fueron mantenidos marginados por la corriente principal euro-atlantista de la coalición. Sin embargo, a lo largo de los años, los elementos prorrusos lograron llegar a la cima mientras expulsaban del Gobierno a miembros de orientación occidental". Por eso ahora la formación "no se parece en nada" a lo que fue. 

Más allá de la propia "ley rusa", hay otros pasos. Por ejemplo, de palabra dicen que quieren entrar también en la OTAN, pero no dan pasos para ello ni presionan al cuartel general de Bruselas. Desde el Gobierno, en cambio, lo que sí se ha hecho es criticar las sanciones internacionales contra Rusia, a las que se ha negado a sumarse, mientras ha aumentado los negocios con el país de Putin (las exportaciones de Georgia a Rusia crecieron un 6,8% en el año del inicio de la guerra, hasta los 652 millones de dólares, y las importaciones se dispararon, un 79% más, hasta los 1.800), ha ridiculizado a los embajadores occidentales por su apoyo a Kiev (empezando por el de EEUU), y ha "despreciado" a sus nacionales que se han enrolado en las filas de Ucrania, cita el especialista.

Moscú, como premio, eliminó las visas para sus nacionales y creó líneas con vuelos directos, cuando la mayoría de aeropuertos occidentales han hecho lo contrario, cerrarlas. 

Eso, más el corte en sí de la norma de extranjeros, ha llevado a que Moscú aplauda a sus mandatarios. El ministro de Exteriores, Segei Lavrov, ha "aplaudido" las medidasportavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, culpa a Occidente de provocar "sentimientos antirrusos" en el país por una norma "constructiva", y el filósofo de cabecera de Putin, Alexander Duguin, sostiene que "Georgia está en el camino correcto". 

Esta contradicción entre tirar hacia Europa y hacer lo contrario que Europa hay que explicarla, dice Mtchedlidze, por los "negocios personales" que tienen el líder de Sueñor Georgiano y su círculo en Rusia, desde hace más de 20 años. "Se entienden", zanja. 

La guerra por el territorio

El acercamiento a los postulados rusos se produce, además, en un país que tiene abierta una disputa territorial con Moscú. En 2008 tuvieron una guerra abierta por Osetia del Norte y Abjasia, zonas rebeldes prorrusas que suponen aproximadamente el 20% del país, ocupado, al dictado de Moscú. Desde el Kremlin, cada poco, se recuerdan las supuestas simpatías de su población y el "deseo" de formar parte de la Federación. Son palabras que traen ecos de otras provincias ucranianas. 

En los últimos años, con Sueño Georgiano, la estratega en este caso ha sido la de un cierto acercamiento a Rusia para normalizar las cosas. Ya se ha hecho en lo comercial, pero no tanto en lo político y lo territorial. En estos años, esa posibilidad de entablar relaciones y lazos más allá de los Urales era vendido por Tbilisi como un valor más para entrar en la UE, aún sin ceder en su integridad nacional. 

El analista Coffey sostiene que, "en el momento en que parezca que Sueño Georgiano está perdiendo su control del poder, existe una alta probabilidad de que Moscú intervenga, especialmente si la caída del Gobierno se produce como resultado de manifestaciones masivas, lo que, en la obsesiva visión del mundo del Kremlin, sería una revolución de color, diseñada conspirativamente por Occidente". 

Una invasión rusa es realista, dice con realismo, y cita precedentes: los asesores y las fuerzas de seguridad rusas ayudaron a apuntalar al dictador bielorruso Aleksandr Lukashenko después de las protestas masivas tras las elecciones robadas en agosto de 2020; en enero de 2022, Rusia lideró una intervención militar en Kazajistán para restablecer el orden después de varios días de violencia política; y, al fin, la invasión inicial de Rusia a Ucrania en 2014 siguió a la Revolución de Maidan, que depuso a un presidente amigo de Rusia como Víktor Yanukóvich. "No hay razón para pensar que Rusia no haría ninguna de estas cosas en Georgia", señala el especialista de Hudson.

El partido en el poder siempre ha defendido que ellos son los únicos que se interponen entre su pueblo y una invasión rusa a la ucraniana, por lo que entre los escenarios que dibuja en analista está la posibilidad de que esta crisis acabe con una "provocación militar" en Osetia del Sur y Abjasia -falsa o verdadera- que podría llevar a la población a unirse ante un adversario común, abandonando peleas como la de la ley rusa.  

También ve posible que, si Rusia quiere jugar en Georgia, lo haga con sus propios nacionales. Hay miles de rusos que se fueron a este país bien para escapar del reclutamiento forzoso de Putin, bien por mejorar laboral o económicamente, pero nadie sabe cuántos de ellos pueden tener relación hoy con los servicios secretos del Kremlin y su inteligencia. "El historial de Moscú muestra que podría intervenir para “proteger” a la minoría rusa, especialmente si ha habido acusaciones de maltrato a ciudadanos rusos", detalla.

El supuesto más extremo es el de la invasión. "Rusia podría intentar una invasión para colocar a Georgia plenamente en la órbita del Kremlin. Este puede ser un escenario de baja probabilidad dados los desafíos de Rusia en Ucrania, entre ellos sus enormes pérdidas de mano de obra y equipo", reconoce, aunque recuerda que también sorprendió a los especialistas en geopolítica el paso dado en Ucrania en 2022. 

"Aunque hay pocos detalles públicos, se sabe que Rusia ha estado militarizando las regiones ocupadas de Georgia en los últimos años, aunque algunas tropas rusas con base en Abjasia u Osetia del Sur han sido enviadas a Ucrania. Alrededor de 2.000 soldados rusos están abandonando la región de Karabaj en el vecino Azerbaiyán, y nadie sabe adónde se dirigirán estos soldados a continuación", sostiene. Llegados a ese supuesto, se toparía con unas fuerzas armadas bien entrenadas y equipadas y con resistencia popular, porque los georgianos hace tiempo que miran al oeste.

Aunque parece que bastante tiene ya Putin con la guerra en Ucrania como para aventurarse en otras invasiones, el especialista recuerda lo goloso que es Georgia para todos, también para Putin. Tener el país como amigo o satélite, a lo Bielorrusia, le daría más acceso a la costa del mar Negro, donde está perdiendo fuerza por los ataques de Ucrania. Los drones y misiles están haciendo daño especialmente cerca de Crimea. Además, el país es zona de paso de oleoductos y gasoductos muy importantes, que conectan con los vastos recursos energéticos de Azerbaiyán o Kazajistán. Una interrupción de ese flujo "crearía importantes problemas energéticos a Europa y, por extensión, a la OTAN y a EEUU", señala. El puente terrestre más corto entre Europa y China, además, ayudaría a mantener abierta la frontera con Turquía, además. 

A Rusia le vendría bien, y esto es muy importante, porque establecería una vía terrestre "muy deseada" con Armenia, un país aliado de Moscú, tras el que tendría las puertas abiertas con Irán, uno de sus principales suministradores de armas del momento. "Mirando un mapa, un corredor de este tipo entre Rusia e Irán permitiría a Moscú controlar gran parte del tránsito este-oeste en la masa continental euroasiática. Algo crucial para el presidente ruso Vladimir Putin es que una intervención relámpago en Georgia podría darle una victoria geopolítica muy necesaria después de más de dos años de estar atrapado en Ucrania", expone.

De ahí que recomiende a Europa mandar ya un mensaje "urgente" a Tbilisi para "detener la escalada en la confrontación", que parte de una ley y puede desembocar en mucho más. 

El camino europeo

La norma de "agentes extranjeros" y todo lo que arrastra genera una importante preocupación en Bruselas, tanto en la UE como en la OTAN. "Este borrador es un paso atrás y no promueve la integración euroatlántica", valoró Javier Colomina, subsecretario general adjunto de la OTAN y encargado del Cáucaso y Asia Central. 

La presidenta de la Comisión, Ursula von del Leyen, también recalcó que el país se encuentra "en la encrucijada" y "debería mantener el rumbo en el camino hacia Europa". 

Y el portavoz de Seguridad Nacional de EEUU, John Kirby, se dice "profundamente preocupado" por la norma, porque puede "sofocar la disidencia y la libertad de expresión en el país". Kobajidze, el primer ministro, ha puesto todas estas críticas en el mismo saco y habla de apoyo a "intentos revolucionarios" en su país. 

No coinciden ni en la valoración del contenido ni en las actuaciones policiales, que son demasiado violentas para Occidente -decenas de detenidos, agentes que golpean y arrastran a los manifestantes, cargas con gas pimienta y lacrimógeno a personas que llevan banderas europeas- y ajustadas para Tbilisi. 

Más allá del acercamiento o no a Rusia, está la amenaza al Estado de derecho que puede suponer la norma, en un estado que aspira a ser UE, cuando ya hay procesos abiertos contra Polonia o Hungría por erosionar los principios fundacionales de la Unión, y lo que vendrá en Eslovaquia. No es algo inmediato, pero está en camino: Georgia logró el estatus de candidato en diciembre y ahora tiene que demostrar su compromiso claro con los valores de Europa, empezando por la aplicación de reformas que lo pongan el nivel de los Veintisiete. 

Los diagnósticos iniciales de Bruselas enfatizaban la necesidad de cambios por deficiencias en el sistema de checks and balances -la forma de Gobierno que garantiza la división y el respeto entre los tres poderes-, las altas tasas de corrupción, las debilidades económicas y las incursiones de la Iglesia Ortodoxa en la toma de decisiones, por ejemplo, a la hora de perseguir a los homosexuales. La Comisión ha mandado a Georgia a un enviado especial para recordar al Gobierno que la norma contradice sus aspiraciones y sus compromisos de transparencia, en un proceso que puede llevar una década.  

Por los mismos motivos territoriales por los que Georgia puede interesar a Rusia, interesa a Europa. Geopolítica, recursos, energía, comunicaciones. Por eso hay ansias en que no caiga en la órbita de Moscú y endurece sus mensajes en año de elecciones europeas y, también, georgianas. Quiere evitar a toda costa un escenario similar al de Ucrania: en noviembre de 2013, Yanukóvich se negó a firmar el tratado de asociación con la UE precisamente por su cercanía a Putin, eso acabó llevando a las protestas del Euromaidán, a la represión y a su derrocamiento, pero también al levantamiento de prorrusos en el Donbás y a la anexión de Crimea, al fin, por parte de Rusia. 

El pasado abril, el Parlamento Europeo amenazó con sanciones al primer ministro por comprometer el futuro de su candidatura; también está en juego la exención de visas que tanta alegría dio conquistar. La idea es que Georgia no se acerque a una "autocratización", que sería una victoria para Putin, por sus propios intereses y por la división que generaría en Occidente. 

La lección debe estar aprendida y poner medios para que las cosas no se desmadren, dice el diario francés Le Monde en un potente editorial. "Esta vez, la UE es consciente y debe estar preparada para poner en práctica su capacidad de negociar con Tbilisi", afirma.