Prejuicios lingüísticos que amenazan a la lengua catalana

Prejuicios lingüísticos que amenazan a la lengua catalana

No sólo debemos "traducir" al catalán sino, y mucho más importante, debemos "producir" en catalán.

Una persona se dispone a encender la televisión.Cavan Images via Getty Images/Cavan Images RF

El resultado de la negociación de los presupuestos con Esquerra Republicana pidiendo que Netflix destine parte de los beneficios a la producción en catalán es una gran noticia; una gran noticia para quienes participamos de una visión ideológica de la vida en la que la diversidad lingüística tiene un peso indiscutible en el enriquecimiento personal, comunitario y mundial. Para los que pensamos que el uso de la lengua propia de un país, su uso en la normalidad del día a día, es un derecho humano inalienable. Está claro que, para la vitalidad saludable de la lengua catalana, no sólo debemos “traducir” al catalán sino, y mucho más importante, debemos “producir” en catalán.

La diversidad lingüística y cultural de los países no debería significar una pugna a muerte entre lenguas en conflicto. Necesitamos huir de bandos emocionales y sobre todo necesitamos reflexionar. Soy consciente de las dificultades que este desiderátum implica dado que, para los catalanohablantes (tanto de origen como de adopción) la lengua catalana y la identidad nacional configuran una pareja inseparable. Si a la lengua se le agrede, al instante el sentimiento de identidad individual y colectivo se siente amenazado. Lo mismo les ocurre a los españoles; si les tocan la lengua, les tocan el alma. La razón de ser.

¿De verdad que el castellano está en peligro, en Cataluña? ¿Cuál de las dos lenguas tiene históricamente la espada de Damocles encima?

Estos días, los medios de comunicación y las redes sociales son una olla en ebullición de debates en relación con la adscripción a las lenguas históricamente en contacto, el catalán y el castellano, en nuestro país. Vemos cómo ciertos actores sociales (sobre todo las derechas españolas) están actuando para legitimar ideologías y acceder a recursos que les permitan constituirse como hegemónicos. Un ejemplo es el puñetazo judicial que, recientemente, ha asumido el sistema de inmersión lingüística en Cataluña. Una bofetada que es el rebote o el eco de un golpe en los morros anterior a las instancias judiciales catalanas. Las cosas no llegan porque sí. Un puñetazo que, además, no era necesario; la propia ministra Celaá recordó que, en la selectividad, la media de lengua castellana en el Estado fue de 6,34 y en Cataluña de 6,61. En peores situaciones el catalán ha salido adelante, como cuando Franco intentó eliminar su uso cotidiano.

¿De verdad que el castellano está en peligro, en Cataluña? ¿Cuál de las dos lenguas tiene históricamente la espada de Damocles encima? ¿Cuál de las dos tiene la vitalidad más amortiguada desde un punto de vista demográfico, internacional, cultural y económicamente? Lo que se pretende con la inmersión es que tanto el catalán como el castellano sean lenguas que puedan encontrarse en toda clase de familias y clases sociales para construir en Cataluña una sociedad transversal. Debemos pensar que la lengua catalana es patrimonio sobre todo de las clases medias y, hoy en día, de una mayoría de hablantes de las clases altas, mientras que los castellanohablantes constituyen las capas sociales asociadas con inmigrantes españoles y de fuera de España que llegaron a Cataluña sin saber el catalán. También el castellano es la lengua habitual en las capas aristocráticas y con títulos nobiliarios.

Para los catalanes, para los que queremos una sociedad en la lengua del país, el único momento del desarrollo humano que nos garantiza que la sociedad sea competente lingüísticamente en catalán es la edad escolar. La inmersión lingüística en las escuelas es la opción escogida para que todas las personas de Cataluña se conviertan en competentes en ambas lenguas. Y viendo los resultados alcanzados en la selectividad (antes aportados) podemos decir que la inmersión funciona. No en vano es un procedimiento de aprendizaje lingüístico avalado internacionalmente.

El ruido en las redes sociales (concebidas como un inmenso e inalcanzable laboratorio social) me ha permitido descubrir actitudes lingüísticas cobijadas en creencias multicolores y prejuicios que, sin duda, perjudican la existencia del catalán; una existencia frágil, en la UCI, dicen algunos, enfrentada a la presión demolingüística del castellano (con una alta vitalidad en el país y omnipresente en todas partes) y el inglés, pero también a otras lenguas foráneas cuyos hablantes optan por el castellano en sus comunicaciones orales, escritas y leídas. Esta es una realidad que deberíamos analizar. Los prejuicios que he podido constatar son sobre todo en relación con las capacidades lingüísticas y de comunicación del catalán como lengua para ocupar, y ser útil, todos los ámbitos de la vida y el mundo actual. Yo Twitter me lo miro muy poco pero he aquí que hace unos días tropecé con un hilo que me enganchó. Alguien había colgado un artículo de investigación de Daniel Pinto (Universidad de Vigo), “Ideologías lingüísticas de la clase alta catalana”, publicado en Nuevas perspectivas en Lingüística Aplicada, 265-273.

¿El castellano es la lengua que facilita mejor la comprensión intercultural? ¿Por qué?

Cabe remarcar que todos los contertulianos del hilo eran catalanohablantes (todos escribían en catalán) y, basándose en los resultados obtenidos en la investigación de Pinto, discutían en qué lengua debían hablar en la universidad los profesores a un estudiante extranjero (a un francés, un chino, un inglés...). La gran mayoría decía que si el profesor tenía el derecho a escoger la lengua podía hacerlo tanto en catalán como en castellano. Los derechos lingüísticos del profesor eran indiscutibles. Por tanto, si escogía el catalán lo veían como una elección legítima. Que el hecho de que hubiera un extranjero en el aula no tenía por qué ser motivo de cambio de lengua, decían. Parecía que la lealtad lingüística al catalán de los contertulios del hilo estaba garantizada. Hasta aquí, nada que decir. Pero, ay, si no todas casi todas las intervenciones del hilo hacían concesiones al castellano basadas, sobre todo, en un sentimiento de solidaridad hacia el estudiante extranjero.

Al igual que los participantes del mencionado estudio de Pinto, los contertulianos del hilo hacían guiños como, por ejemplo, “quizá fuera un detalle que el profesor diera las clases en castellano para que este extranjero tenga tiempo de entender el catalán”. Y cómo esa frase había otras. Puesto que el catalán y el castellano se asemejan, el estudiante extranjero podría llegar a aprender con facilidad el catalán. Y yo me pregunto: ¿el castellano es la lengua que facilita mejor la comprensión intercultural? ¿Por qué? Sin duda, los contertulios del hilo prejuzgaban que si el estudiante extranjero era competente en alguna de las dos lenguas cooficiales de Cataluña, esta lengua era el castellano. En otros aspectos, los comentarios eran también de lo más jugosos. La lengua catalana se adscribía a la Administración pública, a las empresas subvencionadas por la Generalitat de Catalunya y los pueblos. El castellano se ligaba al tejido empresarial y al ámbito urbano. He aquí, postulaban el castellano para el ámbito de la modernidad y la productividad. Y al catalán lo situaban en la esfera rural, familiar y subvencionada. Ámbito público para el español; ámbito privado para el catalán. Ningún problema a la hora de exigir el catalán para las empresas públicas, incluso con el privilegio de su uso a expensas del castellano. Si vives en Cataluña, debes poder ser atendido en catalán, decían muchos. Si trabajas cara al público, no harás bien tu trabajo si no conoces la lengua de una parte de la población.

¿Es realmente el castellano una lengua inherentemente (y digo “inherentemente”) más rica y capaz que el catalán, en cuanto a los ámbitos técnicos y científicos?

¡Fantástico!, pensé. Hasta que llegaron las matizaciones. Quizás no hacía falta que los trabajadores hablen correctamente el catalán, con un conocimiento pasivo ya debería bastar. Y, por supuesto, muchos decían que el catalán no debería ser un requisito en la empresa privada, ya que es una lengua sólo de una parte de la población y, en cambio, todo el mundo sabe el castellano. De repente lo que parecía un posicionamiento positivo para el catalán se giraba en su contra: catalán, ámbito privado y de la administración; castellano, ámbito público y empresarial. Diglosia pura y dura, el concepto tan clarificador aportado por Ferguson el siglo pasado que explica la muerte lenta y pasiva de una lengua.

De todos los prejuicios hacia la lengua catalana, los que más me preocupan son los que tienen que ver con sus capacidades comunicativas para los ámbitos técnicos y científicos. Tanto los participantes del estudio de Pinto como los conversadores del hilo equiparaban la potencia demográfica y económica de una lengua con su potencialidad comunicativa. Muchos de los contertulianos del hilo, fueran de la adscripción lingüística que fueran, consideraban que el castellano se adaptaba con facilidad a las nuevas tecnologías mientras que el catalán está intrínsecamente (y digo “intrínsecamente”) incapacitado. En breve, subordinaban el catalán al castellano. ¿Es realmente el castellano una lengua inherentemente (y digo “inherentemente”) más rica y capaz que el catalán, en cuanto a los ámbitos técnicos y científicos?

En mi opinión, y pensando en el futuro de la lengua catalana, estos prejuicios y estereotipos son unos de los enemigos más difíciles de solucionar. Para combatirlos, lo primero es ser conscientes de que existen y no aceptarlos sin más. Por eso me siento tan realmente satisfecha del éxito alcanzado en las negociaciones con Netflix.