La majestuosa catedral que supuso un punto de inflexión en la trayectoria eclesiástica de León XIV
Las campanas de Chiclayo repican con fuerza para celebrar al primer Papa estadounidense con corazón peruano

El pasado jueves 8 de mayo, el prefecto del Dicasterio para los Obispos, Robert Francis Prevost, fue elegido Papa por el Cónclave vaticano tras dos días de deliberaciones que concluyeron en la quinta votación. Con este nombramiento, que ha despertado expectación en todo el mundo católico, arranca el pontificado de León XIV, el primer papa nacido en Estados Unidos y también el primero que posee la nacionalidad peruana. Su elección, además, marca un hito dentro de la Iglesia al convertirse en el primer pontífice perteneciente a la orden de San Agustín.
Tal como ha recogido National Geographic, este proceso —repleto de solemnidad, símbolos y cierto halo de misterio— ha suscitado un interés notable, no solo por la elección en sí, sino también por todos los detalles que la rodean: los tiempos, los escenarios, las historias personales de los cardenales… Y entre todos esos relatos, uno ha destacado con fuerza por su carga emocional y su trasfondo espiritual: el de Chiclayo, una ciudad peruana que ha repicado sus campanas con orgullo al ver cómo uno de los suyos llegaba a lo más alto del Vaticano.
Aunque originario del estado de Illinois, en Estados Unidos, León XIV aterrizó en Perú pocos años después de ordenarse sacerdote. Fue parte de su misión como agustino, que le llevó a recorrer ciudades como Trujillo, Piura y, sobre todo, Chiclayo. Allí no solo ejerció como sacerdote, también como profesor en seminarios, y se volcó en reforzar el papel de la Iglesia en la vida comunitaria. Fundó parroquias, estrechó lazos con los fieles y se implicó de lleno en los asuntos locales. No tardó en ganarse el respeto y el cariño de la gente. La relación fue tan estrecha que, nada más asomarse por primera vez como papa ante el mundo, su primer agradecimiento tuvo una dirección clara: “Un saludo a todos aquellos y de forma particular a mi querida diócesis de Chiclayo del Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo iglesia fiel de Jesucristo”.
En 2014, el papa Francisco le encomendó una misión clave: hacerse cargo como administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo. Unos meses después fue nombrado obispo de la ciudad. A partir de ahí, su figura se consolidó. Su labor pastoral recibió elogios constantes, especialmente durante momentos de crisis como la pandemia de la COVID-19 o las protestas de 2023 en el inicio del mandato de Dina Boluarte. La conexión entre Prevost y Chiclayo no se limitó a lo institucional; fue un vínculo humano, cotidiano y comprometido que dejó huella en la región.
La elección de León XIV ha desencadenado una oleada de celebraciones en Chiclayo. Las iglesias de toda la ciudad repicaron sus campanas, y la catedral se convirtió en el punto de encuentro de cientos de fieles que quisieron compartir la alegría de un acontecimiento histórico. Este templo, sobrio y elegante, ha ganado protagonismo como símbolo espiritual de la ciudad. Su aspecto señorial y su ubicación central la convierten en un lugar ideal para acoger estos momentos de fervor colectivo.
Construida en 1939, la catedral de Chiclayo rompe con la imagen tradicional de los templos coloniales del Perú. De estilo neoclásico, apuesta por líneas limpias, formas clásicas y una ornamentación discreta. No deslumbra por sus detalles decorativos, sino por lo que representa. Su valor reside en su identidad cultural y religiosa, en su papel como eje de la vida espiritual local. Para los chiclayanos, este templo no es solo un lugar de culto, es una parte fundamental de su memoria y su día a día.
Ahora, con uno de los suyos sentado en la silla de San Pedro, la ciudad y su catedral cobran un nuevo significado. Para León XIV, Chiclayo no fue solo una etapa en su carrera eclesiástica; fue, sin duda, el punto de inflexión que marcó el rumbo hacia el Vaticano.