Nos las prometíamos muy felices toda la familia yendo a visitar la nueva y única librería que Amazon tiene en todo el mundo. Situada en el distrito universitario de Seattle, la ciudad en la que la compañía tiene su sede. Casi como si se tratara de una atracción de feria.
Amazon recibe palos por todos los sitios, a pesar de que cada vez tiene más fieles. O quizás por eso. Se le acusa de prácticas laborales seudoesclavistas, de no pagar impuestos y de haber pulverizado las librerías. Sin embargo, la mayoría de los que la critican son los mismos que compran en Amazon hasta maquinillas de afeitar.
Si uno no se mete con Amazon parece que no es un amante de los libros, que no le gusta que haya librerías en las ciudades, que los autores reciban una justa compensación, que se trate bien a los empleados que trabajan en los almacenes o que haya una sana competencia.
Cuando abres una librería, no sólo estás poniendo en marcha un negocio o iniciándote en un oficio. Te conviertes en responsable de algo hermoso: de poner en contacto a un libro con su lector, de conectar a narradores, poetas, pensadores, ilustradores y editores con unos lectores ávidos de conocerlos.
A Marcos no le gustaba la escuela, igual que luego no le gustaron los trabajos de oficina. Ni los negocios estables. Ni los deberes del matrimonio, que le dio tres hijos a los que no ve demasiado. Por eso vive de pueblo en pueblo, viajando en su coche, lleno de libros.
Nuestro futuro está ligado a la pervivencia del sistema de mediaciones soportado por el libro impreso sobre papel y esta pervivencia dependerá a su vez del resultado de una disputa por el tiempo y la atención de los lectores.
Me puse en el lugar del autor de cualquiera de esas novelas que se venden al peso, para imaginar qué podría sentir si llegara a enterarse. Tendría que ser una experiencia muy deprimente.