'El imperativo categórico', aclarando el mundo en el que vivimos, que es gerundio
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'El imperativo categórico', aclarando el mundo en el que vivimos, que es gerundio

Ágata Roca y Xavi Sáez se suben al escenario del Teatro Abadía de Madrid para representar una obra que parece un drama, pero que termina siendo una comedia.

En la consulta del médico 'El imperativo categórico'.Foto de Silvia Poch

El estreno esta semana de la tragicomedia El imperativo categórico, escrita y dirigida por Victoria Szpunberg, en el Teatro de la Abadía confirma las expectativas previas que había sobre ella. Las que se crean cuando se lee la obra, Premio Nacional de Literatura Dramática 2025, como las que se creaban cuando se leían las críticas que daban noticia de su estreno en el Teatre Lliure. Donde triunfó agotando entradas, como ya las ha agotado en Madrid.

Y eso que ni su título ni su trama la hacen en principio atractiva. El título porque remite directamente los textos filosóficos de Kant y su aspiración moral de hacer lo que se tiene que hacer, lo que se debe.

Y la historia porque se trata de una profesora universitaria de filosofía cincuentona en plena crisis profesional y personal. Personaje que raramente resulta ser protagonista de nada, y que trata de vivir con su mísero sueldo en una ciudad en la que es imposible conseguir un piso de alquiler por la gentrificación y Airbnb.

Es en estas situaciones cuando la inteligencia de una autora, directora y de un equipo artístico lo cambia todo. Y es capaz de transformar lo que en principio era un drama poco apetecible en una comedia al estilo clásico, donde el humor va emergiendo poco a poco, hasta llegar un momento que estalla. Como en la escena de la consulta médica y en la de la comisaría.

Y, también, como en el estilo clásico, permitirse un happy ending que hace que se salga del teatro feliz y contento. A la vez que uno se siente menos estúpido, menos tonto, por extrañarse y preguntarse ¿en qué mundo vivimos? O ¿qué vidas tenemos?

  Xavi Sáez en 'El imperativo categórico'.Silvia Poch

En definitiva a aspirar a tener mejores vidas, cuando el mensaje, para jóvenes y no tan jóvenes, es que la buena vida, o lo que en occidente se entiende por buena, es decir, el bienestar, está en declive y no se tiene ya el derecho a disfrutarlo, sino más bien a perderlo. Porque como le repiten varias veces a la protagonista, el mundo ha cambiado.

A lo que se añade el ser capaz de construir un mundo reconocible con una escenografía, complicada a la vez que sencilla, que permite recrear todos los espacios en los que sucede la obra, que son bastantes, y tan solo dos intérpretes.

El de las ciudades grises, algo sucias y viejas y el de la gente que las habita. Un mundo que nada tiene que ver con los colorines de las revistas dominicales de los periódicos o de tendencias, ni con los de los programas de decoración y reformas de Canal Decasa. Mujeres y hombres que hacen lo que pueden con lo que tienen y con lo que les ofrece esa ciudad en la que viven. Intentando llevar la vida, como recomendaba el filósofo citado, a su máxima expresión para convertirla en ley. Una ley universal y moral, que suponga una verdadera morada en la que habitar.

  Ágata Roca en 'El imperativo categórico'.Silvia Poch

Por eso la obra se mueve en los ámbitos en los que se mueve cualquiera hoy en día. En el trabajo y sus pequeñas y grandes servidumbres en las que se honra a los superiores. En los de las apps de citas y las personas que se encuentran en ellas. El de los restaurantes en los que se confunde dar bien de comer con decorar los baños con baldosas hidráulicas. El de las inmobiliarias que intentan colar lofts de 30 metros a precios de pisazos a la última. En las consultas médicas donde se acaba patologizando a las personas que acuden cuando es la sociedad la que está enferma. Y hasta las comisarías, donde solo es delito si la policía está dispuesta a creer que lo es, porque la policía no es tonta.

Ámbitos en los que se sostiene lo que pasa y lo que se dice gracias al elenco. A Ágata Roca que es capaz de mantener su personaje que no abandona el escenario desde que sale y conseguir que la platea empatice con su profesora antes que compadecerla. Lo que no es fácil, pues a la protagonista la vida, que quiere vivir bien, la vapulea. Y a Xavi Sáez, el actor con el que hace tandem, que tiene el reto de interpretar un buen número de personajes de la obra, todos los masculinos. Lo que le obliga a cambios de ropa, registro, acentos, actitud en escena sobre las tablas a una velocidad de vértigo la más de las veces. Y, a pesar de eso sigue ofreciéndose como un buen sparring en cualquier escena para recibir lo que dice y lo que hace su compañera, y hacer la devolución, dar una respuesta actoral, que le permita a Ágata seguir construyendo a Clara, su personaje, para disfrute del público que una vez más se siente en el Teatro Abadía como en una morada. Entendido esto como un lugar en el que llevar la vida, al menos la teatral, a la máxima expresión.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.

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