Más allá del individualismo: el feminismo de la solidaridad

Más allá del individualismo: el feminismo de la solidaridad

Feminismo es solidaridad. Cuando se utiliza el término "feminizar la política", "feminizar la cultura" o incluso de "feminizar la sociedad", se emplea con la intención de hacerla más inclusiva, más abierta y más plural. Trasladar el poder del individuo hacia la comunidad.

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Algunas personas afirman que hay tantos feminismos como mujeres. Otras se quejan de que cuando debatimos sobre las distintas estrategias y posicionamientos "repartimos el carné". Las más veteranas aseguran que los debates han existido siempre. Unas los disfrutan, otras los evitan pero las distintas posturas son parte inherente de cualquier movimiento social. Mantener el diálogo y cuestionar lo establecido, incluso lo obvio, nos ayuda a ser más flexibles, a mirar desde otros puntos de vista y evolucionar. Así que vaya por delante a quienes aportan su opinión con respeto y tolerancia: gracias.

Hasta los que aún no saben qué es el feminismo (esos que viven en Marte o piensan que es lo contrario al machismo) pueden percibir hoy dos reacciones bastante diferenciadas entre las feministas: una que defiende los derechos individuales por encima de todo (la que se basa en el "yo") y otra que tiene en cuenta las consecuencias para el colectivo y las antepone a sus intereses personales (la que piensa desde el "nosotras"). Estas dos posturas se hacen más evidentes en debates como la comercialización del cuerpo femenino a través de la prostitución o de la gestación subrogada. La primera reivindica que las decisiones que se toman de manera personal son incuestionables y apoya la regularización de este comercio para garantizar las mejores condiciones a quien decida mercantilizar su cuerpo. La segunda analiza cómo esa elección personal puede perjudicar a otras personas y opta por renunciar a ella en beneficio de la mayoría. Un ejemplo sería considerar que esa elección individual fomentaría la trata de personas en los países más pobres y preferir no contribuir a ello. O valorar las consecuencias éticas, sanitarias e incluso jurídicas que podría desencadenar e inclinarse por el bien común. A esta segunda opción yo la llamo "el feminismo de la solidaridad".

Cuando hablamos de movimiento social, y el feminismo lo es, estamos hablando de un conjunto de personas que se mueven juntas hacia una misma dirección para conseguir un objetivo. Lo social se refiere a lo colectivo, que es lo contrario al individualismo. Últimamente escucho a muchas mujeres decir "soy feminista porque hago lo que me da la gana" y me pregunto dónde se han dejado al resto del colectivo en esa afirmación. No cabe duda de que el slogan "Si lo quieres, lo tienes" suena mil veces mejor que el de "Hey, espera... vamos a pensar cómo afecta esto a las demás". Ser alguien solidario, mirar a quien viene detrás, requiere un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a realizar. La buena noticia es que para quien sí se esfuerza la recompensa es mayor: según la antropología, obtenemos mayor satisfacción por lo que conseguimos para el colectivo que por lo que sólo nos beneficia a nivel individual. Pura supervivencia de la especie.

Quienes no apoyamos la regularización de prácticas como la prostitución o la gestación subrogada no lo hacemos porque no seamos felices viendo cómo otras personas disfrutan de sus deseos (no, no somos tan ogros) sino porque también advertimos las consecuencias de un mercado sin escrúpulos que perjudica, somete y explota a las más indefensas. Un mercado que no tiene reparo en recurrir a ellas para conseguirlo más barato y generar más beneficio económico. Esas que no vemos desde nuestro cubículo privilegiado mientras disfrutamos de nuestro deseo. Hablamos de las granjas de mujeres en el tercer mundo. Hablamos de la trata de personas con fines de explotación sexual. Hablamos de las secuelas físicas y psicológicas que quizás no sean visibles pero están.

Sólo hay que levantar la cabeza más allá del deseo personal para comprobar qué está ocurriendo en los países donde la prostitución es legal como en Alemania: que aumenta vertiginosamente la demanda. Sólo hay que dirigir la mirada más allá del deseo personal para ver qué está ocurriendo en los países donde la gestación subrogada es legal de manera altruista como Inglaterra o Canadá: que no hay mujeres candidatas y se van a otros países a alquilarlas. Alemania, Canadá, India o México también forman parte de nuestra sociedad, en un mundo global ya no tiene ningún sentido ético pensar de manera local.

Feminismo es solidaridad. Cuando se utiliza el término "feminizar la política", "feminizar la cultura" o incluso de "feminizar la sociedad", se emplea con la intención de hacerla más inclusiva, más abierta y más plural. Trasladar el poder del individuo hacia la comunidad. El debate de la libertad también se amplía cuando lo viramos hacia la colectividad. ¿Aporta mi gesto mayor libertad a los demás? Si viviésemos en solitario en una isla no tendría sentido hacerse estas preguntas pero afortunadamente no estamos solos ni solas. Los demás nos ayudan cuando necesitamos algo. El conjunto es mucho más que uno. Las batallas no se ganan de forma individual. Feminismo no es egoísmo. Dividir no es mejor que sumar.