La revolución cívica de Islandia: un mito en el que merece la pena creer

La revolución cívica de Islandia: un mito en el que merece la pena creer

Apenas tres meses después de que estallase la burbuja financiera, en otoño de 2008, Islandia tumbó a su Gobierno y dejó quebrar a sus bancos. En poco más de dos años, el país de 320.000 habitantes se negó dos veces y por referéndum a hacerse responsable de una deuda bancaria de 6.700 millones de euros. Se trata de la deuda de Icesave, filial de uno de las principales entidades del país, que dejó a cerca de 400.000 clientes británicos y holandeses sin un céntimo de lo invertido. El primer ministro al mando del Ejecutivo hasta que estalló la crisis fue después juzgado y condenado por negligencia al haber permitido una burbuja financiera sólo comparable en Europa a la de Irlanda. Hace tan solo unas semanas, dos tercios de los islandeses respaldaron una propuesta de reforma constitucional, elaborada por ciudadanos anónimos y gestada con aportaciones de miles de ciudadanos en las redes sociales. Entre las mociones apoyadas masivamente están las de devolver la propiedad de los recursos naturales al Estado o facilitar la celebración de referéndums a propuesta ciudadana.

¿Un mito? Sí, un mito en el que merece la pena creer.

Como todo mito, se basa en aspectos reales como los que encabezan este artículo. Porque todos esos hechos ocurrieron. Ahora los ordena Elvira Méndez Pinedo en el libro La Revolución de los vikingos: La victoria de los ciudadanos (Planeta, 15 €, 227 páginas), sobre el que conversó con El HuffPost. Sin embargo, del mismo modo que hasta otoño de 2008 el espectacular desarrollo económico era producto del delirio financiero, es un error pensar que la rebelión cívica ha evitado la crisis en sí o alguno de sus efectos más dramáticos. En sus palabras:

-¿Cómo es Islandia hoy, cuatro años después?

No hay ninguna familia que no haya sufrido la crisis. Muchos de los pensionistas han perdido sus ahorros, los que tenían un préstamo o una hipoteca están pagando hasta el doble por la indexación de la deuda a la inflación. La corona islandesa vale la mitad, por lo que cualquiera que tenga a un hijo estudiando en el extranjero lo nota, por ejemplo. La emigración nos ha quitado dos generaciones. En Islandia nacen 5.000 niños al año y en los últimos tres años se han ido 20.000 personas, una mitad extranjeras y la otra islandesas, nuestros ciudadanos mejor formados. A esos que se fueron, los más afortunados tras saldar su deuda con los bancos, la crisis no se les va a olvidar en la vida.

Lo que a menudo se olvida es que Islandia dejó que quebraran sus bancos, pero de cara al exterior y al mismo tiempo que se imponía un corralito o bloqueo de capitales. El negocio local y los depósitos fueron garantizados por la intervención del Estado, que nacionalizó rápidamente las principales entidades del país. El esfuerzo comprometió el 43.1% del PIB, según un informe publicado en abril por el Fondo Monetario Internacional, que por su parte hizo un préstamo de más de 1.600 millones de euros para rescatar al país.

A pesar de todo, la historia de Islandia es un faro en medio de la oscuridad de la crisis. Poco a poco, el país vuelve a crecer (se espera que este año el PIB avance un 3%) gracias a las exportaciones y una austeridad con límites. Hasta el desempleo comienza a reducirse. Para todos los que protestan contra los recortes, la irresponsabilidad de la gestión financiera y la socialización de las pérdidas privadas, los ciudadanos de Islandia han dado una lección de desobediencia civil y democracia.

La “revolución de las ollas y las cacerolas”, llevada a cabo de forma espontánea durante el invierno de 2008, congregó frente al Parlamento de manera periódica a miles de personas que consideraban (no sin cierta generosidad) que “la traición a la patria debido a la imprudencia es igualmente traición”, según una de las pancartas. Se reunían para debatir sobre la situación del país y se concentraban frente a lo que consideraban un Gobierno que ya no era legítimo. A finales de enero consiguieron pacíficamente derrotar al Gobierno y se convocaron unas nuevas elecciones. Según la Universidad de Islandia, uno de cada cuatro ciudadanos participó en las protestas, el 56% las apoyó de forma explícita y tan solo un 9,4% se opuso claramente.

En 2011, las calle volvió a ser protagonista, en este caso en la “revolución de las bengalas y las firmas” que desembocó en el desafío a la Unión Europea a través del rechazo de la deuda privada de Icesave en Holanda y Reino Unido. Entre ambos momentos, se celebraron cientos de encuentros ciudadanos y jornadas de reflexión cívica que incluyeron incluso la creación de un grupo de personas encargada de proponer cambios en la Constitución. Según la autora, detrás de esas iniciativas hay un germen común a otros países:

-¿Hay paralelismos entre esas protestas y el 15-M o los movimientos que llaman a rodear el Congreso?

Todos son movimientos que buscan cambios tanto a nivel global como local. Veo muchas similitudes en cuanto a la resistencia activa o las asambleas. Por ahí hay que empezar y se puede aprender mucho de Islandia. Compruebo que son movimientos generalmente pacíficos y es imprescindible que sean así. Cuanto más revolucionario sea el mensaje, más pacífico tiene que ser, porque la violencia deslegitima.

-En Islandia los manifestantes consiguieron tumbar al Gobierno al principio de la crisis. En España, tras varios años, no ha ocurrido lo mismo.

Las revoluciones funcionan cuando tratan un problema general, son apoyadas por toda la sociedad y no son partidistas. No basta con sacar a un millón de personas a la calle si el mensaje no está identificado o no lo comparte activamente una gran mayoría, al menos dos tercios de la sociedad.

-¿Es algo que no pasa en España?

Moralmente, el apoyo es muy amplio, pero activamente no ha logrado el 60 o 75%.

-¿Por qué?

Todavía hay sectores que viven bien. Quizás una parte de los jubilados todavía vivan bien, o los que tienen trabajo y sostienen el PIB. Quizás ellos no hayan entendido que las reivindicaciones del 15-M son esenciales para el futuro de la sociedad misma. Que aquí no se va a salvar nadie.

¿UN MODELO EXPORTABLE?

¿Es exportable la experiencia islandesa a España?

Según la autora, sí. Lo primero y “fundamental” es evitar que “la deuda privada se convierta en deuda pública” y evitar todo rescate, “por mucho que lo pidan las empresas o los bancos”, para que la deuda privada no pase a ser pública. Se hizo en Islandia, pero no en Irlanda, por ejemplo.

“En Islandia tenemos que dar las gracias a que la crisis se produjo en 2008” y no en la actualidad. Fue la primera crisis de ese tipo, nadie sabía cómo reaccionar y eso permitió impedir que el Estado se hiciese cargo de toda la deuda de la banca.

En el caso de España, la pertenencia a la Unión Europea y la ausencia de autoridad monetaria (toda la tiene el Banco Central Europeo) hacen imposibles algunas de las medidas clave adoptadas por Islandia. Eso es, a la vez, un freno y un factor de estabilidad, según la autora. Un arma de doble filo. Lo sucedido en 2008 también demostró a Islandia lo sola que estaba para responder a una crisis así y paradójicamente, inyectó en el país una euforia europeísta por la convicción de que, siendo parte de la UE y del euro, esa crisis no hubiese tenido lugar.

A diferencia de España, Islandia sí apostó por mantener el gasto social y el nuevo Gobierno de centro izquierda que se formó en 2009 trató de recuperar el control de la economía. Esas lecciones podrían aplicarse en España a través de “políticas fiscales mucho más redistributivas”, según el texto.

-¿Hubiesen votado los islandeses a un líder como Mariano Rajoy?

En 2007 o 2006, antes de la crisis, los islandeses hubieran votado por Rajoy o por Rubalcaba. No hay duda. Los casos de Islandia y España no son del todo comparables porque allí se cayó todo. Fue un derrumbe total. Con todo, llama múchísimo la atención como el descontento y la fuerza del 15-M no fueron canalizadas electoralmente en las últimas elecciones generales.

En Islandia han surgido varios partidos, como El Movimiento o El Mejor Partido. Este último, presentado como una broma que recuerda al movimiento Cinco Estrellas de Italia, logró la alcaldía de Reykjavík de la mano del cómico Jón Gnarr, que se presentó políticamente en sociedad prometiendo incumplir todas sus promesas.

ENTRE CUBA Y HAITÍ

“Si hubiese pasado ahora, quizá el mayor producto exportador de Islandia serían los islandeses”, asegura la autora. En su libro lo ejemplifica como una elección muy dura entre dos modelos con pros y contras. Durante toda una década, Islandia voló como Ícaro, muy cerca del sol y los excesos financieros, hasta que se derritieron sus alas.

En 2008, el país tuvo que escoger entre convertirse en la Cuba del Norte, un país aislado política y económicamente por un corralito, con una apuesta inequiparable en el resto del mundo, u optar por ser Haití y condenar a su población a la miseria absoluta: ser “los desheredados de la tierra”. La primera opción “dio un margen al Gobierno para proteger a los más vulnerables”.

DUDAS SOBRE EL LEGADO

 

Pese al resurgir de la conciencia cívica y a través de reuniones ciudadanas y en las redes sociales (tanto que la propuesta de reforma constitucional se la conoce como Constitución Facebook), Méndez Pinedo tiene sus dudas sobre el poso que ha quedado. Lleva 11 años en el país, da clase de Derecho Europeo en la universidad y tiene doble nacionalidad, por lo que cuando habla de Islandia a menudo lo hace en primera persona, sin negar su obvia implicación emocional. “Aunque los islandeses hemos aprendido con esta crisis que pese a todo, la vida sigue, siempre sale el sol y ahí siguen estando nuestras familias, nuestros amigos y todo lo que no es dinero, cuando escucho las noticias, a veces me invade el pesimismo”, confiesa.

Los dos grandes partidos que gobernaban cuando estalló la crisis (y que miraron para otro lado mientras se gestaba) están recuperándose en cuanto a la intención de voto en las próximas elecciones, que se celebrarán en primavera. Los sueldos de los que se encargan de erigir de nuevo el sistema financiero o liquidar los bancos caídos siguen siendo altísimos. “La ventana de oportunidad para el cambio económico podría cerrarse rápidamente”, advierte.

Pero la sociedad ha cambiado. Lo ve en el grado de tolerancia a la corrupción o episodios como el vivido en una de las asambleas ciudadanas.

“En una de las reuniones, la ministra de Asuntos Exteriores y líder de los socialdemócratas espetó a todos los presentes: “Pero ¿quiénes os creéis que sois? Vosotros no sois la nación”. El abucheo fue general”, recuerda en su libro. El pueblo había dado lugar al mito y el grito desesperado de la ministra se convirtió en su “suicidio político”.