Mirar la guerra desde los ojos de las mujeres

Mirar la guerra desde los ojos de las mujeres

Con las muchas inquietudes que me sigue provocando nuestra guerra civil o cualquier otra, porque al final, todas son las mismas, Colombia y su guerra me ha respondido a muchas de mis dudas. Aunque en Mujeres al frente (tanto el libro como la película), quizás la clave esté en mirar el conflicto desde otra perspectiva, desde los ojos de ellas, las mujeres, quienes no suelen engrosar las filas de combatientes, pero sí ponen muertos, sus hijos que caen matando

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Colombia resulta fascinante: puede ocurrir de todo. Por la parte macondiana y más colorida, recuerdo manifestaciones de ladrones autorizadas en las que los maleantes gritaban que los auténticos malos no eran ellos. Gritaban a cara descubierta, ese día que podían, que quienes robaban estaban en las instituciones. También viví cómo en un cine rural al aire libre la entrada era diferente si se optaba por leer los subtítulos al revés; desde el otro lado de la pantalla. Pero si entramos en el drama, desde allí nos hemos hasta aburrido de ver masacres. Y absurdos, como a un Pablo Escobar que desde la cárcel recibía putas y manejaba el cartel de drogas. Más. Para un curioso, un inquieto, un periodista resulta fácil hablar con una persona que dice ser mercenario y dedicarse a matar. Pero ojo, tras ese espectáculo (cuidado, periodistas; cuidado, audiencias), hay que reiterar que Colombia es un lugar que se desangra por una guerra que resulta imposible de datar: no son 52 años, son muchos más. Porque allí, el conflicto es la desigualdad, que mata. Y son muchos los muertos y las muertas de esa esquina de América del Sur, son millones los desplazados, incontables las mujeres utilizadas como botín de guerra, los mutilados físicos y psíquicos y las víctimas de esa atrocidad que se llama guerra. Como cuento en el prólogo del libro que publico ahora con libros.com, Mujeres al frente, las guerras siempre me han llamado la atención.

Supe siempre que mi abuelo Mario había participado en la guerra, la nuestra, y aquello me provocaba tantas preguntas... Mi abuelo, aquel señor grande y tierno que comprendía y nos permitía siempre todo. No solíamos estar solos; por allí andaban también mi abuela y mi hermano. No obstante, recuerdo buscar momentos a solas para preguntarle si él había matado. En mi cabeza de menos de diez años me resultaba imposible que aquel señor que me protegía y daba cariño, hubiese disparado a otro hombre. Su respuesta a mi pregunta directa fue ambigua. Con tristeza y muy despacio, como costándole las palabras, me llegó a contar que aquello fue lo más triste con lo que jamás un hombre se puede enfrentar y que solo esperaba que nunca jamás se repitiese. Entendí que sí mató.

Con las muchas inquietudes que me sigue provocando nuestra guerra civil o cualquier otra, porque al final, todas son las mismas, Colombia y su guerra me ha respondido a muchas de mis dudas. Aunque en Mujeres al frente (tanto el libro como la película), quizás la clave esté en mirar el conflicto desde otra perspectiva, desde los ojos de ellas, las mujeres, quienes no suelen engrosar las filas de combatientes, pero sí ponen muertos, sus hijos que caen matando; sus hijas, que son violadas; sus maridos, muertos o ausentes, sus muchas miserias... Me paré en ellas porque en Colombia, desde hace años, de una forma silente y soterrada, las mujeres llevan inventándose alternativas a la muerte. Dicen algo tan obvio como que la violencia solo provoca violencia y están hartas del patriarcado y de que impere la ley del más fuerte. Repiten que la indiferencia mata, que no hay paz sin desarrollo. Afirman también que necesitan de la memoria para construir un nuevo país que no repita el horror de matar y matar. Quieren una Colombia democrática, y no hay democracia sin mujeres, por eso es importante que se las oiga. Y hay que hacerlo por dos motivos obvios: uno, por justicia, y dos, porque plantean ideas diferentes y porque las actuales, las de seguir apostándole a la violencia solo ha tintado los ríos de sangre.

Termino con sus nombres, que son quienes han hecho posible esta gran historia. Las protagonistas de Mujeres al frente son la campesina Nelly Zelandia; la afrocolombiana Luz Marina Becerra; la candidata al Nobel de la Paz Luz Marina Bernal; la ex comandante del M19 Vera Grabe; la fundadora de la Ciudad de las Mujeres, Patricia Guerrero; la lideresa comunal Mayerlis Angarita y la socióloga Beatriz Montoya. A todas ellas les agradezco sus lecciones de vida. Suelo repetir que ojalá fueran presidentas porque "no estaría mal escribir un libro sobre la guerra que provocara náuseas, que lograra que la sola idea de la guerra diese asco. Que pareciese de locos. Que hiciera vomitar a los generales". Esta última afirmación es de Svetlana Alexiévich, Nobel de Literatura. Lo dice en su libro la Guerra no tiene rostro de mujer. Algo así pretende ser Mujeres al frente.

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Este texto es un fragmento de Mujeres al frente, de Lula Gómez

Entrevista con Beatriz Montoya, líder de AMOR (Asociación Mujeres Oriente Antioqueño)

"El enemigo es la guerra"

Es natural de Antioquia, una de las regiones que más ha sufrido la guerra colombiana, desde hace décadas. Primero fueron las guerrillas, luego los paramilitares, al mismo tiempo el narco, siempre las cloacas del Estado, también la delincuencia común. Empapados de violencia psicológica y social, atrapados en el círculo que la convierte en negocio, todos se mezclaron en secuestros, torturas, violaciones, asesinatos indiscriminados o selectivos, desapariciones, masacres, desplazamientos, extorsiones, saqueo y despojo...

Vivir en "zona roja" --en un país "aburrido de que las piedras sangren", como decía el periodista Castro Caycedo-- significa sobrevivir al desastre cotidiano y por lo tanto interior, a una guerra que algunos, con ironía, califican "de baja intensidad" y otros sencillamente niegan.

Feminista de formación, pacifista de condición y convencida de que ambas facetas son indisociables, Beatriz Montoya dirige la organización AMOR (Asociación Mujeres Oriente Antioqueño), integrada por los 23 asociaciones de mujeres de la zona. Están todas las que son y de esa unanimidad nace parte de su fuerza. Batallan por la paz, porque ellas salgan de la casa a la plaza, porque se escuche su voz y por un nuevo país en el que la ley no sea la del más fuerte.

"AMOR nació hace 20 años con tres propósitos: transformar la cultura patriarcal; que las mujeres salieran del espacio privado al público; que protagonizaran parte del desarrollo de sus comunidades. Son nuestra razón de ser. Pero cuando llegó la guerra al oriente antioqueño, cuando se agudizó, los objetivos fundacionales cambiaron: había que poner la fuerza en otros asuntos, reforzar otras historias. Vimos que debíamos trabajar en otras actividades directamente relacionadas con lo que estaba pasando, la guerra". De pelo cano, abuela ya, dice que no espera a que las cosas cambien, que la acción es el cambio. La entrevista se acaba y mientras recoge, Beatriz Montoya entona sin miedo Volver, su canción favorita, un verbo que la definiría en su lucha uno y otro día por las mujeres y los hombres.

AMOR comenzó a denunciar la violencia en medio de una violencia desatada. ¿Qué podía conseguir un grupo de mujeres desarmadas frente a la guerra?

Mucho. Lo primero, solidaridad con los municipios más afectados. Hasta el 98, las guerrillas, sobre todo FARC y ELN, digamos que convivían con las comunidades por la ausencia del Estado. Los armados incluso respondían a muchas necesidades de las gentes del campo, ayudaban a mantener el orden público, en la economía... Pero cuando entraron los paramilitares con toda su fuerza estalló el horror y se agudizaron las masacres, las desapariciones forzadas, las violaciones, el desplazamiento... A las mujeres nos cogió totalmente desprevenidas, no sabíamos qué hacer.

En aquella época desarrollábamos una escuela de gestión pública con mirada de género,pero con el conflicto manifestándose de esa forma tan brutal vimos que no era ese elmomento ni el camino. Las mujeres llegábamos a la escuela y no encontrábamos ninguna respuesta a lo que pasaba. Nos estaban matando. Pero empezamos a hablar y surgió la idea de que podíamos hacer frente a un horror para el que tampoco había respuesta del Estado.

Y nos pusimos en acción. Cuando la guerrilla tomaba un pueblo, todas nos juntábamos e íbamos hasta allí. Nos impresionaba cómo encontrábamos a la gente. La postración, la angustia, el miedo, la parálisis. Y empezamos a hacer montábamos jornadas, asambleas... la gente comenzaba a despertar del marasmo.

En esa época Uribe era presidente y negaba el conflicto, para él no había guerra. Nosotras, las mujeres, conseguimos visibilizarla. La fuerza de AMOR es que contamos con asociaciones en todos los municipios y nos movilizamos todas. Empezamos a trazar el mapa de la guerra y a mostrar el tipo de impacto de las acciones armadas en la vida de los niños, las mujeres, los hombres. Con esos datos, era imposible negar. Nombramos a la guerra. A partir de ahí, las autoridades empezaron a desarrollar políticas públicas para las víctimas del conflicto, desde abajo, desde el trabajo que íbamos haciendo las mujeres. Después de nombrar y visibilizar, el siguiente paso era trabajar con las víctimas para que unidas rompiesen sus miedos.

Porque AMOR ha sido madre de otras asociaciones...

Cierto, por ejemplo la asociación De Víctimas a Ciudadanas nació así, cuando después de una gran movilización en Nariño juntamos a casi 400 víctimas durante tres días para pensar qué hacer.. Estábamos respondiendo a lo que ocurría, pero el impacto de la guerra en las personas quedaba desatendido. En aquellas charlas pensábamos cómo apoyar a las mujeres y niños que vivían en medio de las balas. Y partir de esos pasos previos y de mi formación en psicología diseñamos el modelo Pasos y Abrazos. La idea era transformar a esas mujeres víctimas del conflicto en formadoras, empoderarlas y darles las herramientas para prestar atención psicosocial a otras mujeres víctimas. Hemos formado a unas 200 lideresas que han atendido a más de 5.000 víctimas de la región.

No solo hay que poner nombre a las víctimas, también a los verdugos. ¿Sin ese cara a cara es más difícil la reconciliación?

Sí, claro, y hay que hacerlo mientras la guerra cambia de rumbo y altera tu vida y las cosas que haces. En los últimos años, con la desmovilización de los paramilitares muchos excombatientes volvieron a las zonas donde habían luchado. Mediante ese mismo modelo de Pasos y Abrazos, juntamos a víctimas y verdugos para formarles como promotores de paz. Juntos analizamos el lugar en el que la guerra les había puesto. Y empezábamos a descubrir que el enemigo es la guerra. Esos hombres, antiguos guerrilleros y paramilitares, crecían en aquellos encuentros. Hasta entonces pensaban que estaban haciendo un bien a la patria: los unos creían que limpiaban el daño que hacían los otros. Y de repente, escuchaban a las víctimas todo el daño que les habían hecho y se preguntaban cómo era posible que ellos hubiesen participado en eso. Y entonces tomaban conciencia de tanto daño causado. Esos guerreros lloraban, se desmoronan. Les vimos pedir mucho perdón. Y al mismo tiempo, las víctimas empezaron a descubrir a aquellos hombres que para ellas habían sido los monstruos. Descubrían a los seres humanos, las motivaciones que les había llevado a la guerra y la maldad: la pobreza, la violencia, un sueldo, amenazas, la guerra como supuesta solución a los problemas...

Fue naciendo una relación entre ellos, una relación diferente. Cuando un año después volvimos para hacer seguimiento, encontramos que en municipios especialmente castigados como Francisco o San Rafael, los que pasaron por el proceso no se habían vuelto a rearmar, a pesar de las muchas ofertas para hacerlo. "Nosotros no volvemos a la guerra", decían. Y de verdad impresiona ver cómo la sociedad les aprecia, les ha recogido y les apoya... Podríamos decir que allí la reinserción ha sido posible.

Entonces han demostrado lo que parecía imposible, la reconciliación...

Si, claro que es posible. Pero es necesario todo un trabajo previo, generar campañas de reconciliación que ayuden a entender al otro, como estas experiencias compartidas entre víctimas y verdugos. Colombia está muy polarizada y mientras persista esa distancia no es posible la paz. Buscamos acercamientos no para pensar qué ocurrió, sino cómo construimos juntos, desde todas las fuerzas vivas, entre todos y todas.

Su asociación asegura que para acabar con la violencia antes hay que terminar con el sistema patriarcal...

Ahora que el conflicto armado ya no es tan fuerte, porque en el Oriente Antioqueño ya no hay grupos en contienda, hemos vuelto a trabajar en ese objetivo original de la asociación. Para nosotras, en la sociedad patriarcal los hombres no solo se imponen sobre las mujeres, también los ricos sobre los pobres, los blancos sobre los indígenas, sobre los negros... siempre sobre el débil. Y en Colombia se ha impuesto una sociedad que desprecia todo lo femenino y a las mujeres que portamos lo femenino. En esta sociedad, las mujeres ocupábamos un lugar donde no podíamos desarrollarnos como personas. Y eso permea al ejército, la iglesia, la familia, todos los esquemas... Ahora que cumplimos 20 años, hemos pensado en impulsar la campaña "Por una sociedad no patriarcal, convivencia en la plaza y en la casa". Es un sueño pensado para los próximos 20 años, nuestra visión sobre lo que queremos ser. Y esa mirada abarca lo social, lo ambiental y lo político. Es una plataforma de los sueños, retos y acciones para lograr el cambio anhelado.

¿Los hombres las entienden?

Al principio, la primera dificultad para todo lo que AMOR se planteaba hacer eran los maridos. Ha sido una lucha muy dura, la lucha con los esposos. Pero nuestras propuestas no imponen nada la fuerza nada, sino que generan formas de relación amigables, por eso después de un tiempo los hombres empezaron a admirar a sus mujeres, incluso las apoyan. En eso estamos ahora, en que también participen. Se ha dado un cambio enorme en ellos: se han dado cuenta de que estos cambios favorecen a la familia y al entorno que les rodea. Y en la evolución de nuestro trabajo a lo largo dedos décadas, las propias mujeres nos han exigido incluirles, porque esta sociedad no puede ser cambiada solo por las mujeres. Ellas sienten que si los hombres no empiezan también a pensarse, no pude darse esa transformación.

Proponemos temáticas que pensamos unos y otras para luego hacer plenarias y ver cómo las interpretamos ambos. Miramos diferente, pero al final entendemos que ellos también son víctimas del patriarcado, de esa imposición sobre el más débil. Podemos estar orgullosas de que en el Oriente colombiano empiezan a surgir nuevas masculinidades. Ya hay líderes, hombres, al frente de esos movimientos para pensarse desde otro lugar.

¿Cómo perciben los diálogos de La Habana, ven cercana la paz?

Con motivo de los diálogos de La Habana, volvemos a pensar qué es eso de la paz y cómo se construye. En Cuba se firmarán acuerdos que responden a problemáticas muy importantes no resueltas en Colombia como son el desarrollo agrario, la participación política y una verdadera democracia. Nosotras no creemos que la paz se vaya a hacer allí. Las mujeres pensamos que la paz es una construcción de abajo a arriba. Y por eso establecemos alianzas en los 23 municipios del Oriente. Ahí radica la fuerza de nuestra organización, en la unidad y estar en cada uno de los territorios. Construimos agendas de paz y reconciliación sin mirada patriarcal con todas las fuerzas sociales de los municipios: campesinos, sindicatos, mujeres, maestros, empresarios... Entre todos queremos impulsar una agenda futura, tener incidencia política, ver cómo negociamos esos pactos logrados desde abajo con los nuevos candidatos y consejos de futuras elecciones. Tenemos una consigna: solo votaremos a los líderes que se comprometan con esa mirada de igualdad, no violenta y no patriarcal. Ligado a eso está el tipo de modelo de desarrollo que se construya para el país. Pensar que en La Habana podemos construir paz está muy bien, pero si el modelo que viene convierte al país en una explotación minera y de macro proyectos importados, tengo mucho temor de que esa paz no sea posible.

¿Cómo se imaginan el futuro?

Imaginamos unas comunidades y unas familias donde la democracia sea real. Imaginamos un futuro donde unos no se sienten los jefes del hogar. Pensamos en una sociedad sin dueños que imponen su forma de pensar. Apostamos por una construcción integral, con respeto por la diferencia, por las opciones diferentes. Sé qué es difícil pensarlo en una Colombia tan marcada por el autoritarismo y el machismo, pero no vamos a dejar de intentarlo. Primero hay que develar todos los pensamientos patriarcales e impositivos, tanto en hombres como en mujeres. Ésa es la tarea de los próximos años: los cambios en la casa y en la plaza pública que permitan generar una verdadera democracia.

Y para ese futuro no podemos dejar de mirar al medio ambiente y hablamos de sostenibilidad. Apostamos por un modelo de desarrollo que no tenga como objetivo principal la ganancia y el poder. Nosotras decimos que el desarrollo no es comprar más, eso es consumismo. Desarrollo es vivir de una forma más amigable para generar una economía que no haga daño a nadie.

Eso resulta bastante revolucionario...

Nosotras proponemos una revolución no violenta. Las mujeres vivimos en desventaja en esta sociedad patriarcal. Eso nos ha llevado, desde finales del siglo XX, a pensar el lugar en qué hemos estado y a decir que ya no podemos seguir así. ¡Tampoco ellos! Creemos sinceramente que debemos construir juntos una sociedad donde lo femenino no valga menos y donde la fuerza del más fuerte no valga más. Imaginamos una sociedad donde todos tenemos cabida y los conflictos se resuelven de forma pacífica.

¿De dónde han sacado ustedes tanta reflexión, tanta sabiduría?

Nuestra reflexión nace de pensarnos mucho, de pensar cómo nos han tratado y de querer cambiar un sistema que no funciona. Queremos transformaciones en las que quepamos todos y todas. Entre las mujeres existe una fuerza muy grande. Cuando logramos juntarnos y pensamos esas condiciones en las que nos ha tocado vivir, nos damos cuenta de que la historia es común y no particular, que es la propia historia la que nos sitúa en esos lugares de desigualdad, entendemos que esa circunstancia está por encima de las mujeres como personas. Y cuando lo descubrimos, nos sentimos desculpabilizadas y eso nos concede una fuerza interna potentísima. Cuando logramos encontrarnos en ese camino común que hemos vivido todas, nos entendemos, nos apoyamos y crecemos.