La crianza idiota

La crianza idiota

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En Chile vivimos estos días algo parecido a lo que occidente sintió frente a la foto del pequeño Aylan, el niño muerto en la orilla de una playa turca, tras intentar huir junto a su familia de su país en guerra.

Escandalizados los buenos ciudadanos, nos preguntamos cómo es que ha sido posible tamaña aberración con los niños del Servicio Nacional de Menores en Chile. Nos enteramos de abusos y muertes (1.313 niños fallecidos, por distintas razones, en los últimos 11 años en la institución) que superan lo que puede llamarse una negligencia, siendo algo más cercano a la violación de derechos humanos.

Junto al reclamo por el ajuste de cuentas, muchos, en un gesto de autoflagelo, declaran fuerte que somos todos responsables. Lo que no pasa más allá de ser un ademán de autocomplacencia, por si acaso se logra expiar algo de culpa.

Sin embargo, más allá de esa impostura culposa que a nadie le sirve, es relevante preguntarnos con algún grado de seriedad, cómo es posible habitar un mundo en que algo así pasa con los niños. No para pegarnos latigazos y jugar a ser mejores personas (eso siempre es una trampa), sino para entender esta negligencia como un síntoma social. Es decir, como una expresión del modo en que entendemos, sentimos y reproducimos el pacto social.

Pasar de indignación tras indignación, niega al pensamiento y deja nuestro ego intacto, contribuyendo a que todo siga igual. Así, pasamos del escándalo del SENAME con prisa a la batahola del polémico "Bus de la libertad", que también llegó a nuestro territorio. Y en tal escandalera algo se nos pasó de largo. El ciudadano bien pensante en general, repudia con claridad esta propaganda reaccionaria, ya que apoya sin ambigüedades la política de la diversidad, ¿pero, es tan cierto, que la moral contemporánea está en contra del mensaje pintado en el bus?.

"Con mis hijos no se metan", "Menos Estado, más familia" decía el bus. Ambas frases, más allá de la ofuscación progresista, los atraviesa tanto como a los conservadores.

La crianza concebida cada vez más como la administración de un bien privado, es precisamente parte de lo que posibilita la vulneración de los niños institucionalizados.

La crianza concebida cada vez más como la administración de un bien privado, es precisamente parte de lo que posibilita la vulneración de los niños institucionalizados. Cada quien invierte, desde lo exagerado hasta lo obsceno, en sus propios hijos. Hijos fetichizados como proyección de los propios goces y caprichos parentales. No por nada, hoy los docentes se quejan de que son tratados como enemigos por los apoderados, quienes no actúan como parte de una comunidad educativa. No es casual el auge de manuales y blogs de crianza. Y por algo se habla de que se ha encarecido tener un hijo, inversión por la que se está dispuesto a endeudarse.

La crianza se ha vuelto idiota. Idiota en su sentido etimológico: estar preocupado sólo por sí mismo, cuestión que para los griegos era una deshonra. De ahí la contradicción de que el dolor con las historias del los niños vulnerados, los refugiados, los institucionalizados, sea transitorio. Nos duele al proyectar la idea mental que tenemos sobre la infancia en esos niños. ¿Pero qué son realmente en lo social esos cuerpos? A veces son lo que no se quiere mirar, incluso lo que se teme. Y sobre todo para la idiotez social, esos niños no son de nadie, porque se asume que son de los padres, no del mundo. Si no hay padres, no existen.

Hace poco se viralizó la historia de una mujer que relataba que amamantaba a su hijo mientras tenía sexo. Si pensaban que estaba claro lo que era un abuso infantil, pues están equivocados. Muchos de los comentarios eran de apoyo. Basándose en esa idea ligera de que lo natural es bueno y lindo, y de que lo que prevalece es el criterio de cada padre. Esto es lo que genera el goce idiota sobre los hijos. Por el contrario, entender que los hijos también son del mundo, nos llevaría a trabajar por un mundo mejor, más allá de nuestro ombligo.

Dicen que la historia se repite primero como tragedia, luego como farsa. Y quizás haya hoy algo de farsa en el pacto social, permitiendo que la protección hacia los débiles sea nada más que un simulacro.

Este artículo fue publicado originalmente en hoyxhoy.cl