Robots y tiempo de trabajo

Robots y tiempo de trabajo

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Hace ya casi 500 años, el fraile franciscano Vasco de Quiroga era designado por el emperador Carlos V como primer obispo de Michoacán, para lo cual, a sus 68 años de edad, fue ordenado aceleradamente sacerdote y obispo. Con el tiempo sería más conocido como Tata Vasco, que en el idioma de los indígenas purépechas suponía el reconocimiento y otorgaba el cariño reservado para los padres.

Tata Vasco construyó iglesias y conventos, pero también y en este caso no sin oposición de los conquistadores, apoyados por el propio Virrey, se empeñó en la construcción de escuelas y hospitales. Desarrolló una amplia red de pueblos económicamente autosuficientes y autogestionados, a la manera en que podemos entender la autogestión en aquellos tiempos. Pueblos como Santa Clara del Cobre, Paracho, Páztcuaro, Janitzio y otros muchos, como el de Quiroga, que aún sobreviven en Michoacán.

Un hermoso poemario de Ernesto Cardenal nos devuelve la figura de Tata Vasco y su obra. Sus pueblos con activa vida comunitaria, las casas familiares con su huerto anexo, jornadas laborales de seis horas diarias para que por el trabajo nunca nadie muriera, desarrollo de la agricultura y una enseñanza práctica de la artesanía, que aún sigue caracterizando a los pueblos que se expanden entre Michoacán y Chiapas.

Un hermoso poemario de Ernesto Cardenal, nos devuelve la figura de Tata Vasco y su obra

Ahora el Papa Francisco anda empeñado en la canonización de aquel abulense de Madrigal de las Altas Torres, Vasco de Quiroga, que zarpó rumbo a las Indias para singlar una vida intensa dedicada a la construcción americana de la Utopía, pese a las tremendas dificultades, las trabas y los obstáculos de quienes allí llegaron sólo para enriquecerse a costa de las vidas humanas. Bien merece el reconocimiento.

Más recientemente, hace poco más de 120 años, un tal Paul Lafargue, también español, pero en este caso nacido en Cuba, ferviente difusor de las ideas de su suegro Carlos Marx, publicaba un folleto que se ha convertido en el segundo libro marxista más leído, tan sólo por detrás del Manifiesto Comunista, al que dio el provocador título de El Derecho a la Pereza.

Paul Lafargue ha envejecido bien. Tal vez porque era un amante de la vida y encontró en Laura Marx el amor de su vida. Me parece que, cuando menos, dos de sus planteamientos conservan una tremenda modernidad. El primero el derecho a la vida, que no sería tal sin poder elegir el momento de la muerte. Una decisión que adoptaron ambos cuando consideraron que su tiempo ya sólo podía depararles un deterioro irreparable.

Antes, en todo caso, de que la vejez les arrebatase los placeres y alegrías de la vida, les despojase de las fuerzas físicas e intelectuales. Antes de ver paralizada su energía y resquebrajada su voluntad, convertidos en una carga para ellos mismos y los demás. No consideraban su elección como obligación para nadie más. Pero ejercieron su derecho a la eutanasia, con una tremenda serenidad, en su casita de Davreil, cerca de París, junto al Sena, después de ir al cine, pasear por el pueblo, tomar un helado.

El segundo planteamiento, que me parece extraordinariamente vigente y moderno es el de la reducción del tiempo de trabajo. En su Derecho a la Pereza, aboga por establecer jornadas laborales de tres horas diarias, mejorando el poder adquisitivo de la clase trabajadora.

Reducir las jornadas y subir los salarios. Medidas justificadas en el avance del maquinismo, que no puede convertirse en pretexto para el empobrecimiento y el desempleo de la clase trabajadora, sino, muy al contrario, para trabajar menos y dedicar más tiempo a la creatividad y al ejercicio físico e intelectual.

En su Derecho a la Pereza, aboga por establecer jornadas laborales de tres horas diarias, mejorando el poder adquisitivo de la clase trabajadora

Las revoluciones industriales y tecnológicas del pasado permitían sustituir trabajo manual, rutinario y poco especializado. Tras cada una de esas transformaciones del trabajo, se abrían nuevos espacios laborales, nuevas ocupaciones..

Hoy, sin embargo, las máquinas, los robots, pueden realizar tareas complejas. Desde operaciones quirúrgicas, hasta análisis financieros, inversiones, o conducción de vehículos. Pueden gestionar sistemas complejos de transporte, distribución, producción.

La tecnología destruye empleos y va creando otros que ni se nos habrían ocurrido hace pocos años, como analistas web, o especialistas en big data. Traerá beneficios y perjuicios difíciles de adivinar en este momento en que determinadas innovaciones se están produciendo.

Aún en la peores condiciones, somos los dueños de nuestro destino.

La tecnología transformará nuestros empleos, sus funciones, sus modelos. Pero dependerá de nosotros mismos, de nuestras políticas, nuestros políticos, de nuestra voluntad, de nuestras demandas sociales, que esas transformaciones se traduzcan en reducción del tiempo de trabajo y recursos suficientes para asegurar una vida digna, o permitir y aceptar una dualidad, una polarización, una desigualdad cada vez mayores entre quienes acceden a empleos cualificados y bien remunerados y aquellos otros que tienen que conformarse con trabajos poco especializados, mal pagados y vidas en precario.

Es uno de los mayores retos que tenemos por delante. No es la economía la que debe decidir las respuestas, sino las sociedades y la política democrática quienes tenemos que decidir qué trabajo queremos tener y en qué tipo de sociedad queremos vivir. De la misma forma que un día conseguimos abolir la esclavitud y otro decidimos combatir el trabajo infantil, nada está escrito de antemano. Nada nos fue nunca regalado. Aún en la peores condiciones, somos los dueños de nuestro destino.

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