Ni en Valencia ni en Tarragona: la playa en la que se bañaron los primeros españoles tras siglos de prohibición está en el norte
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Ni en Valencia ni en Tarragona: la playa en la que se bañaron los primeros españoles tras siglos de prohibición está en el norte

Era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía.

Ni en Valencia ni en Tarragona: la playa en la que se bañaron los primeros españoles tras siglos de prohibición está en el norte

Era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía.

Ni en Valencia ni en Tarragona: la playa en la que se bañaron los primeros españoles tras siglos de prohibición está en el norte

Era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía.

Ni en Valencia ni en Tarragona: la playa en la que se bañaron los primeros españoles tras siglos de prohibición está en el norte

Era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía.

Ni en Valencia ni en Tarragona: la playa en la que se bañaron los primeros españoles tras siglos de prohibición está en el norte

Era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía.

Playa El Sardinero en la ciudad de Santander, costa de Cantabria en el norte de EspañaTONO BALAGUER

Ir a la playa es una de las actividades más comunes y deseadas del verano en España. Sin embargo, no siempre fue así. Durante siglos, las costas del país permanecieron prácticamente desiertas, y el mar, más que un atractivo, se veía con temor y desprecio. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando los primeros españoles, aristócratas y burgueses, se atrevieron a entrar en sus aguas, y lo hicieron en un lugar muy concreto, en la playa de El Sardinero, Santander.

La llegada de los primeros bañistas a esta playa marcó un cambio radical en la relación de los españoles con el mar. Según ha recogido el ABC, el 20 de julio de 1849, la Gaceta Médica describía la escena: "En la orilla hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente. Hay además dos casitas de madera diferentes, un poco distantes entre sí, y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniendo además en ellas almuerzos y meriendas". 

En aquella época, bañarse en el mar era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía más adinerada, que acudía a la costa en busca de tratamientos terapéuticos. De hecho, los primeros bañistas no se sumergían por diversión, sino por recomendación médica, convencidos de que el agua salada podía curar enfermedades y “atemperar la sangre”.

Un miedo heredado de la Edad Media

A pesar de la tímida apertura al mar, los primeros españoles que se bañaron en la playa lo hicieron vestidos, ya que la idea de mostrar el cuerpo en público seguía siendo impensable. Hasta principios del siglo XIX, los trajes de baño eran pesados y llegaban a pesar hasta tres kilos cuando se mojaban.

Este rechazo al mar y a los baños en la playa tiene raíces medievales. En la Antigua Roma, los baños en la costa eran comunes y se usaban no solo con fines médicos y deportivos, sino también para encuentros amorosos. De hecho, fue esta última práctica la que llevó a las autoridades medievales a prohibir los baños durante siglos.

El boom de la playa en el siglo XX

El cambio de mentalidad no fue inmediato, pero poco a poco el baño en la playa dejó de ser un privilegio aristocrático para convertirse en una costumbre popular. Fue en la década de 1960 cuando los españoles, ya sin restricciones ni prejuicios, comenzaron a acudir en masa a las playas cada verano. Las caravanas de coches atascados camino de la costa se convirtieron en una imagen habitual en agosto, un contraste radical con aquellos tiempos en los que el mar era visto con desconfianza.

Lo que hoy consideramos una actividad cotidiana fue, en realidad, una conquista lenta y difícil. El Sardinero fue el escenario de los primeros baños tras siglos de prohibición, un lugar donde la aristocracia rompió el tabú del mar y dio inicio a una tradición que hoy forma parte de la identidad española. Así, las playas, que durante siglos fueron desiertos junto al mar, se convirtieron en el destino soñado para muchas personas cada verano.

Ir a la playa es una de las actividades más comunes y deseadas del verano en España. Sin embargo, no siempre fue así. Durante siglos, las costas del país permanecieron prácticamente desiertas, y el mar, más que un atractivo, se veía con temor y desprecio. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando los primeros españoles, aristócratas y burgueses, se atrevieron a entrar en sus aguas, y lo hicieron en un lugar muy concreto, en la playa de El Sardinero, Santander.

La llegada de los primeros bañistas a esta playa marcó un cambio radical en la relación de los españoles con el mar. Según ha recogido el ABC, el 20 de julio de 1849, la Gaceta Médica describía la escena: "En la orilla hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente. Hay además dos casitas de madera diferentes, un poco distantes entre sí, y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniendo además en ellas almuerzos y meriendas". 

En aquella época, bañarse en el mar era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía más adinerada, que acudía a la costa en busca de tratamientos terapéuticos. De hecho, los primeros bañistas no se sumergían por diversión, sino por recomendación médica, convencidos de que el agua salada podía curar enfermedades y “atemperar la sangre”.

Un miedo heredado de la Edad Media

A pesar de la tímida apertura al mar, los primeros españoles que se bañaron en la playa lo hicieron vestidos, ya que la idea de mostrar el cuerpo en público seguía siendo impensable. Hasta principios del siglo XIX, los trajes de baño eran pesados y llegaban a pesar hasta tres kilos cuando se mojaban.

Este rechazo al mar y a los baños en la playa tiene raíces medievales. En la Antigua Roma, los baños en la costa eran comunes y se usaban no solo con fines médicos y deportivos, sino también para encuentros amorosos. De hecho, fue esta última práctica la que llevó a las autoridades medievales a prohibir los baños durante siglos.

El boom de la playa en el siglo XX

El cambio de mentalidad no fue inmediato, pero poco a poco el baño en la playa dejó de ser un privilegio aristocrático para convertirse en una costumbre popular. Fue en la década de 1960 cuando los españoles, ya sin restricciones ni prejuicios, comenzaron a acudir en masa a las playas cada verano. Las caravanas de coches atascados camino de la costa se convirtieron en una imagen habitual en agosto, un contraste radical con aquellos tiempos en los que el mar era visto con desconfianza.

Lo que hoy consideramos una actividad cotidiana fue, en realidad, una conquista lenta y difícil. El Sardinero fue el escenario de los primeros baños tras siglos de prohibición, un lugar donde la aristocracia rompió el tabú del mar y dio inicio a una tradición que hoy forma parte de la identidad española. Así, las playas, que durante siglos fueron desiertos junto al mar, se convirtieron en el destino soñado para muchas personas cada verano.

Ir a la playa es una de las actividades más comunes y deseadas del verano en España. Sin embargo, no siempre fue así. Durante siglos, las costas del país permanecieron prácticamente desiertas, y el mar, más que un atractivo, se veía con temor y desprecio. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando los primeros españoles, aristócratas y burgueses, se atrevieron a entrar en sus aguas, y lo hicieron en un lugar muy concreto, en la playa de El Sardinero, Santander.

La llegada de los primeros bañistas a esta playa marcó un cambio radical en la relación de los españoles con el mar. Según ha recogido el ABC, el 20 de julio de 1849, la Gaceta Médica describía la escena: "En la orilla hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente. Hay además dos casitas de madera diferentes, un poco distantes entre sí, y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniendo además en ellas almuerzos y meriendas". 

En aquella época, bañarse en el mar era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía más adinerada, que acudía a la costa en busca de tratamientos terapéuticos. De hecho, los primeros bañistas no se sumergían por diversión, sino por recomendación médica, convencidos de que el agua salada podía curar enfermedades y “atemperar la sangre”.

Un miedo heredado de la Edad Media

A pesar de la tímida apertura al mar, los primeros españoles que se bañaron en la playa lo hicieron vestidos, ya que la idea de mostrar el cuerpo en público seguía siendo impensable. Hasta principios del siglo XIX, los trajes de baño eran pesados y llegaban a pesar hasta tres kilos cuando se mojaban.

Este rechazo al mar y a los baños en la playa tiene raíces medievales. En la Antigua Roma, los baños en la costa eran comunes y se usaban no solo con fines médicos y deportivos, sino también para encuentros amorosos. De hecho, fue esta última práctica la que llevó a las autoridades medievales a prohibir los baños durante siglos.

El boom de la playa en el siglo XX

El cambio de mentalidad no fue inmediato, pero poco a poco el baño en la playa dejó de ser un privilegio aristocrático para convertirse en una costumbre popular. Fue en la década de 1960 cuando los españoles, ya sin restricciones ni prejuicios, comenzaron a acudir en masa a las playas cada verano. Las caravanas de coches atascados camino de la costa se convirtieron en una imagen habitual en agosto, un contraste radical con aquellos tiempos en los que el mar era visto con desconfianza.

Lo que hoy consideramos una actividad cotidiana fue, en realidad, una conquista lenta y difícil. El Sardinero fue el escenario de los primeros baños tras siglos de prohibición, un lugar donde la aristocracia rompió el tabú del mar y dio inicio a una tradición que hoy forma parte de la identidad española. Así, las playas, que durante siglos fueron desiertos junto al mar, se convirtieron en el destino soñado para muchas personas cada verano.

Ir a la playa es una de las actividades más comunes y deseadas del verano en España. Sin embargo, no siempre fue así. Durante siglos, las costas del país permanecieron prácticamente desiertas, y el mar, más que un atractivo, se veía con temor y desprecio. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando los primeros españoles, aristócratas y burgueses, se atrevieron a entrar en sus aguas, y lo hicieron en un lugar muy concreto, en la playa de El Sardinero, Santander.

La llegada de los primeros bañistas a esta playa marcó un cambio radical en la relación de los españoles con el mar. Según ha recogido el ABC, el 20 de julio de 1849, la Gaceta Médica describía la escena: "En la orilla hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente. Hay además dos casitas de madera diferentes, un poco distantes entre sí, y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniendo además en ellas almuerzos y meriendas". 

En aquella época, bañarse en el mar era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía más adinerada, que acudía a la costa en busca de tratamientos terapéuticos. De hecho, los primeros bañistas no se sumergían por diversión, sino por recomendación médica, convencidos de que el agua salada podía curar enfermedades y “atemperar la sangre”.

Un miedo heredado de la Edad Media

A pesar de la tímida apertura al mar, los primeros españoles que se bañaron en la playa lo hicieron vestidos, ya que la idea de mostrar el cuerpo en público seguía siendo impensable. Hasta principios del siglo XIX, los trajes de baño eran pesados y llegaban a pesar hasta tres kilos cuando se mojaban.

Este rechazo al mar y a los baños en la playa tiene raíces medievales. En la Antigua Roma, los baños en la costa eran comunes y se usaban no solo con fines médicos y deportivos, sino también para encuentros amorosos. De hecho, fue esta última práctica la que llevó a las autoridades medievales a prohibir los baños durante siglos.

El boom de la playa en el siglo XX

El cambio de mentalidad no fue inmediato, pero poco a poco el baño en la playa dejó de ser un privilegio aristocrático para convertirse en una costumbre popular. Fue en la década de 1960 cuando los españoles, ya sin restricciones ni prejuicios, comenzaron a acudir en masa a las playas cada verano. Las caravanas de coches atascados camino de la costa se convirtieron en una imagen habitual en agosto, un contraste radical con aquellos tiempos en los que el mar era visto con desconfianza.

Lo que hoy consideramos una actividad cotidiana fue, en realidad, una conquista lenta y difícil. El Sardinero fue el escenario de los primeros baños tras siglos de prohibición, un lugar donde la aristocracia rompió el tabú del mar y dio inicio a una tradición que hoy forma parte de la identidad española. Así, las playas, que durante siglos fueron desiertos junto al mar, se convirtieron en el destino soñado para muchas personas cada verano.

Ir a la playa es una de las actividades más comunes y deseadas del verano en España. Sin embargo, no siempre fue así. Durante siglos, las costas del país permanecieron prácticamente desiertas, y el mar, más que un atractivo, se veía con temor y desprecio. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando los primeros españoles, aristócratas y burgueses, se atrevieron a entrar en sus aguas, y lo hicieron en un lugar muy concreto, en la playa de El Sardinero, Santander.

La llegada de los primeros bañistas a esta playa marcó un cambio radical en la relación de los españoles con el mar. Según ha recogido el ABC, el 20 de julio de 1849, la Gaceta Médica describía la escena: "En la orilla hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente. Hay además dos casitas de madera diferentes, un poco distantes entre sí, y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniendo además en ellas almuerzos y meriendas". 

En aquella época, bañarse en el mar era una práctica reservada para la nobleza y la burguesía más adinerada, que acudía a la costa en busca de tratamientos terapéuticos. De hecho, los primeros bañistas no se sumergían por diversión, sino por recomendación médica, convencidos de que el agua salada podía curar enfermedades y “atemperar la sangre”.

Un miedo heredado de la Edad Media

A pesar de la tímida apertura al mar, los primeros españoles que se bañaron en la playa lo hicieron vestidos, ya que la idea de mostrar el cuerpo en público seguía siendo impensable. Hasta principios del siglo XIX, los trajes de baño eran pesados y llegaban a pesar hasta tres kilos cuando se mojaban.

Este rechazo al mar y a los baños en la playa tiene raíces medievales. En la Antigua Roma, los baños en la costa eran comunes y se usaban no solo con fines médicos y deportivos, sino también para encuentros amorosos. De hecho, fue esta última práctica la que llevó a las autoridades medievales a prohibir los baños durante siglos.

El boom de la playa en el siglo XX

El cambio de mentalidad no fue inmediato, pero poco a poco el baño en la playa dejó de ser un privilegio aristocrático para convertirse en una costumbre popular. Fue en la década de 1960 cuando los españoles, ya sin restricciones ni prejuicios, comenzaron a acudir en masa a las playas cada verano. Las caravanas de coches atascados camino de la costa se convirtieron en una imagen habitual en agosto, un contraste radical con aquellos tiempos en los que el mar era visto con desconfianza.

Lo que hoy consideramos una actividad cotidiana fue, en realidad, una conquista lenta y difícil. El Sardinero fue el escenario de los primeros baños tras siglos de prohibición, un lugar donde la aristocracia rompió el tabú del mar y dio inicio a una tradición que hoy forma parte de la identidad española. Así, las playas, que durante siglos fueron desiertos junto al mar, se convirtieron en el destino soñado para muchas personas cada verano.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

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Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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